Fernando Carrillo, exprocurador y exministro: “Hay que aumentar el capital democrático ante el riesgo de que aparezca un dictador, un charlatán disfrazado de héroe”
El abogado colombiano y vicepresidente de Prisa lanza su libro ‘Sin miedo. Defender la democracia desde la democracia’
Fernando Carrillo (Bogotá, 61 años) lleva más de treinta años en primera fila de la lucha por la democracia en Colombia. De ser uno de los impulsores de la Séptima Papeleta, el movimiento estudiantil que impulsó la Constituyente de 1990, pasó a la presidencia de la comisión encargada de asuntos de justicia en ese cuerpo. Ministro del Interior, embajador en Madrid y procurador general, este abogado se inició en política en las juventudes del Nuevo Liberalismo, el movimiento del asesinado Luis Carlos Galán, quien hablaba de restablecer la moral en la política.
En una línea semejante, más de 35 años después del magnicidio que marcó a un país, Carrillo lanza Sin miedo. Defender la democracia desde la democracia (Debate). El libro es un llamado a profundizar la democracia para evitar los cantos de sirena del populismo y el autoritarismo, y para encontrar las soluciones a problemas como la desigualdad, la desinformación o la corrupción.
En entrevista, el vicepresidente de PRISA, grupo editor de EL PAÍS, explica por qué defender la democracia en Colombia y toda América Latina: “Ningún ser humano es lo bastante perfecto como para gobernar sin rendir cuentas frente a sus iguales”, dice.
Pregunta. ¿Por qué defender la democracia “sin miedo”?
Respuesta. Colombia, la región y el mundo en general están viviendo una gran incertidumbre frente a lo que viene. No estamos en el mejor momento de la democracia ni del sistema económico. Hay pocos motivos para el optimismo; la incertidumbre genera temores y el miedo lleva a encontrar los iluminados, los mesías, los héroes de la jornada. Eso hay que cuestionarlo profundamente, más en un continente como América Latina, donde tenemos la tradición del virrey, el caudillo, el dictador y el presidente, que es una suma de los anteriores. Y están los males que tiene que combatir: la desigualdad, tocando intereses creados; la violencia de un crimen organizado y multicrimen, que reduce los asesinatos pero dispara la extorsión, o que combina el narcotráfico con la trata de personas y la minería ilegal. Encima, si seguimos en esta andanada de violencia verbal, terminaremos en 2026 con las elecciones más violentas de la historia. Es una combinación de factores que produce miedo.
P. Que además no es un miedo solo colombiano, o solo latinoamericano, sino global...
R. Sí, y en el fondo es muy injusto. La democracia es el chivo expiatorio. Como digo en el libro, realmente lo que está en crisis es la forma como se hace la política, más que la democracia, que es un método, una forma de llegar al poder, de ejercerlo, de garantizar derechos y libertades, de lograr resultados en temas económicos, en materia de desarrollo. Pero tiene un núcleo de fragilidad muy grande, a diferencia del autoritarismo, que es brutal, fuerte, se impone. Los clásicos ya decían que si gobernar es difícil, hacerlo en democracia es más difícil.
P. ¿Qué tiene de particular esa dificultad en el presente?
R. Una de las tesis centrales del libro es que caímos en la trampa de la izquierda contra la derecha, en una polarización que profundizamos cada vez más. Y las soluciones ya no están en el liberalismo, en el socialismo ni en el conservadurismo, que perdieron el monopolio que tenían de algunos temas.
P. Los autoritarismos ahora mantienen un ropaje democrático, por lo menos electoral...
R. Al comienzo del libro describo cómo llegan al poder para sacarle las tripas a la democracia. Implosionan sus instituciones, dicen que no funcionan y se llevan de por medio lo que queda de derechos y de libertades. Mantienen la máscara incluso en Venezuela, donde hicieron un fraude electoral enorme frente a los ojos de todos y siguen sosteniendo que fueron unas elecciones limpias.
P. Y eso pasa mucho, ¿no?
R. Claro. Una cosa es llegar al poder y otra cosa es ejercerlo, que es donde fallan los modelos de la izquierda radical y de la derecha radical. Por eso recuerdo que hace 30 años, en la Séptima Papeleta y con la Constituyente, dijimos que era una falta de respeto preguntarle a un menor de 25 años de entonces si era liberal o conservador, porque ya habíamos rebasado ese sistema, se había reventado el bipartidismo. Hoy pasa algo similar con la izquierda y la derecha. Creo que ninguna tiene las fórmulas completas para solucionar los problemas de la sociedad. Habrá que buscar soluciones, pero siempre con el método democrático.
P. ¿Por qué es importante defender la democracia?
R. Porque es el único sistema que, dentro de sus imperfecciones, es capaz de garantizar los derechos y las libertades básicas, y además ofrece resultados de carácter social a través de los acuerdos, los consensos y las convergencias. Yo creo que es insostenible una sociedad que se funde en la imposición del poder desde arriba, en soluciones mágicas de un iluminado. El acuerdo hace que sea más sostenible; se debería hablar de “sostenibilidad democrática”. Debemos recordar que la democracia no es inmortal, que la democracia puede morir. Una buena inspiración del libro fue cuando estuve con Steve Levitsky en Harvard, mirando su libro de Cómo mueren las democracias y haciendo un ‘paper’ de cómo mueren. En dos conversaciones, de alguna manera él me dijo que lo hiciera para América Latina; ese es el intento del libro. La democracia se nos está yendo de las manos todos los días.
P. Y su propuesta es hacerlo con instrumentos democráticos...
R. Sí, y debemos ser todos, empezando por el sector privado. Se puede debatir si ese sector funciona democráticamente o no, pero tiene que defender los principios y valores de la democracia. En Colombia, la Constitución deja a la empresa privada como protagonista de la economía social de mercado, el complemento armónico al más conocido Estado social de derecho.
P. El libro pasa del diagnóstico a proponer cómo profundizar la democracia ¿Cómo funcionaría?
R. Como la democracia es la víctima de una política hecha por malos políticos, hay que profundizar en los principios y valores democráticos. Ese fue el gran intento de la Constitución del 91. La constituyente fue un momento sin la política usual, sin puestos ni nombramientos. El contralor de la época contaba que un constituyente fue a pedirle un puesto, y él le contestó “¿Pero usted en qué está? Si la constituyente no es el ejercicio ordinario de la política”. Ese logro fue orquestado por tres personas en uno de esos momentos mágicos que producen cosas absolutamente extraordinarias. Se encontraron Álvaro Gómez —hijo de un expresidente conservador muy de derecha—, Antonio Navarro —que venía de la guerrilla que había secuestrado a Gómez— y Horacio Serpa —que venía de los partidos políticos tradicionales, pero tenía la convicción social de que Colombia necesitaba reformas sociales—.
Es un episodio parecido al que relata Javier Cercas en Anatomía de un instante, cuando tres personajes muy diferentes hicieron frente al teniente coronel Tejero en el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981: los únicos parlamentarios que no se escondieron tras el ingreso del militar armado fueron Adolfo Suárez, que era el presidente; Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente y teniente general; y Santiago Carrillo, secretario general del partido comunista. Algo similar representaron para Colombia el proceso de paz con el M-19 y la Constituyente. Colombia y el M-19 le deben un reconocimiento a Navarro, que lleva 30 años dando muestras de paz y pavimentó el camino para que Gustavo Petro llegara a la presidencia.
P. Ese fue el pasado. ¿Hoy cómo se logra profundizar la democracia y, por lo tanto, cambiar esas políticas y esos políticos actuales?
R. Dos elementos son esenciales. Primero, el financiamiento electoral, que es el pozo séptico de la política. Todos los últimos presidentes de Colombia tienen un escándalo de financiación; el tal golpe de Estado que denuncia el presidente tiene que ver con la financiación de su campaña. No hemos dado el paso ni al sistema americano, de financiamiento totalmente privado, ni al europeo, de financiamiento totalmente público. Nos quedamos siempre en el agua tibia, y por la puerta del financiamiento privado se violan los topes y entran dineros irregulares.
P. ¿Y el segundo elemento?
R. Para modernizar la política hay que dar el debate de la representatividad. La democracia participativa se quedó corta por ser binaria. Los plebiscitos y referendos se convirtieron en expedientes de gobiernos populistas y autoritarios, algo que sabíamos desde antes pero ahora es más verdad que nunca. La mayoría de los últimos mecanismos de democracia directa han fracasado. En Colombia, solo pasó una pregunta del referendo anticorrupción de 2019 y se hundió el referendo de Álvaro Uribe cuando tenía el 80% de popularidad; se hundió el plebiscito de la paz. En el mundo, de cara al elemento nefasto que han sido las redes sociales, en 2016 se produjeron cuatro consultas infectadas por Rusia: el proceso de paz en Colombia, el procés en Catalunya, las elecciones en Estados Unidos, el Brexit.
Todo eso abre la puerta a otra forma de hacer política, que no polarice. La gente está rechazando el discurso del insulto, la descalificación, la amenaza. Tenemos que ver cómo bajamos el volumen, como desescalamos para poder hacer los grandes acuerdos nacionales que se necesitan para hacer las reformas. Eso se hace con las instituciones democráticas, no claudicando, no suspendiendo o aplazando elecciones.
P. El libro propone ir más allá, con instituciones como los paneles ciudadanos. ¿Cómo funcionan?
R. Todo el mundo está buscando innovaciones democráticas. La OCDE acaba de sacar un gran documento sobre ellas y consisten en democracia deliberativa. La participativa se quedó corta como el consejo nacional de planeación, que era la gran instancia de coordinación de políticas públicas de Colombia. Muchas de las intervenciones que han funcionado permiten al ciudadano sobrepasar el sí o no, deliberar, argumentar, participar en debates como si fuera una instancia legislativa, pero instancias consultivas previas a la definición del órgano legislativo. Así se han aprobado reformas constitucionales en Nueva Zelanda, en Australia o en Irlanda, que es el referente actual en las innovaciones democráticas; también funcionan así las asambleas ciudadanas de algunos estados de Estados Unidos y así fue parte del manejo de Macron a los chalecos amarillos.
P. En el estallido social, salieron mal esos intentos con el presidente Duque. ¿Qué hizo falta?
R. El Gobierno fue muy miope en su interpretación de lo que estaba pasando, como señala que haya presentado una reforma tributaria en plena ebullición. Recuerdo que uno de los grandes dirigentes sindicales, Julio Roberto Gómez, nos anunció en la asamblea de Asocajas de 2019 todo lo que iba a pasar. Nos dijo que había que hacer un diálogo nacional de inmediato, porque él venía de Chile. Y lo intentamos hacer. Desde la Procuraduría, donde teníamos una instancia de diálogo social, llevamos a la Casa de Nariño a todos los protagonistas en ese momento del estallido. Estaban los estudiantes, recuerdo a la hoy congresista Jennifer Pedraza que era dirigente estudiantil, entre muchos más; estaban los jefes de todos los sindicatos, incluyendo a Julio Roberto. Todos querían hablar con el presidente y echar las bases de un acuerdo nacional, pero Duque pensó que era una conspiración en su contra, que lo estábamos arrinconando. Dio un discurso violento y se salió. Creo que fue una gran oportunidad perdida.
P. Eso fue ya hace cinco años...
R. Sí. Luego vino la expectativa del Gobierno Petro y, ¿qué pasó con todas esas nuevas ciudadanías que aparecieron? Valdría la pena buscar nuevas salidas democráticas para evitar que vuelva a suceder un estallido. Siempre con base en el diálogo, no con la represión ni con la necesidad de imponer soluciones desde arriba.
P. Otros intentos de diálogo a nivel nacional, como la llamada ‘La conversación más grande para la paz’, han tenido poco éxito. En cambio, ha habido procesos democráticos importantes, empezando por la elección popular de alcaldes, desde lo local.
R. Exacto, es lo que se ve también en países como Irlanda. Un capítulo del libro revisa el estado de salud de la democracia — como vengo de familia de médicos, hablo de patologías de la democracia— y reviso los signos vitales de 10 instituciones democráticas. ¿Cómo está el cumplimiento de la Constitución en lo social? ¿La política es un intercambio clientelista? ¿Se acatan las decisiones judiciales? Encontré 10 patologías, algunas más graves que otras. De ahí acuño un concepto nuevo, que espero que haga carrera: el de capital democrático. Se habla de capital financiero, capital humano, capital político. El democrático es invertir en las instituciones, en los procedimientos democráticos; es defender los principios y los valores democráticos. Tenemos que aumentarlo porque estamos en un retroceso, con un gran riesgo de que en cualquier momento aparezca un dictador, un charlatán disfrazado de héroe.
P. ¿Piensa en Colombia?
R. También. Rodolfo Hernández representaba un poco eso. Casi gana la presidencia; sacó 10,5 millones de votos. Eso sucedió por la debilidad de la institucionalidad democrática y por la polarización, por el algoritmo de una red social que fomenta la confrontación. Por eso hay que pensar en la deliberación e incluso en la democracia por sorteo. Si el sistema de justicia se entrega a un jurado de conciencia, como los 15 ciudadanos que decidieron sobre Trump, ¿por qué no se puede hacer una deliberación por sorteo? Hagamos también asambleas ciudadanas o incluso encuestas deliberativas, que en lugar de ofrecer dos opciones estudien por dónde van los argumentos.
P. El reciente premio Nobel de Economía fue otorgado a los investigadores que subrayan la diferencia entre las instituciones extractivas y las inclusivas, y su importancia. Usted habla de instituciones democráticas. ¿Coinciden sus propuestas?
R. Esta mañana estaba oyendo a Robinson y pensé en Montesquieu. Cada capítulo del libro tiene un epígrafe, que busqué para que lo describiera completamente, y el capítulo de las instituciones democráticas es del francés: “Frente a los hombres están las instituciones”. Parece de sentido común, pero no: hoy en las democracias primero están los caudillos y solo después las instituciones. Es la tesis de Robinson. Las instituciones inclusivas son las únicas capaces de generar bienestar económico y reducir la brecha de desigualdad.