La amenaza en campaña

En medio de las múltiples elecciones presidenciales en el mundo, hay un factor común: sembrar el miedo entre los votantes, amenazar con un “baño de sangre”, una fórmula clásica que hoy replican tanto Trump como Maduro

Nicolás Maduro en un mítin de campaña, en Caracas, en julio de 2024.Alfredo Lasry R (Getty Images)

Tal vez sea la culpa de las muchas elecciones trascendentales que hemos tenido y tendremos este año; tal vez sea la culpa de los nuevos comportamientos políticos que hace apenas unos años habrían causado escándalo a cualquier persona decente, y hoy, en cambio, nos tragamos como si fueran lo más normal del mundo. Sea por la razón que sea, parece que ahora los candidatos de todas partes han decidido que parte legítima de una campaña política es amenazar a los votantes. Les parece lo más normal del mundo deci...

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Tal vez sea la culpa de las muchas elecciones trascendentales que hemos tenido y tendremos este año; tal vez sea la culpa de los nuevos comportamientos políticos que hace apenas unos años habrían causado escándalo a cualquier persona decente, y hoy, en cambio, nos tragamos como si fueran lo más normal del mundo. Sea por la razón que sea, parece que ahora los candidatos de todas partes han decidido que parte legítima de una campaña política es amenazar a los votantes. Les parece lo más normal del mundo decir, con distintas palabras y distintos tonos, que si no votamos por ellos nos tendremos que atener a las consecuencias. De manera que ya sabe, ciudadano: vote por quien quiera, pero, si quien usted quiere es el otro, se vendrán cosas graves.

Podemos a veces creer que el recurso no es nuevo: a finales del siglo XIX, Rafael Núñez hablaba ya de “Regeneración o catástrofe”; a comienzos del siglo XXI, el ínclito Álvaro Uribe o su círculo hablaron de “Reelección o hecatombe”. Aut Caesar aut nihil: no, tal vez es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol. Pero es que lo nuevo no es la megalomanía salvapatrias de los emperadores de pacotilla, ni la convicción de que ellos son los únicos capaces de rescatar un país que se está yendo por el precipicio; lo nuevo es la amenaza franca y abierta de violencia, y, sobre todo, la posibilidad clara e inminente de que esa violencia se haga realidad.

Así vimos a Donald Trump, delincuente convicto y acosador sexual confeso (recuerden la cinta de Access Hollywood), amenazar a los norteamericanos con un “baño de sangre” si los demócratas llegan a la presidencia en diciembre. Y así vimos a Nicolás Maduro, que está aterrado de lo que va a pasar hoy en Venezuela, amenazar a los millones de venezolanos que no van a votar por él usando las mismas palabras del delincuente convicto y acosador sexual confeso: “baño de sangre”. Éstas fueron las palabras que citaron de inmediato, y con preocupación, los medios de todas partes. De inmediato busqué el video, claro, por no ir a cometer una injusticia con nadie, ni dar por buenas las versiones de los medios, y me encontré con que la frase entera era todavía más preocupante. “Si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida, producto de los fascistas, garanticemos el más grande éxito…”. Eso dice Maduro el exaltado, moviéndose exaltadamente en su enorme piyama.

(Y repito: lo entiendo bien. Maduro y su gobierno ya hicieron lo que han hecho siempre, desde la persecución y el encarcelamiento de opositores hasta la inhabilitación de la candidata principal con leguleyadas que no se creen ni ellos mismos. Pero esta vez no han podido hacerlo con tanto descaro; la mirada de eso que llamamos la comunidad internacional les ha impedido la desfachatez, acaso, o acaso los ha obligado a guardar ciertas formas. Y por eso el desespero, y por eso la necesidad de jugar la última carta de la amenaza. Lula le dio a Maduro una reconvención potente, y además tenía la autoridad para dársela. Petro, en cambio, ha guardado el hipócrita silencio –sí, el doble rasero– de otras oportunidades similares).

Ahora bien: Nicolás Maduro no es un gran orador; ni siquiera es lo que sí era Chávez: un charlatán con gracia, un culebrero dueño de esa chabacanería astuta que muchos confunden con elocuencia. Maduro es elemental, y por eso no sorprende que hable siempre con frases hechas y lugares comunes. Pero ni siquiera es capaz de cierta originalidad cuando amenaza con violencia a su propio pueblo: hasta su violencia es copiada (y copiada, en este caso, del despreciado imperio). No sé qué da más grima: que un gobernante en ejercicio amenace con violencia a la sociedad si no se vota por él o que lo haga con palabras tan bobas. “Baño de sangre”: ¿sus asesores habrán visto el discurso de Trump? “Una guerra civil fratricida” que será “producto de los fascistas”: ¿de verdad? Es como si le hablara del coco a niños de cinco años. La pregunta es: ¿Le creerán los venezolanos? No es imposible: el lenguaje del miedo convence a pesar de venir empacado en palabras estúpidas, sobre todo cuando viene acompañado de personas reales que la quieran ejercer o la hayan ejercido ya: y los colectivos chavistas no se han ido a ningún lado.

Trump, por su parte, ha pronunciado su amenaza en más de una declaración: en un discurso ante los fabricantes de carros de Detroit, en entrevista con la revista Time… Sus términos son cada vez más inflamados, y lo aterrador es que todos vienen mucho después de su exitoso llamado –público, abierto, visible para todos– a los insurrectos del 6 de enero. Todos lo vimos, todos lo oímos; tan claro fue su mensaje, que miles lo siguieron, y ese día –uno de los más oscuros ya de lo que va del siglo, por lo menos para la democracia norteamericana– se saldó con seis muertos. A esos insurrectos, Trump los llama rehenes y ha prometido perdonarlos si llega al poder. Son su milicia, su fuerza paramilitar; y allá fuera hay miles como ellos, gente que todas las semanas, en algún rincón de ese territorio inmenso de Estados Unidos, agrede a un mexicano, a un musulmán o a un periodista e invoca el nombre de Trump al hacerlo. (La cadena ABC hizo hace unos años un inventario de estos sucesos para probar que la invocación a la violencia de un líder como Trump sí tiene consecuencias. Documentaron más de medio centenar de casos, desde un trumpista que le da un puñetazo a un mexicano y le dice “Eso es por Trump” hasta el trumpista de Michigan que atacó a golpes a un taxista de origen africano mientras le gritaba: “¡Trump! Trump! ¡Trump!”).

La siembra del miedo entre los votantes es la mitad de lo que persiguen los candidatos con estas amenazas. La otra mitad es el llamado a los violentos para que intimiden ahora y estén listos para después. Maduro y Trump tiene algo en común: los dos tienen mucho que perder si pierden. Es decir, volver al poder o mantenerse en él son la única forma de evitarse incómodas consecuencias legales por los excesos cometidos en ejercicio del poder. Si para lograrlo tienen que bañar a sus sociedades en sangre, lo harán. Si tienen que envenenar las vidas de todos con miedo y con odio, lo harán también. Y luego, aunque pierdan, el veneno queda, y la sangre también: y toda violencia siempre trae más violencia, y así se van alimentando los ciclos interminables de nuestro deterioro. Y ésta sería también, para estos candidatos desesperados y por eso peligrosos, una forma de la victoria.

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