Cuando el acuerdo de paz abre la puerta a la agricultura y el turismo sostenible
Preservar la naturaleza no es dejarla intacta, es convivir en armonía con ella. El desacople del crecimiento económico y la preservación de los ecosistemas pasa porque las comunidades puedan encontrar caminos de desarrollo humano sostenible
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La audacia de las personas mueve el mundo. La academia y la política siempre llegan después. También la comunidad internacional. Así pasa tras un huracán o un terremoto, donde los primeros en responder son las propias comunidades. También antes de un Acuerdo de Paz.
Hay un punto donde la selva amazónica, los bosques andinos y la Orinoquía se besan y adoptan forma de un indio acostado: Camaxagua. En su ombligo, en pleno parque natural nacional Sierra de la Macarena, con una vista que corta la respiración y un amanecer que sana el alma, una niña de 10 años, Natalia Otálvaro, y sus papás Fabier y Luzdary se han asentado el Mirador del Amor.
¿Qué hace una familia viviendo en un parque natural?, se preguntarán algunos; tal vez más dramático es pensar en el cementerio de árboles, cicatriz de seis décadas de conflicto, que plagaba de calvicies la intersección de estos tres ecosistemas únicos, en el segundo país más megabiodiverso del mundo. ¿Para qué esta deforestación? ¿Por qué? En algunos casos, para huir del conflicto que, como en el cuento del Mercader, llegarían a encontrar justo en este lugar; en otros, para aumentar la productividad, primero mediante maderables, después a través de cultivos ilícitos, finalmente con prácticas de ganadería extensiva. La versión colombiana de “una avanzada del progreso” de Joseph Conrad, donde el autor cuestiona el supuesto avance y civilización traídos por los colonizadores europeos —aduciendo que puede llevar a la corrupción moral y a consecuencias negativas tanto para los colonizadores como para los colonizados— también debería tener un desenlace mágico, una puerta a la esperanza, abierta de par en par.
“Hace diez años, previo al Acuerdo de Paz, la comunidad de Morrobello, en el municipio de Mesetas, en el Meta, se juntó”, nos cuenta William, junto a Vanessa, Arbey, Jairo, Ruth, Jennifer, Wilmer, Oneida, Jennifer, Edwin, Yardeni y Omaira. Algunos son firmantes de paz, que en un pasado no tan lejano empuñaron las armas; otras dueñas de fincas, que albergaban cultivos de coca y que decidieron erradicar por completo; otros tienen empresas de turismo. Todos ellos tomaron una decisión colectiva: transitar hacia la agricultura y el turismo sostenibles. “De no haber sido por el Acuerdo Final, este sueño no hubiera podido arrancar”.
La región cuenta con más especies de aves que todo Estados Unidos. El mayor experto nacional, Fernando Ayerbe, junto con el proyecto que denominamos Corredores de Paz les ha ayudado a publicar su propia guía. Natalia, a sus 10 años, es capaz de nombrar las aves por su denominación común y por su denominación técnica. Arbey comparte cómo las cámaras instaladas en el sendero de Abrigo Ancestral van a permitir valorar y cuidar la fauna del territorio y darla a conocer. Al recorrerlo, precipicios hermosos que solo parecían posibles en la película animada Up, cataratas, avistamientos de especies como el águila harpía, tucanes o el gallito de roca, se encuentran con petroglifos aún por descifrar, algunos con formas incas y otros asiáticas, dando cuenta de su herencia ancestral, de sus bosques primarios, de su vocación eterna.
Con la reflexión de “estábamos viviendo en el paraíso y no lo sabíamos” estos seres excepcionales, que representan a Corporación Juvenil Camaxagua, Corpocascada, Resguardo Villa Lucía, Corpotucan, Juntas de Acción Comunal (JAC) de vereda La Argentina y vereda Morrobello, se sinceran: “Nosotros tumbamos los árboles, plantamos cultivos ilícitos” dice Ruth. “Éramos esclavos de nosotros mismos”, dice William, para proseguir pausadamente: “Al reconciliarnos, nos reconciliamos con nosotros mismos”. Wilmer mira a su alrededor, a los de menor edad, y concluye: “Estos jóvenes que estamos aportándole al turismo, éramos material para guerra”.
En este mar verde, boscoso, donde el suelo se encuentra con el cielo, sus habitantes, variopintos, respetuosos los unos de los otros, unidos, quieren superar el estigma, aspiran a que la ciudadanía deje atrás sus sesgos, y se aventuren a conocer estos paraísos ocultos. Su lema: “unidad, comUnidad, paz y reconciliación”. El mayor apoyo que se les puede dar es ir a visitarlos y dejarse sorprender por su naturaleza infinita: “Si pudimos hacer la paz con la guerra, ¿no vamos a conseguir hacer la paz con la naturaleza?”.
En octubre, Colombia será sede de la COP 16 de Biodiversidad. El Gobierno Colombiano, acertadamente, está proponiendo como tema central “la paz con la naturaleza”: sus habitantes, en este caso en Morrobello, nos están mostrando el cómo. Preservar la naturaleza no es dejarla intacta, es convivir en armonía con ella. El desacople del crecimiento económico y la preservación de los ecosistemas pasa porque las comunidades en vulnerabilidad, desplazadas, pueblos originarios, según la capacidad de carga de los ecosistemas, puedan encontrar caminos de desarrollo humano sostenible.