El proceso constituyente de Petro es una oportunidad para la derecha autoritaria

Lamento la insistencia del presidente Petro en su idea de iniciar un proceso constituyente. No porque sea un fetichista de la Constitución del 91, sino porque creo que este es un pésimo momento para embarcarse en semejante aventura

El presidente Gustavo Petro, el 25 de febrero de 2023.FRANZ AG (Presidencia de la República)

He votado por Gustavo Petro tres veces en mi vida. La primera, prácticamente estrenando cédula, fue en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2010. En ese momento me sentía parte de una minoría política en Colombia, y lo era. Eran los tiempos de la cuasi hegemonía del uribismo en la política nacional. Álvaro Uribe gobernaba el país desde 2002, había promovido exitosamente una reforma a la Constitución Política de 1991 para habilitar l...

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He votado por Gustavo Petro tres veces en mi vida. La primera, prácticamente estrenando cédula, fue en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2010. En ese momento me sentía parte de una minoría política en Colombia, y lo era. Eran los tiempos de la cuasi hegemonía del uribismo en la política nacional. Álvaro Uribe gobernaba el país desde 2002, había promovido exitosamente una reforma a la Constitución Política de 1991 para habilitar la posibilidad de reelegirse en 2006. Y, de manera magistral, lo había logrado. Con trampas hoy bien conocidas, claro, pero en ese momento comprensiblemente tolerables e incluso moralmente defendibles para buena parte del país, que veía en Uribe un líder carismático bastante difícil de resistir. Uribe, después de todo, representaba el orden, y el orden es un valor fundamental para cualquier sociedad. Sin embargo, representaba un orden no del todo democrático, aunque tampoco abiertamente autoritario. Un orden híbrido, digamos. Una especie de impulso autoritario mediado, y contenido, por un sistema jurídico-institucional fuerte y resistente, como demostró ser en 2010 el Estado de Derecho colombiano.

Petro destacaba entonces entre las minorías que disentíamos del uribismo. Reconocido como valiente, riguroso e inteligente, el entonces senador y antes representante a la Cámara, era una figura novedosa para el país. Creo que desde entonces su liderazgo tenía una dimensión simbólica relevante: exguerrillero del M-19 y, en buena parte por ello, fiel defensor de la Constitución de 1991. De rebelde armado a defensor de la institucionalidad constitucional. De izquierda, sin duda, pero uno de los líderes más pragmáticos de la izquierda. Un jodido, un zorro político como pocos. Precisamente por ello, una esperanza para la construcción de una centro-izquierda amplia que pudiera soñar con aspirar al poder en un país más que reacio a votar a la izquierda. Por ello, la primera vez que ejercí mi derecho al voto, en primera vuelta de las presidenciales de 2010, voté por Gustavo Petro. Y lo hice con orgullo.

La segunda y la tercera vez que voté por Petro son más recientes. Fue en 2022, en la primera y en la segunda vuelta de las últimas elecciones presidenciales. Este par de veces voté sin orgullo por Gustavo Petro, pero también sin vergüenza alguna. Ya me parecía una figura mucho menos renovadora y esperanzadora. Su estilo confrontacional de gobierno me disgustaba profundamente, así como su evidente arrogancia. No tengo ninguna duda de que Petro genuinamente representa a muchas personas, a sectores tradicionalmente excluidos de nuestro sistema representativo ―en el sentido amplio que ha explicado y construido cuidadosamente Felipe Rey―, pero tampoco tengo dudas de que sobreestima seriamente su representatividad. Ahora bien, esto ya lo sabía en 2022 y voté a conciencia por él. Lo hice porque, con sus infinitos defectos, representaba la promesa de materializar una de las promesas incumplidas de nuestra Constitución Política: la democracia participativa.

Por esto, lamento profundamente la insistencia del presidente Petro en su idea de iniciar un proceso constituyente. No porque sea un fetichista de la Constitución del 91, sino porque creo que este es un pésimo momento para embarcarse en semejante aventura.

Nuestra Constitución, como dije al principio, contribuyó a frenar los impulsos autoritarios de Uribe en 2010. Y es gracias a ella que no descendimos al autoritarismo de derecha con un tercer y cuarto periodo de quien en el fondo soñaba con quedarse por siempre en la Presidencia, así no lo admitiera. Y esto no es poca cosa: con la popularidad que entonces tenía Uribe, la opción de desobedecer a la Corte Constitucional no era para nada absurda. Se trató de un caso de resistencia institucional a todas luces destacable y ese es un patrimonio que debemos cuidar.

Petro no lo está cuidando, sino que parece empeñado en destruirlo. ¿Para quedarse él en el poder? No lo sé, pero quiero creer que no. Es más, en gracia de discusión asumo que no, que lo que quiere es que su legado sea dejar iniciado un camino de reemplazo constitucional. Sin embargo, me pregunto si Petro no estará cometiendo un grave error de juicio al subestimar seriamente las probabilidades de que ese reemplazo salga mal. Un proceso constituyente es un asunto muy serio, muy difícil, muy arriesgado. Allí todo se puede poner en juego. Todo lo que está mal en nuestro actual sistema institucional, sí. Pero también todo lo que está bien, que no es poco.

No deberíamos olvidar que ha sido la derecha más dura la que históricamente ha insistido en desmontar instituciones constitucionales tan importantes como la acción de tutela, en limitar el potencial de mecanismos participativos como la consulta previa, en resistir la garantía de los derechos civiles, políticos y sociales de nuestras “minorías insulares y discretas”, y un largo etcétera. Y hay una derecha local-global, bastante más dura que la derecha tradicional colombiana, que se podría ver sumamente beneficiada de ganar y asumir el poder en un sistema constitucional debilitado por un exceso de sacudones institucionales, paradójicamente producidos por golpes provenientes desde la izquierda.

Es tiempo de que Petro aterrice en la realidad y vuelva al pragmatismo. Van dos de cuatro años, y se han hecho cosas importantes. Una reforma tributaria de inspiración progresista, una terna impecable para la Fiscalía General de la Nación, una propuesta de reforma pensional en la que, hasta el momento, se han logrado acuerdos entre desacuerdos, una respuesta institucional no represiva y abierta frente a la protesta social. Y todavía se podrían lograr más cosas. Pero para ello hay que tener humildad, grandeza y mucho pragmatismo político. No se trata de renunciar al ideal de cambio progresista, sino de entender que la mejor manera de lograrlo, en el mediano y largo plazo, es demostrando que la izquierda puede gobernar para todos, de manera tal que en 2026 se logre la reelección, no del presidente, sino de una coalición de centro-izquierda que profundice en la transformación social, económica y política de Colombia. El riesgo de insistir en un proceso constituyente que le puede poner el país en bandeja de plata a un autoritarismo de derecha es demasiado grande como para seguir ignorándolo.

La construcción de la democracia participativa es, como diría Cristina Lafont, un largo camino por recorrer. Nadie, por sí solo, puede recorrerlo en un periodo presidencial. A lo mejor a que se puede aspirar es a dejar sentadas las bases para el cambio incremental, que no requiere un reemplazo constitucional, y desde ahí luchar para avanzar progresivamente. No existen atajos, y si Petro sigue buscándolos, vamos a terminar devolviéndonos en el camino. Digo todo esto no en contra de la izquierda, sino precisamente porque soy de izquierda. A ver si el fuego amigo sirve para algo.

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