Delinque y triunfarás
En el país del virtuosismo delictivo, bien hicieron en acabar con el programa Ser pilo paga. Todos sabemos que aquí la consigna es: ser pillo, paga
La verdadera transformación de Colombia no está en el Congreso. Una frase que parece arañar algunas de las íntimas creencias del petrismo, siempre empeñado en amamantar una especie de estado paralelo. El progresismo sueña con desarrollar su propia arquitectura institucional y jurídica. La que existe le estorba. Le talla como camisa de fuerza a escapista. O a demente.
La idea es otra: aquello que generará un evidente cambio en el país no son ...
La verdadera transformación de Colombia no está en el Congreso. Una frase que parece arañar algunas de las íntimas creencias del petrismo, siempre empeñado en amamantar una especie de estado paralelo. El progresismo sueña con desarrollar su propia arquitectura institucional y jurídica. La que existe le estorba. Le talla como camisa de fuerza a escapista. O a demente.
La idea es otra: aquello que generará un evidente cambio en el país no son las reformas que tramita el Congreso, porque todo lo que allí se apruebe, por aterrador y descabellado que resulte, tiene manera de recomponerse. En el amor, como en lo legislativo, el tiempo todo lo cura. Locura incluida. Y las locuras las estamos pariendo en todos los frentes. Los frentes… ¡son precisamente ellos los que van siendo responsables de una colosal transformación!
Frentes de todos los pelambres: guerrilla y guerrilleros vergonzantes; Clan del Golfo y “golfistas” vergonzantes; narcotraficantes y mafiosos vergonzantes; autodefensas y paracos vergonzantes. Como no se había visto en años, los maleantes se han fortalecido, son todopoderosos y operan a sus anchas. El Gobierno, vía funcionarios (o hermano del presidente), les ha “vendido” un estatus privilegiado. Desde allí se están apoderando de lo poco que quedaba del país. El terreno que se está perdiendo tardaremos décadas en recuperarlo.
La paz total sigue siendo un frágil sueño, una pompa de jabón que flota sobre los cardos del monte. Nunca habíamos tenido un Gobierno tan generoso, al extremo de que parece no distinguir entre el delito y la virtud. En Palacio de Nariño, el que entra queda contagiado del síndrome de Estocolmo. Patty Hearst habría sido excelente funcionaria de una Administración en la que pareciera germinar el fervor por los bribones.
Las regiones se están perdiendo. Los delincuentes ahora son multipropósito y sus cuadrillas demuestran efectividad en docenas de actividades oscuras. Los barrios son una escena criminal. La extorsión se apoderó de las ciudades. Cualquier municipio tiene dueño; en ocasiones dos y tres organizaciones luchan encarnizadamente por mantener la supremacía. Los comerciantes y los emprendedores son víctimas indefensas. La vida vale bien poco en la potencia cósmica de la fecundación.
Mientras, el presidente se reúne en la Escuela Superior de Guerra con los oficiales que ascenderán a coroneles y generales, para hablarles de todo menos seguridad. Deben ir tan bien las cosas, que no había necesidad de tocar el tema. Escuela Superior de Paz terminará llamándose una institución cuya tarea de preparar uniformados va pasando de moda.
Hasta el crimen transnacional se ha esfumado. A ello se debe que algunos hayan creído ver escapársele una sonrisa al canciller Luis Gilberto Murillo cuando su homólogo venezolano, Yván Gil, sostenía que el Tren de Aragua no existía. Dijo que la poderosa organización criminal había sido creada por una banda diminuta y despreciable: la de los medios.
Algo más de estilo para mentir tuvo el fiscal venezolano Tarek Saab, cuando aseguró en Caracol Radio que mucha razón tenía el canciller sobre la inexistencia del Tren de Aragua: ¡la organización había sido desmantelada! Mientras, el vecino de las cinco visitas a Caracas publicaba la segunda edición del periódico Vida, con soberbio titular en primera página: “Abran paso que viene el tren”.
Algunos creen que se trata de la misma locomotora que, vía Fiscalía, le pasó por encima al expresidente Álvaro Uribe, llamado a juicio cuando se anunciaba que aterrizaría en las pistas del Congreso un acto legislativo con superpoderes presidenciales. Diseñado para que el mandatario de turno otorgue generosos perdones judiciales y empolle indultos para los ejércitos de lacras.
¿El mensaje es que el Centro Democrático apoye la iniciativa para que, en caso de condena, pueda acogerse Uribe? Que no se confíe el expresidente: si quiere vivir sabroso y con garantía de impunidad, debe antes ir al monte, fusil en mano.
En el mundo patas arriba en que vivimos, donde la oscuridad es luz, hay que remodelar una hermosa frase de Santander para que quede más o menos así: “Las armas os dieron la independencia; conservadlas, porque ellas y las leyes os darán beneficios para que nunca perdáis la libertad”.
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