El cómic venezolano también migra
La ilustradora Laura Guarisco publica ‘Nido’, una conmovedora novela gráfica sobre la migración venezolana
Como muchos venezolanos que han salido de su país, la ilustradora Laura Guarisco (Caracas, 32 años) tiene El Ávila, el cerro tutelar de la capital de Venezuela, tatuado en la memoria. También en la piel, pues se hizo un diseño con esa silueta en su brazo izquierdo. “Así será la locura de los caraqueños con El Ávila”, comenta risueña al enseñarlo. En el brazo derecho, lo acompaña otro tatuaje. Un dibujo de la ‘Reinita migratoria’, el ave que usa como analogía en Nido (Planeta Cómic), la conmovedora novela gráfica que acaba de publicar sobre la ...
Como muchos venezolanos que han salido de su país, la ilustradora Laura Guarisco (Caracas, 32 años) tiene El Ávila, el cerro tutelar de la capital de Venezuela, tatuado en la memoria. También en la piel, pues se hizo un diseño con esa silueta en su brazo izquierdo. “Así será la locura de los caraqueños con El Ávila”, comenta risueña al enseñarlo. En el brazo derecho, lo acompaña otro tatuaje. Un dibujo de la ‘Reinita migratoria’, el ave que usa como analogía en Nido (Planeta Cómic), la conmovedora novela gráfica que acaba de publicar sobre la diáspora venezolana que se ha desbordado a la vecina Colombia y al resto de América Latina.
Desde la camiseta vinotinto hasta la maleta con los colores de la bandera que tantos venezolanos llevan a cuestas, toda la carga nostálgica de la migración está presente en las viñetas de Nido. Un cómic que retrata el trasegar de esos viajeros que han atravesado páramos y montañas, en autobús, a pie o haciendo autoestop, para afincarse en busca de oportunidades en alguna ciudad colombiana.
“La historia buscaba conectar con la parte emocional”, hacer memoria colectiva sobre una herida que llevan muchos venezolanos, cuenta Guarisco, arquitecta e ilustradora que vive en Medellín, en la terraza de un café sobre la Avenida Jiménez en el centro histórico de Bogotá, en la falda del cerro de Monserrate, que palidece frente a El Ávila. Lo hace en los márgenes del Festival Entreviñetas, un espacio dedicado al cómic y sus artes afines que la trajo de visita el mes pasado a la capital colombiana.
El libro comienza con una escena de observación de aves que introduce a Ángel, el protagonista que ha cruzado la frontera en medio de vicisitudes para asentarse en Medellín, como la propia autora. Lo hace empujado por la escasez, la hiperinflación y la violenta represión de las protestas en Caracas contra el régimen de Nicolás Maduro, un evento real que se funde con la ficción novelada. En los dibujos casi se puede escuchar el sonido de las rueditas de maletas que se ha convertido en la banda sonora de los puentes binacionales entre Cúcuta y el estado venezolano de Táchira, el cuello de botella de uno de los mayores flujos de migrantes en el mundo.
Más de siete millones de personas han salido de Venezuela en sucesivas oleadas, empujadas por la crisis política, social y económica. Aunque se han dispersado por todo el continente, Colombia es por mucho el principal país de acogida. Las cifras oficiales –con corte a octubre de 2022– muestran que 2,9 millones de venezolanos viven de este lado de la frontera, la inmensa mayoría con vocación de permanencia. De ellos, casi 240.000 están en Medellín.
Cada migrante arrastra su propia historia. Guarisco decidió salir de Venezuela en 2016. “En ese momento trabajaba en una oficina de arquitectura, pero había muchísima inflación; una de las razones principales era porque ya no me alcanzaba la plata para muchas cosas”, relata. “Ya muchos se habían ido del país, me estaba quedando sin amigos en la ciudad donde vivía y empecé a buscar ofertas de trabajo en Colombia”, recuerda. Su mamá nació en Barranquilla, por lo que sacó la doble nacionalidad y llegó en un primer momento a la capital del Atlántico, donde aún tiene familiares. Allí trabajó como dibujante en proyectos de arquitectura y después se mudó a Medellín.
Aunque los dibuja con lujo de detalles en Nido, nunca cruzó los puentes que conectan Táchira con Norte de Santander –aunque sí que ha cruzado la frontera por Maicao, más al norte, en La Guajira, cuando era imposible conseguir tiquetes de avión–. “Me impactó mucho ver en las noticias toda esa gente atravesando el puente, me ponía en sus zapatos. Me movía mucho ver a veces familias enteras cruzando con sus maleticas, y también las historias de mis amigos. Muchos de los que hice en Medellín atravesaron esa frontera para llegar a Colombia”. Recopiló información fotográfica, vio documentales, trasladó lo que observó en Maicao y también hizo toda la ruta en Google Street View para plasmarla en un relato que engancha de principio a fin.
–¿Se propuso construir un personaje arquetípico de la diáspora?
–Quería construir un personaje que se viese muy venezolano. Y en verdad es trozos de mis amigos venezolanos. Las historias que estaba viendo, escuchando, las que me contaba gente cercana y no tan cercana, terminaron resultando en Ángel cuando lo fui a dibujar. Siempre imaginé un personaje masculino porque quería contar la historia desde las manifestaciones. Me impactó mucho, cuando fui a marchas, ver hombres muy jóvenes que se quedaban hasta el final. Físicamente terminó resultando en pedacitos de amigos. Al final, todas las historias que ocurren en Ángel nos han pasado a muchos. Todos sufrimos no tener agua, el desabastecimiento y las marchas, directa o indirectamente; todas esas manifestaciones o los muertos.
–Dice el escritor griego Theodor Kallifatides que emigrar es alejarse de uno mismo. ¿Cómo lleva esa distancia con Venezuela?
–Es cierto que te alejas de la persona que eras, pero también te acercas a una completamente nueva, que no sabes cómo es. Y termina resultando en una nueva persona. La experiencia con Venezuela al principio era muy dolorosa. No es lo mismo irse del país por una decisión propia, para estudiar algo, conocer una nueva cultura o turistear, a tener que irte porque no tienes otra opción. Es irse forzadamente y dejar atrás familia, amistades, lugares o quién era uno. Es una especie de duelo. El dibujo me ayudó a sacar todas esas emociones y poder enfrentarlas, bajarlas al papel y verlas desde afuera. Mi relación con Venezuela está un poco más en paz. He sanado muchas cosas. Ya puedo hablar de Venezuela tranquilamente, ya he vuelto. Me siento de ambos sitios, porque uno no puede ser de ningún lugar. Uno es de los lugares donde existe, de forma temporal o permanente. Hay que apropiarse también de donde uno está viviendo.
–¿Ya considera a Medellín su hogar?
–Sí. Además, Medellín fue una ciudad que me acercó nuevamente a la historieta, a encontrar los espacios que me ayudaron a seguir trabajando en eso que quería ser. Desde que era niña siempre quise hacer cómics. Aparte se parece mucho a Caracas, me recuerda a mi ciudad de origen. Encontré personas maravillosas que me fueron abriendo camino. Entonces, le tengo mucho cariño. Ya son casi siete años, me siento de Medellín, aunque siempre me pregunten de dónde soy cuando me escuchan mi acento.
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