Sin miedo al volcán: antes morir que irse del Nevado del Ruiz

25 militares de la base de Cerro Gualí y decenas de campesinos explican cómo viven en medio de la alerta por una posible erupción volcánica. “Aquí el peligro no es la avalancha, sino la piedra que podría venirse encima”, dice uno de ellos

Campesinos viven en medio de la alerta en la zona que debe ser evacuada por la emergencia del Nevado del Ruiz.Santiago Mesa
VANESSA DE LA TORRE
Villamaría (Caldas) -

La base militar del Cerro Gualí, en Caldas, queda a 4.500 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí 25 soldados custodian día y noche el volcán Nevado del Ruiz. Lo tienen justo al frente, a seis kilómetros de distancia, transpirando una humareda densa que parece una nube de dibujos animados. De no ser porque sabemos que en sus entrañas arde el fuego de una potencial tragedia, sería la foto de una postal inolvidable.

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La base militar del Cerro Gualí, en Caldas, queda a 4.500 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí 25 soldados custodian día y noche el volcán Nevado del Ruiz. Lo tienen justo al frente, a seis kilómetros de distancia, transpirando una humareda densa que parece una nube de dibujos animados. De no ser porque sabemos que en sus entrañas arde el fuego de una potencial tragedia, sería la foto de una postal inolvidable.

Hay, por lo menos, seis ojos mirándolo sin pausa desde diferentes posiciones del centro militar que es, también, un importante punto de telecomunicaciones. Hay antenas de televisión, de radio, de telefonía celular, de la fuerza pública y de la Aeronaútica Civil. Las voces que se comunican de un lado al otro del país son reproducidas desde este cerro.

Para llegar al Gualí hay que recorrer una carretera que el Invías está terminando de pavimentar y que, en mejores tiempos, conduce al Parque Nacional Los Nevados. Allí llegan centenares de turistas los fines de semana y, cada año, las candidatas al reinado nacional del café que se celebra en Manizales se toman fotos jugando con la nieve. En la zona hay glampings, fincas lecheras, un par de restaurantes, lagunas y balnearios de aguas termales. Es un esplendoroso paisaje de páramo donde sobresalen enormes frailejones dorados, verdes y cafés, que llevan siglos lidiando con el viento y el sol. Las montañas tienen grietas horizontales de colores que, aseguran los vecinos, son las huellas de las diferentes erupciones que ha hecho el volcán. El comercio está cerrado. Las autoridades han definido un radio de 15 kilómetros alrededor del cráter para evacuar y, aunque no todos se han ido, el paisaje se ve desolado. Sin visitantes, sin clientes.

Vista del nevado del Ruíz, en Herveo, Tolima, el 26 de abril de 2023.Santiago Mesa

“No ha habido turistas, no dejan pasar. Solo vienen los que viven cerca, pero turistas nada”, cuenta Angie Lorena Suárez, la vendedora de una pequeña tienda de ropa de montaña, dulces y café. Ella, cuenta, decidió volver a abrir esta semana “como para que la gente no vea todo tan cerrado”, explica. Solo pasan quienes están arreglando la vía y algunos campesinos del sector que llevan y traen papas o ganado.

Los que se fueron de la zona lo hicieron al comienzo de la emergencia, cuando recién se declaró la alerta naranja que está cumpliendo un mes. “Estamos muy tristes porque se han ido muchos vecinos de acá de la vereda, como quince. Se han ido por miedo”, dice Santiago Pineda, un habitante del lugar.

Él y su esposa Carolina Morales cuidan una finca que produce mil litros de leche al día y que requiere de mucha mano de obra para funcionar. Seis familias trabajan allí. A las vacas hay que ordeñarlas dos veces al día. Los trabajadores tienen un arraigo especial con esta tierra y aunque quisieran no tienen para dónde partir. “Nosotros queremos mucho esta finca porque crecimos desde niños en ella, ¿uno cómo se va a ir y dejar todo?”, se pregunta Carolina mientras amasa arepas de maíz que acaba de moler y calienta agua de panela. “Aquí la alerta es por ceniza y piedras y porque sentimos muchos temblores. Anoche volvimos a sentir hartísimos. Pero no tenemos miedo. Qué nos vamos a poner a irnos, ¿para dónde? De pronto, si le dieran a uno alguna ayuda, pero no. Mejor estar en la casita de uno”, concluye.

Carolina y Santiago tienen dos hijos. A la mayor, Carol Jimena de 10 años, la profesora le lleva las guías de estudio y una vez a la semana le da clases virtuales por videollamada. A Matías, el menor, de 4 años, lo cuida la mamá y por ahora no tiene escuela. Hay unos 20 niños en la vereda pero no todos tienen conexión para recibir las clases virtuales ni padres con tiempo suficiente para ayudarlos a estudiar. “Hay unos papás que no tienen tiempo, que ordeñan, que trabajan en los cultivos de papa. Y las mamás estamos siempre en la cocina despachando trabajadores. No tenemos tiempo tampoco”, explica Carolina.

Ellos, y todos con los que hablamos, adoran el volcán. Es imponente y hermoso. Han convivido con él desde siempre y están convencidos de que le saben leer su temperamento. Están acostumbrados a sus rugidos, sus fumarolas, sus cambios de color y, claro, sus emergencias, como la de ahora. Pero coinciden, eso sí, en que ha cambiado. No solamente sienten los temblores.

Cuenta Don Leo, un viejo bonachón y conversador de 77 años que lleva más de 50 viviendo en el área y que habla con la lengua atravesada, que incluso el clima se ha vuelto diferente. “Ha cambiado mucho, hay como unos huracanes muy fuertes últimamente; unos ventarrones que antes no había”, asegura. “El clima se ha vuelto más tibio, no está haciendo frío, fíjese. Nos está como avisando algo”, concluye.

Don Leonardo Ortiz permanece a 4.200 metros de altura, cerca de la base militar. Es el custodio de las antenas de Caracol y RCN Televisión y tiene en su habitación un improvisado museo del volcán. “Somos amigos”, dice. “Hay que temerle, a la naturaleza hay que temerle. Es de mucho respeto. Y a la vez hay que tenerle confianza. Aquí el peligro no es la avalancha, sino la piedra que podría venirse encima”, explica, y asegura que tiene dónde resguardarse en caso de una erupción.

Él ya sabe cómo es eso porque lo vivió en 1985 y se le nota en los ojos lo que vivió ese día. “La avalancha no la vimos porque era de noche, pero la sentimos. Sentimos que bajaba algo muy grande. Se sentía la vibración. Y al día siguiente, cuando vimos lo que había ocurrido, quedamos asombrados. Todo quedó destruido, las carreteras, los puentes. Todo”, recuerda. Hoy vive solo de lunes a viernes, y los fines de semana viaja a Manizales a ver a su familia. Es vecino de la unidad móvil en la que opera la emisora del Ejército. Una cabina de radio básica desde donde los uniformados emiten música, noticias, mensajes de alerta y de cuidado para los habitantes del área. Han repartido 200 radios en la población para que los sintonicen. La idea es mantenerse lo más informado posible.

Evelio Ortiz, 70 años, campesino de la zona en riesgo Herveo, Tolima, a 6 kilometros del nevado del Ruíz, mientras ara tierra, en Herveo, Tolima, el 27 de abril el 2023.Santiago Mesa

En la vereda Papayal, al otro lado de la montaña, sobre una carretera sin pavimentar, camina un militar con un megáfono: “El Ejército Nacional le informa cuáles son las medidas de protección ante la caída de ceniza volcánica. Recuerde evitar el uso de lentes de contacto para no irritar sus ojos, cubra los alimentos y depósitos de agua, limpie de ceniza las canales y los techos (…) Permanezca en casa con las puertas y las ventanas cerradas en lo posible. Si tiene que salir, utilice tapabocas o un pañuelo humedecido con agua”, retumba entre las montañas.

La vereda está en el rango de los quince kilómetros del cráter, y ya nadie debería estar allí. Pero los que quedan no tienen intención de marcharse. Es el arraigo, la vida, el pasado y el único futuro que conocen. Están, además, convencidos de que esta vez no será distinto a las otras tantas que han visto a su volcán alborotado.

Pero volvamos a la base militar. Para llegar a su cima, donde está el centro de operaciones, hay que subir 200 escaleras empinadas, de cemento y de paradas obligadas porque el oxígeno escasea. Arriba, un chocolate caliente cocinado en agua ayuda a recuperar el ánimo.

El lugar tiene lo básico: una cocina con alimentos suficientes para un par de semanas; enfermería para primeros auxilios y tanques de oxígeno por si se necesitan. El mal de altura es parte de la cotidianidad. Hay habitaciones revestidas que servirían como búnkeres en caso de necesidad y trincheras para protegerse del viento y del frío. Hay máscaras de oxígeno, cascos pesados para evitar el golpe de una piedra volcánica en la cabeza; más antenas de comunicación, mapas, pantallas que reproducen en tiempo real la actividad del volcán suministrada por el Servicio geológico colombiano; radios y los 25 militares pausados, concentrados y convencidos del servicio que están prestando. Si el volcán estalla, ellos serán los encargados de contarle al país.

Como tienen el cerro al frente, no tienen riesgo de ser arrastrados por una eventual avalancha, pero sí de recibir lo que los expertos llaman material piroclástico: cenizas, piedras, todo lo que pueda salir de la profundidad de la tierra. Viven en alerta y en calma. Caminan armados, despacio, y agradecen la visita. Somos los primeros periodistas en llegar a verlos en esta contingencia y, ojalá, les digo, no tengamos que volver. Porque si lo hacemos, les digo, es porque ocurrió una mala noticia que nadie quiere que ocurra.

Vista del nevado del Ruíz, en Villamaria, Caldas, el 25 de abril de 2023.Santiago Mesa

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