Columna

Tres problemas

Tome nota, presidente Petro: llevamos décadas siendo presa de una insana dinámica con los mismos líos. El país déjà vu

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, el 15 de agosto de 2022.CHEPA BELTRAN / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Colombia tiene tres grandes problemas: su gente, el clima y sus dueños. Y los tres danzan juntos, alegremente. Ninguno aparece en los listados tradicionales de males criollos, donde puntean la corrupción, la violencia o la clase política. Sucede que estos, tenidos como grandes males, son en realidad fruto de un triunvirato que nos rige sin que estemos plenamente conscientes.

El clima, que debería ser una herramienta de progreso, aquí es enemigo implacable. No tenemos estaciones, así que la producción agraria conserva una constante anual que nos aleja de las privaciones que, por temporad...

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Colombia tiene tres grandes problemas: su gente, el clima y sus dueños. Y los tres danzan juntos, alegremente. Ninguno aparece en los listados tradicionales de males criollos, donde puntean la corrupción, la violencia o la clase política. Sucede que estos, tenidos como grandes males, son en realidad fruto de un triunvirato que nos rige sin que estemos plenamente conscientes.

El clima, que debería ser una herramienta de progreso, aquí es enemigo implacable. No tenemos estaciones, así que la producción agraria conserva una constante anual que nos aleja de las privaciones que, por temporadas, sufren otras naciones. Abunda el agua, contamos con infinidad de microclimas y la temperatura varía poco durante el año. Pero esa posición privilegiada es también la que permite la proliferación de cultivos ilícitos, el gran combustible de la corrupción y la violencia.

Guerrilleros, paramilitares, bandas delincuenciales y hampones de toda calaña aprovechan este paraíso tropical para financiarse con venenos naturales ampliamente apreciados en el mundo. Solo dos situaciones podrían clausurar este infierno. Una, la legalización, que de nada sirve si no es una decisión transnacional, y que solo convertiría al país en un paria planetario. La otra, algo más compleja y demorada: una variación en el eje de la tierra.

Segundo problema: su gente. Cualquier persona a la que usted pregunte le dirá, sin dudarlo, que lo más bello que tiene Colombia es su gente. De hecho, en las mediciones que cada tanto se hacen sobre la gente más feliz del mundo, Colombia ocupa importantes casillas. En las de desarrollo, ciencia, seguridad y cobertura de servicios solemos estar bien al fondo, pero en la de la felicidad dizque somos líderes.

Esa gente maravillosa es la que aprovecha cualquier ascenso social para robar. Esa gente grata es la que descuartiza con motosierra y convierte en trozos a sus semejantes. Esa gente linda es la que resuelve sus problemas a tiros o machetazos. Esa gente cálida es la que extorsiona, roba y secuestra. Esa gente preciosa es la que destruye los bienes públicos y tira la basura en calles y ríos. Esa gente excelsa es la que expele odio frase de por medio. Menos del 2.5 por ciento de los habitantes de este país son extranjeros. Así las cosas, el grueso de estos comportamientos cavernarios no son culpa de austriacos, bolivianos o camboyanos. Somos nuestros peores enemigos.

Tercer problema: los dueños, porque todo en Colombia tiene un dueño que ejerce con eficiencia y de manera paralela a la ley. Las calles tienen dueños y quien cruza sus barreras invisibles, muere. Los municipios tienen dueños que, armados hasta los dientes, arrinconan a la autoridad constitucional. Monte usted un diminuto negocio, panadería o tienda de esquina, y a los pocos minutos recibirá notificación de lo que mensualmente debe pagar al “dueño” del sector. Desarrolle alguna empresa en las regiones y de inmediato se le informará sobre las coimas que debe cancelar. El país tiene cientos de miles de dueños, que el Estado es incapaz de controlar.

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El clima, la gente y los dueños se complementan con aterradora efectividad para que el país se agite sobre una caminadora de gimnasio: nos movemos, pero no avanzamos. Somos un fenomenal déjà vu, donde los problemas sin resolver son, una y otra vez, los mismos. Estamos condenados a ser nosotros. A prisión perpetua. Afortunadamente en el cadalso estamos rodeados de gente “maravillosa”.

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