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¿Por qué no invierten los empresarios?

Los flujos del exterior están rompiendo récords históricos, mientras que los inversionistas locales prefieren refugiarse en el mercado financiero en lugar de poner su dinero en negocios y empleos

Los inversionistas extranjeros confían en la economía mexicana, los empresarios nacionales no tanto. Los flujos que llegan del exterior están rompiendo récords históricos, mientras que los inversionistas locales han preferido refugiarse en el mercado financiero en lugar de poner su dinero en negocios y empleos. Para desgracia de México, el aporte extranjero representa apenas la décima parte de la inversión total; el resultado es que la economía no está creciendo. Y no lo hará hasta que miles de empresarios decidan invertir.

En cierta forma las dos partes están entrampadas. Para el Gobierno de la Cuarta Transformación, resulta imprescindible que el empresariado salga de su marasmo y reactive la economía. Y lo necesita porque tras el enorme mérito de sacar a 13,5 millones de personas de la pobreza, gracias al aumento del salario mínimo y las derramas sociales, el Gobierno tiene dificultades para financiar la siguiente ronda, por así decirlo. Logró mejorar la distribución del pastel, pero si el pastel no crece la única manera de seguir beneficiando a los pobres es quitándoselo a los ricos, lo cual terminaría por provocar que estos se lleven su rebanada a otro lado para ponerla a salvo.

La falta de crecimiento también es un problema para el empresario. No crecer conlleva el riesgo de ser rebasado por la competencia, estancarse tecnológicamente, convertirse en rehén de los vaivenes bursátiles, paralizar la formación de patrimonio. No invertir es una opción coyuntural para los períodos de vacas flacas, pero no es una opción permanente. Y la realidad es que el Gobierno de la 4T llegó para quedarse un buen rato. Lleva siete años en el poder y muy probablemente lo mantendrá otros once más. En total 18 años, demasiado para mantenerse en estado de hibernación o casi. Para efectos prácticos, los empresarios saben que no hay una vía electoral competitiva para modificar el escenario político. Lo que hay es la 4T y la necesidad de entenderse con ella.

Las dos partes lo saben y, en principio, las dos están interesadas en encontrarse. Así lo demuestra el Plan México, los acuerdos sobre salarios mínimos, la reducción de horas trabajadas, las muchas reuniones sostenidas. Pero el cambio no llega. ¿Por qué? ¿Se trata solo de una cuestión de tiempo o las resistencias a invertir persistirán y nos condenarán a crecimientos magros e insuficientes?

Imposible en este espacio abordar los motivos que explican el temor de los empresarios y la falta de certidumbre para invertir. Es un tema complejo que no admite lecturas simplistas. Trump y sus veleidades y amenazas son solo una parte de la explicación; las diferencias ideológicas y políticas también. Pero lo principal no me parece que esté allí. El dinero no tiene ideología; como el agua, fluye allá donde encuentra su mejor cauce (como bien lo demuestra la inversión en China o en Singapur). Un comerciante no decidirá si abre o no una nueva sucursal en función del partido por el que votó, sino a partir de sus posibilidades y del cálculo de éxito o fracaso; lo mismo vale para un pequeño industrial. Antes incluso de López Obrador la iniciativa privada había mostrado fuertes reticencias, como lo demuestra el hecho de que de 2000 a 2018 el crecimiento promedio fuera 2% anual, apenas superior al incremento demográfico. Y sin duda, muchos de los cambios planteados por el Gobierno de la 4T han introducido un nerviosismo adicional.

Inventariar las razones por las cuales los empresarios no se deciden a arriesgar tampoco es difícil. Un cóctel embrollado de todo tipo de desincentivos: falta de crédito, inseguridad y extorsiones, corrupción, rigidez de la administración pública, imposibilidad de competir con productos de importación, aduanas, mano de obra calificada, falta de energía o infraestructura, inseguridad jurídica, entre otros. Y, también hay que decirlo, vicios del capitalismo de cuates, adicción a la ganancia rápida, rentismo y especulación.

Y sin embargo, las dos partes pueden hacer mucho para comenzar a desenredar con paciencia y colaboración cada uno de estos problemas, a condición de encarar los siguientes puntos.

1. No hay peor escenario que atrincherarse cada uno con sus prejuicios. El Gobierno de la 4T tendría que asumir que en estos momentos la mejor manera de luchar en favor de los pobres consiste en generar empleos y para ello es necesario propiciar un clima favorable a la inversión. Mantener el poder solo para ser el dueño de la cobija que no alcanza a tapar a todos, sería un desperdicio de la oportunidad que significó gobernar al país; envolverse en el patria o muerte, en la celebración de “se las metimos doblada en las urnas”, sin que disminuya el 56% de los trabajadores que laboran en el sector informal, es irresponsable. Ser de izquierda en este momento es ponerse a trabajar para que la mayoría de las personas tengan un empleo digno.

2. El sector empresarial debe entender que tras 35 años de pérdida de poder adquisitivo de las mayorías se requiere un fuerte ajuste. Ningún sistema puede sostenerse si no hace algo respecto a las inercias que profundizan la desigualdad. Por el bien de todos, primero los pobres, no es solo un pronunciamiento ético, es una estrategia indispensable para la estabilidad y viabilidad de la sociedad mexicana. El tema es cómo.

3. Ni el Gobierno ni el empresario son una abstracción. Ambos necesitan conocerse mejor. La 4T es muchas cosas y Morena es una amalgama política. Pero en este momento es conducida por un liderazgo moderno y profesional, como es el de Claudia Sheinbaum. Tiene el apoyo popular y la fuerza política para explorar una mezcla razonable entre crecimiento y distribución. Una oportunidad histórica que podríamos no volver a tener. Y viceversa. El empresariado es mucho más que la docena de dueños del dinero que forman el consejo asesor de la presidenta. Se entiende por qué están allí y el carácter ejemplificativo que tienen para los cientos de miles de empresarios restantes. Pero están sobre representados. Se corre el riesgo de que la pequeña y la microindustria, incluso la mediana, que en conjunto son responsables de la mayoría de los empleos, no tengan manera de expresar sus necesidades, que no siempre coinciden con las del gran capital.

La iniciativa privada necesita hacer algo más que simplemente sentarse a escuchar las propuestas del Estado y dejarse convencer o no. Requiere hacer su propio planteamiento, definir en qué circunstancias están dispuestos a participar para hacer posible “primero los pobres por el bien de todos”. Y una vez que lo tengan, encontrarse a medio camino con la propuesta del Gobierno. La única salida para México es una conciliación inteligente del poder político y el poder económico. No se trata de imponer un proyecto de nación castigando al otro, sino de encontrar la mejor versión posible del país que podamos construir entre todos.

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