Ir al contenido

Lo curas

García Barcha ha cuajado una novela visual donde cada cuento oscila en diferentes decibeles y sismógrafos conformando una impactante partitura sinfónica-ocular

Si quieres y puedes, lo curas. Si quieres -con voluntad, afán y empeño- lo curas sin receta y si puedes -con habilidad e inteligencia- lo curas de entrada, sobre la marcha y al mero final. Quizá hablo de mi alcoholismo en feliz remisión, pero no me refiero al cáncer ni a cierta forma de hepatitis. Hablo del problema esencial del arte ante la enfermedad de la ignorancia, la polio de la pendejez o la metástasis de la desidia y amnesia. Lánguidos versos de un poeta atrevido intentan a través del tiempo cuajar un instante de eternidad que nos ayude a entender todos nuestros tiempos y la sufrida acuarelista anónima produce diminutos oleajes de colores en agua para congelar ya para siempre el último atardecer del Pedregal de San Ángel como arcoíris sobre una silla vacía. Hablo del cuento de un novelista que -ajeno al ensayo evita la crónica- y cuaja sobre un páramo de páginas blancas el retrato de la ciudad más grande del mundo, con solo dar voz al delirio en murmullos de la brillantez y la estulticia. Hablo de la película Las locuras de Rodrigo García Barcha que esta semana inició su recorrido en pantallas grandes de salas de cine y que a partir del 20 de noviembre ha de conquistar al mundo entero a través de Netflix.

He seguido de cerca la filmografía García Barcha y celebré hace dos años Familia (también vía Netflix) pero me quejaba de que -habiendo crecido en la ahora CDMX- ya sería hora de que Rodrigo hiciera una peli defeña. Ya era hora y de qué manera: con pinceladas minuciosas Las Locuras recorre un íntimo biombo de la Chilangolandia Clasemediera. Había una enfermedad cinematográfica ante las muchas pantallas de la Ciudad de México: o la cíclica fiebre de Los olvidados y las callejas proletarias o la ronda generacional de los muy muy ricos ya encerrados por El fantasma de la libertad o la mezcolanza posmoderna de tantos Amores perros… sin olvidar los cuadriláteros de los luchadores y las burbujas de las ficheras danzoneras, pero esa fiebre ya se cura con Las locuras de Rodrigo García Barcha donde la ciudad del amor enredado y el odio por horas queda retratada en las escalinatas del único Metro anaranjado del mundo parecen cuadros de Escher en movimiento y los vagones como asardinados ataúdes en donde la vida misma se aleja por la ventanilla ahumada o en un sigiloso agarrón de nalgas. Por aquí la casona decimonónica que vale una fortuna aunque se caiga a pedazos y el segundo piso del Periférico utópico como pista para Ubers y la lluvia, la misma lluvia que siempre parece caer en el pasado.

Hay locuras para la esperanza, cantaban a dos voces Silvio y Pablo, y locuras para el dolor, pero Rodrigo ha trazado el perfil de la CDMX con las impecables interpretaciones de una mujer que lleva un candado al tobillo por haber cometido locura contra una locura, y luego vemos la locura de una alcohólica al filo de la recaída en la loca sobremesa de las locuras de su familia endiosada y la locura de la veterinaria y su cálido servicio de eutanasia canina y la locura de una mujer casada que de pronto descubre la elación lésbica y la locura de un hombre capaz de vender una casa decimonónica al primer hervor. Me encanta la película Las locuras no solo por la dirección de García Barcha sino por todos los mosaicos que la conforman: las actuaciones magistrales de mujeres y hombres como personajes palpables en el espejo, la música de cada una de las escenas y su silencios… y hasta la actuación de un perrito que sale como alma en pena en una escena tremenda al filo de un diluvio.

Lo malo de tener un amigo casi familia y verificado chingón es que mis párrafos parecen poco objetivos y creo que podrían ponderarse como hipérbole o exageración, pero sin poder revelar la película entera y sus muchas caras reitero con sosiego que estamos ante un libro de cuentos que se lee como novela -algo que Rodrigo ya ha ejercidos en otras de sus películas (algo que celebraría hoy mismo y de pie su padre, como frustrado director cinematográfico) porque ahora lo hace hilando Las locuras de seis historias entrelazadas con pespunte fino: seis mujeres que pasean sobre la trama la lucha incesante, la dignidad encendida, la transgresión y sus puestas en escena (con y sin máscara) y el enorme valor de defender a greña suelta y contra toda cordura la locura normalizada.

En ese telón y tenor esta película pone a la vista las locuras que nos rodean y encarnamos, los quiebres que nos sacan de la casilla racional e incluso los reducidos espacios de confinamientos obligatorios que pueden volverse el ancho pastizal para la liberación. La loca liberación de colgarse de los barrotes como monos o gritar a voz en cuello en medio de cualquier Ciudad de México para que millones de silentes sigan sus vidas sin oírnos. García Barcha ha cuajado una novela visual donde -repito- cada cuento oscila en diferentes decibeles y sismógrafos conformando una impactante partitura sinfónica-ocular: las mentes y las dementes proyectadas para vista y revista de todas las locuras varias que hemos de sosegar al contemplar en espejo la ventana llovida de las vidas, ciudades invisibles de la razón de la sinrazón sobre el lente de la cámara como atril, donde si quieres y puedes lo curas todo.

Sobre la firma

Más información

Archivado En