Días de FIL
La mejor parte de la cita literaria es también la que menos reflectores tiene: la relación entre los lectores, los libros y sus autores
Desde la tarde, hace muchos años, en que noté que mi profesor de matemáticas de la secundaria se encontraba hombro con hombro con Carlos Fuentes, en un lavamanos de los baños de la Expo, recinto que alberga desde siempre la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, he sabido que esta fiesta puede resultar asombrosa incluso en el menor de sus detalles.
Hay un lado público de la FIL del que se da cuenta todo mundo. A los políticos les gusta como pasarela y asoman por su...
Desde la tarde, hace muchos años, en que noté que mi profesor de matemáticas de la secundaria se encontraba hombro con hombro con Carlos Fuentes, en un lavamanos de los baños de la Expo, recinto que alberga desde siempre la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, he sabido que esta fiesta puede resultar asombrosa incluso en el menor de sus detalles.
Hay un lado público de la FIL del que se da cuenta todo mundo. A los políticos les gusta como pasarela y asoman por sus instalaciones para dárselas de escritores (lo que suele resultar risible, porque todo el mundo sabe que, con escasísimas excepciones, son otros quienes les redactan los libros que ellos, tan contentos, presumen como propios) y de lectores empedernidos (lo que ha dado episodios tan hilarantes como el que se produjo cuando el entonces aspirante presidencial Peña Nieto no supo mencionar tres títulos de lecturas relevantes en su vida).
El sábado anduvo por la feria Samuel García, exgobernador de Nuevo León y ahora precandidato a la presidencia por Movimiento Ciudadano (así son los prefijos de la política mexicana: entre ex y pres anda la cosa). ¿Alguien creerá que Samuel, un político obsesionado con las redes y que es famoso por los desatinos que publica en ellas, es un pensador y un ensayista de valía? ¿El mismo Samuel que, en un video en vivo, dijo que, manejando a cien kilómetros por hora, en una línea recta, se recorrería una distancia de cien kilómetros en hora y media? Seguro que no, pero muchos, sobre todo en la cobertura y el comentario de la fuente política, hacen como si se lo creyeran.
Total: el sábado, la nota era que el expresidente y precandidato a la terapia de control de la ira (buena falta le hace), Vicente Fox, había tildado en redes de “dama de compañía” a Mariana Rodríguez, esposa de Samuel, y notoria influencer de las redes. Y que Mariana le dio una tunda a Fox, porque al parecer, debajo de su apariencia de “fosfo fosfo” es capaz de comunicarse con mucha mayor claridad y precisión que el vetusto panista. Y le dio una tunda de antología.
Por otro lado andan en la FIL, también tan campantes, un montón de “intelectuales orgánicos” de la actual Administración que, en años anteriores, atacaban a la feria cuando su líder estaba enojado con ella. Ahora que las asperezas parecer haberse limado, pues se vuelven locos de felicidad por presentar libros y mostrarse, felices y contentos, por estos lares. Aunque, en honor a la verdad, hemos de decir que nunca dejaron de venir, ni de asistir a los mejores restaurantes de la ciudad. Y si hubieran querido ser congruentes, pues no se hubieran metido en política, claro. A quién se le ocurre pensar otra cosa. Da gusto verlos aliviados de no tener que ir poniendo cara de que no les gusta la FIL cuando, obviamente, les encanta.
Gracias a la fortuna, hay otro lado que, aunque colectivo, suele tener menos reflectores. Y es la mejor parte de la FIL: la relación entre los lectores, los libros y sus autores. Esa comunión, que se compone de ejemplares atesorados, de charlas en las presentaciones, de fotos en el celular y dedicatorias en los pasillos, es la que ha hecho a esta feria la mejor del idioma y la referencia de un festival cultural de este tipo. Ayer, sin ir más lejos, me tocó tomarme un café al lado de una señora emocionada porque el domingo va a conocer en persona a Cristina Rivera Garza. Una lectora que se ríe cuando le menciono que también podría escuchar lo que sea que diga Samuel…
La FIL, pues, es una breve y brillante república de lectores, que dura nueve días, y en la que miles nos encontramos para charlar, mientras los políticos se creen que la fiesta es de ellos.
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