El embate político contra la FIL
Ha habido un ambiente enrarecido, con intentonas que buscaron boicotear el encuentro de las letras y las ideas
“¡Muera la intelectualidad traidora!”. Estas fueron las palabras, según la versión más fiable, que el franquista Millán Astray pronunció en la Universidad de Salamanca en contra de Miguel de Unamuno, su rector, en octubre de 1936. A pesar de la imposibilidad de conocer el intercambio exacto entre el filósofo y el militar, la anécdota pasó a la historia por distinguir con claridad que fuerza y razón no son la misma cosa.
El enfrentamiento se convirtió rápidamente en una...
“¡Muera la intelectualidad traidora!”. Estas fueron las palabras, según la versión más fiable, que el franquista Millán Astray pronunció en la Universidad de Salamanca en contra de Miguel de Unamuno, su rector, en octubre de 1936. A pesar de la imposibilidad de conocer el intercambio exacto entre el filósofo y el militar, la anécdota pasó a la historia por distinguir con claridad que fuerza y razón no son la misma cosa.
El enfrentamiento se convirtió rápidamente en una suerte de parábola, debido a lo insólito que es que alguien se atreva a sentenciar la muerte de la inteligencia. Salvando las distancias, he pensado en este pasaje de la historia para intentar explicar cómo es posible que, desde el poder político, se ataque al que es probablemente el acontecimiento cultural más relevante de Iberoamérica: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), la segunda más grande del mundo.
Ha concluido una edición más de la FIL en un ambiente enrarecido, ya no de tensa calma como en años anteriores, sino de intentonas que buscaron abiertamente boicotear el encuentro de las letras y las ideas. Algo inédito en la historia reciente del estado de Jalisco. El gobernador, Enrique Alfaro, supuestamente progresista y liberal, cruzó una línea roja al violar una de las reglas no escritas: que a pesar de las diferencias políticas entre la Universidad de Guadalajara, que auspicia la Feria, y el gobierno estatal en turno, la semana de la FIL era una suerte tregua en la que los jaliscienses mostrábamos nuestra mejor cara al mundo.
Aunque el gobernador estaba invitado a la inauguración de la Feria —donde pudo haber aprovechado el uso de la palabra para hacer una dura crítica al grupo político que controla la Universidad de Guadalajara—prefirió enviar a una guarnición tumultuosa para desestabilizar su arranque. Hasta donde se tiene registro, es la primera “protesta” organizada por el gobierno de Jalisco desde la infame represión durante el movimiento estudiantil de 1968. Sirva decir que sólo los regímenes autoritarios inducen movilizaciones para buscar silenciar a la crítica por la fuerza: cuando se carece de argumentos, el último recurso es sembrar inestabilidad en las calles.
El golpe en la mesa fue tan burdo que obligó al alcalde de Guadalajara, Pablo Lemus Navarro, a deslindarse de la maniobra política, quien tuvo la osadía de criticar con dureza a sus correligionarios por actuar de forma acrítica. El señalamiento caló hondo en las huestes del gobernador, quienes reviraron en contra de Lemus acusándolo de alta traición. ¿Cuántas veces en la historia no hemos atestiguado la purga de los sensatos por plantarse contra las nomenclaturas? Jalisco vive su propio invierno político, una suerte de Gulag provinciano.
Otra prueba de congruencia intelectual de la FIL es que también fue menospreciada por el presidente de México, quien la ha criticado reiteradamente, incluso cuando fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias. Para el López Obrador la feria es un encuentro del “conservadurismo”, pese al hecho de que por sus pasillos han desfilado intelectuales orgánicos, militantes de su partido y hasta funcionarios públicos de su gobierno. A diferencia de los incondicionales del gobernador, que acataron a pie juntillas la instrucción de boicotear la Feria, varios afines y colaboradores del presidente acudieron sin temor a represalias. Cuando dos adversarios políticos se unen para orquestar sus ataques frente a un “enemigo en común”, como sucede entre Alfaro y López Obrador, significa que la Feria está siendo profundamente incómoda al poder político.
Resulta insostenible tildar a la FIL de “conservadora”, cuando este año recibió la visita de la vicepresidenta Yolanda Díaz, afiliada al Partido Comunista Español y del ex presidente Ricardo Lagos del Partido Socialista Chileno. O el año pasado, cuando coincidieron el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero y el ex candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, dos figuras incontestables del socialismo democrático. La FIL ha abierto sus puertas en otros momentos incluso a un exguerrillero de las FARC de Colombia, como Rodrigo Londoño «Timochenko» y tantos otros políticos de la izquierda latinoamericana.
El presidente López Obrador tendría que cuestionarse por qué ha perdido la mayoría de apoyos de la comunidad intelectual y cultural que en 2018 le auparon para alcanzar la jefatura del Estado mexicano. Cada vez es más difícil encontrar a personas con una trayectoria congruente en la academia o en la cultura que puedan argumentar públicamente a favor del gobierno de la República.
Si la intención de quienes ostentan el poder temporalmente es que la FIL se convierta en espacio de propaganda gubernamental, difícilmente lo conseguirán. Al menos no con el uso de la razón. Como patrimonio intangible del mundo de habla hispana, la FIL continuará siendo un espacio de diálogo democrático en libertad, donde también caben quienes cuestionan las decisiones de la directiva de la Feria, como sucedió con los manifestantes a favor de la libertad de Palestina cuando Israel fue el país invitado de la FIL, o cuando las personas trans exigieron este año que no se tolerara el discurso de odio en contra de ellas. En sus más de siete lustros de historia, la Feria ha sido un encuentro de puertas abiertas donde la crítica a la Feria misma siempre ha tenido cabida.
Los demócratas de este país no esperamos que pronto nos gobierne un Václav Havel, que llame a la crítica de la razón, pero sí exigimos algo mucho más elemental: que nuestra clase política no desee la muerte de la inteligencia. La inmensa mayoría de los cientos de miles de asistentes somos lectores, no opositores ni conservadores.
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