En la enfermedad del presidente

Afectado por el coronavirus, López Obrador parece no reparar en que sus desplantes propagandísticos arriesgan a trabajadores y funcionarios

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en un mensaje grabado tras contagiarse de covid-19.GOBIERNO DE MÉXICO

Andrés Manuel López Obrador dio positivo esta semana a covid-19. Es la segunda vez que se contagia. Si nos atenemos a su propio dicho, y a lo que se aprecia en los videos que publicó luego de la confirmación de su contagio, su evolución ha sido buena. Afortunadamente.

En cuestión de horas retomará su ...

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Andrés Manuel López Obrador dio positivo esta semana a covid-19. Es la segunda vez que se contagia. Si nos atenemos a su propio dicho, y a lo que se aprecia en los videos que publicó luego de la confirmación de su contagio, su evolución ha sido buena. Afortunadamente.

En cuestión de horas retomará su actividad plena, y es previsible que con enjundia despliegue renovadas posturas que lindan en el machismo, una tónica de los mensajes y los actos de este presidente de la que poco se habla.

Tenemos un presidente valiente, sin duda, pero que se afana en hacer desplantes sobre su carácter decidido, e incluso su temeridad. Tenemos pues un presidente que busca denodadamente el parecer, no solo ser, valiente.

En el video de quince minutos que el mandatario publicó el jueves cuenta que rechazó los avanzados medicamentos que se han autorizado para tratar la enfermedad del SARS-CoV-2. Ese mensaje es consistente con su salida el lunes mismo a la conferencia mañanera a pesar de sus evidentes síntomas. Quería que la patria viera, en ambos casos, que ni en carne propia le teme a la pandemia.

Con gestos de ese tipo busca, claro está, la empatía de quienes no pueden faltar a su precario trabajo a pesar de desarrollar síntomas de covid-19. Esos son los más de los mexicanos y es base electoral del tabasqueño. Pero al asumir esas posturas hay algo más: el mandatario es dueño de una teatralidad, que incluye la falsa modestia, que busca proyectar la imagen de un ser indómito, de alguien al que la adversidad solo le anima. Y ha usado su nuevo contagio para remachar eso.

Es el hijo del pueblo que a pesar de tener acceso a lo último en medicinas a nivel mundial, se trata el covid con mentol, miel y caricias. Hay en ello una manipulación, un ánimo de aprovechar el momento para afianzar su imagen de páter indoblegable frente a todo tipo de desafíos, y hay, por supuesto, irresponsabilidad en el plano más importante: es el antiejemplo en términos de salud pública.

Porque los desplantes inherentes a esa actitud presidencial, sin embargo, no se limitan a lo que hace con respecto a su persona. Un machismo no tiene sentido si no se traduce en imposiciones de la voluntad que se juzga a sí misma como única o mejor o indisputable.

Amachado en no usar mascarilla incluso tras sentirse mal, puso en riesgo a quienes el lunes se presentaron en Palacio. Periodistas genuinos, otros inventados, y trabajadores del gobierno ―desde funcionarios del Gabinete hasta miembros del staff―, fueron expuestos por el presidente a la enfermedad que ha causado 300.000 muertos en México, según cifras oficiales. AMLO no tuvo siquiera la cortesía de invitar, a quien se sintiera inseguro, a dejar el recinto.

Más que un error o un descuido, fue su manera de autoafirmarse, como quedó demostrado el jueves, cuando hizo que el titular de Gobernación y el de Hacienda ―dos de los cargos indispensables en una administración, dos puestos de cuyo funcionamiento depende la gobernabilidad del país— le acompañaran a grabar, y vaya dios a saber a cuántas cosas más, el video donde anunció que desdeñaba los tratamientos de avanzada y aun así mejoraba rápidamente. Asume que si por él enferman colaboradores clave será porque estos no están a la altura de las circunstancias.

Es cierto que en un trance de enfermedad uno toma decisiones caprichosas o de plano propias de la necedad. En esas ocasiones el entorno padece el ensimismamiento, y la cerrazón, del paciente. Afectado por el coronavirus López Obrador parece no reparar en que sus desplantes propagandísticos arriesgan a trabajadores y funcionarios. Sin embargo, esa conducta no es inusual o propia de un mal momento: es una clave de su forma de ejercer el poder, estilo que lo mismo socava órganos autónomos, universidades, opositores, ciudadanos organizados e incluso colaboradores.

López Obrador estuvo recluido por su contagio, pero eso no aminoró el ímpetu avasallador del gobierno que se asume como el único que puede y debe decidir todo, el que impone la voluntad, los tiempos y las formas.

El presidente quiere un ejercicio de revocación de mandato y no habrá poder humano, ni tragedia mexicana, que le impida porfiar en su vía, pues no concibe otra. Y si el Instituto Nacional Electoral se pone rigorista con los números de lo que se necesita para la revocación, él solo sentirá que es la providencia, que se disfraza de Lorenzo Córdova para probar su temple y determinación.

El espectáculo de la demostración del poder presidencial debe seguir aun si el mandatario está obligado a no presentarse en público.

Así, el jueves la mismísima Secretaría de Hacienda será utilizada para intentar imponer, disfrazado de respetuosa sugerencia, un recorte sin ton ni son en el máximo órgano electoral a fin de fondear la consulta que demanda el titular del Ejecutivo.

El poderoso ministerio de Hacienda al servicio del ánimo mercurial de un Ejecutivo que no se contenta con mandar hacer su consulta para que le ratifiquen la permanencia, sino que quiere que ésta se haga más que en los términos de ley en los de su tabasqueña forma de tronar los chicharrones.

Rogelio Ramírez de la O se ausenta de la sesión en que el secretario de Gobernación ha de proyectar los tijeretazos al presupuesto del INE, un órgano autónomo constitucionalmente por si hace falta recordarlo. Pero aun sin estar presente el secretario de Hacienda es humillado. Más que por sus conocimientos, se le tiene y mantiene en el gabinete por su sometimiento: un secretario capaz, pero sobre todo obsecuente.

Y si eso fue en la mañanera, la confirmación de que la voluntad crítica del ministro está anulada llega pocas horas después con el video del presidente: Ramírez de la O se presta a la normalización del riesgo al formar parte del mensaje del mandatario que incluso al ser agente de contagio desprecia el cubrebocas. ¿Qué pensarán de Rogelio en el extranjero, donde era conocido como un consejero serio, al verlo secundar el despliegue de irresponsabilidad de AMLO? Un profesional no renuncia a su criterio sin costos.

La semana tuvo otros pasajes del desdén presidencial por aquellos que le ayudan. A Marcelo Ebrard, el lunes mismo en la mañanera el presidente le dio feos descontones. El canciller es un equilibrista que tiene en su jefe, más que en los siempre complejos galimatías de la diplomacia internacional, el más duro reto.

Un talante machista es incompatible con la colaboración, con la discreción y las cortesías. De ahí que a Ebrard le recetan lo mismo que a su compañero de Hacienda: se le imponen decisiones, nombramientos: el titular de Cancillería es pieza de maltrato, y ejemplo (es un decir) de aceptación del mismo.

Se entiende, eso sí, que frente a un jefe de estas características sus colaboradores encaran permanentemente el dilema de cómo esquivar las tarascadas del ego envalentonado del presidente que se ha autodefinido como padre de una revolución pacífica. Cómo responder a actitudes machistas sin caer en el juego de las mismas, pero tampoco aceptar el sobajamiento. ¿Se puede?

Si sus colaboradores la tienen difícil al descifrar el acertijo de lidiar con AMLO, aquellos que éste ha etiquetado como adversarios tampoco la tienen sencilla. Aceptar el duelo de gallitos promovido en las mañaneras solo nutriría la narrativa del presidente que se dice víctima de un complot permanente; pero ceder a la presión o siquiera dejar pasar los embates no va a hacer que Palacio se contenga, como lo saben de sobra en estos meses en el INE, pero en el CIDE también, dos objetivos de la desmesura del Ejecutivo.

Más que por lo que no pueda hacer frente a verdaderos problemas, como la inseguridad o la complejidad de una economía afectada por la pandemia y por el juego geopolítico, AMLO será juzgado por la forma en que usó el poder contra personas e instituciones que ni remotamente contaban con los recursos del jefe del Estado.

Es una parte esencial del machismo: la impenitente manía de abusar de aquellos que menos pueden, al tiempo que se escurre el bulto frente a quienes sí le representan verdaderamente un riesgo, un peligro, un reto incluso.

Hay presidentes sensatos y los hay abusivos. Con la imperdonable complicidad de las autoridades médicas de la Secretaría de Salud, López Obrador es un insensato en su manejo de la comunicación que sería obligada para prevenir en la población más enfermedad grave y riesgo de en medio de la pandemia.

Hay presidentes sabedores del daño que su voz y su proceder puede causar, incluso involuntariamente, y los hay insensibles a cualquier costo humano.

Como líder de la nación, Andrés Manuel ha decidido proyectar la imagen de alguien que no se raja, que es mucha pieza, y quienes primero lo deben ver así, y en consecuencia padecer, han de ser sus compañeros.

Y algunos de ellos responden con igual impertinencia, si no ahí está el tuit de Zoé Robledo, ni más ni menos la máxima autoridad del Seguro Social, quien al conocerse el nuevo contagio de López Obrador publicó en esa red: “Señor presidente: en su vida abundan pasajes de grandeza, de definiciones y de coraje para navega en contra de la corriente venciendo todo tipo de obstáculos. Esta vez no será la excepción. Aquí estará su equipo; atentos del encargo y con la guardia en alto”.

Si en público le dicen eso de los “pasajes de grandeza”, qué no le dirán en privado. Y sobre todo, qué no se atreverán a callar cuando pocos los ven. Tantito que AMLO se cree llamado a un rol estelar en la historia y tantito que así le queman incienso en las redes sociales, pues luego por qué no se aprecia ni la más mínima sensatez en las comunicaciones de este titular del Ejecutivo.

Mensajes como el citado alimentan el discurso presidencial de que más que un gobierno López Obrador encabeza una épica, una donde la fatigosa y poco lucidora labor de administrar los recursos para que estos produzcan los bienes mayores y se minimicen en lo posible los riesgos, parece ñoña, secundaria y prescindible.

De ahí que resulte natural que en medio del desabasto de medicinas y con la pandemia aún acechante, AMLO asuma que es fácil gobernar, que un paso atrás ni para tomar impulso, que al carajo con la moderación, y para quienes discrepan, tengan más de lo mismo para que aprendan.

Y ese “más de lo mismo” será un presidente que al salir del covid impondrá con mayor ahínco, y así lo manifestará, su voluntarismo, sin importar que éste sea de magros resultados; mientras el coro de sus cercanos cantará su “grandeza” y callará frente a los abusos. Ni mandado hacer para el país educado con telenovelas y Pepe el toro.

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