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Las esferas

Cada esfera, una gratitud. Muchas de ellas impagables, colgadas para siempre en la misma rama del alma

Mi madre se ha ido de vuelta al bosque de mi infancia donde está intacta su memoria. Mi padre la esperaba desde hace años en medio de 1.000 pinos verdes como alfombra sobre una interminable página de nieve en blanco y ahora ambos repasan el hermoso recuerdo que los une ya para siempre.

Mi madre se fue mientras mi hermana se debatía en un coma que le duró meses hasta despertar convencida de que nuestra madre la alentó y ayudó a salir de una amnesia idéntica a la que vivió de madre cuando éramos niños. El bosque de los olvidos de mi madre fue causado por una trombosis cerebral que le duró más de una década y recordó como quien recuerda en sonrisa en español y memoria mexicana, mientras que los otros idiomas que dominaba antes y la partitura que interpretaba al piano le quedaron velados para siempre.

Mi hermana ha despertado de un coma por accidente automovilista inexplicable envuelta en su infancia, siendo nuevamente abuela apenas hace unas semanas y hablando el inglés que aprendimos en el bosque poco a poco intercalando el español de nuestra vida adolescente y adulta… y sus hijos y Chucho y los médicos y cada una de las enfermeras y tantísima gente buena junta que acolchonó el ánimo y milagro de su resurrección son ahora las esferas más coloridas del árbol.

Cada esfera, una gratitud. Muchas de ellas impagables, colgadas para siempre en la misma rama del alma: por la salud de un hermano, por la música de mis hijos que siguen siendo las dos mejores personas que conozco, por el amigo invaluable que me rescató del naufragio que trajo de vuelta a México y por los nuevos libros y los de toda la vida. Esfera inmensa por la salud de los afectos y por la esperanza necia en que tarde o temprano nos hemos de librar de tanta necedad y estulticia.

Racimo de esferas moradas las gratitudes que le debo a lectores de mis columnas, cuentos y novelas. A cada lector de este diario y a todos los que navegan esta nao (con la que sigo jugándome año con año un décimo de lotería). También y mucho a quienes celebran más los dibujos y dibujinches que mis párrafos, porque contagian lecturas y recomiendan películas y se sostiene la inmensa cofradía de prójimos y próximos que vamos sincronizando sobrevivencias con el sano alivio de leer y ver, andar y hablar por encima de todo el ruido escandaloso, locura desatada e imperio de imbecilidad. Somos sanos y seremos salvados de esta era nefanda de Trump con sicofantes e ignorantes, tanto como los continuos coletazos insalvables de la cíclica mentira y corrupción de México (e incluso, del narcohorror incurable) por saber escaparnos en tinta, huir por la pantalla y seguir la tonada de música de veras como bálsamo ante sus engaños.

Esfera de vidente y verde para otear el futuro que merecen los jóvenes. Esfera de esperanza plateada la que promete sosiego contra tanto desasosiego, serenidad en medio de oleajes racistas y supremacistas. Roja esfera inmensa por los miles de desaparecidos (involuntarios) y muertos sin nombre, sangre de esfera como gota de lágrima, pero el abeto renace cada año con la misma ilusión de infancia. Volver al bosque donde no se pierde la memoria y tatuar la nieve con huellas de hormigas que son letras que forman palabras que sílaba a sílaba nos reconfortan, nos sueñan haciéndonos soñar y memoria latente que abre las puertas del conocimiento, del saber sabroso como la inmensa esfera de gratitud que le debo a mis Maestros con mayúscula, fantasmas vivos y muertos que alientan los pasos y párrafos pendientes, suficientes para enviar aquí no pocos abrazos y mis deseos para que todos logremos esta misma semana -cada quién a su manera y por lo menos- una buena Noche Buena.

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