El turismo y los pobladores ignoran al Tren Maya
La gran apuesta de López Obrador no logra convencer ni a turistas ni a locales: solo transporta un 5% de los pasajeros proyectados cuando aprobaron el megaproyecto
El Tren Maya tenía una misión: ser el motor para revertir el histórico atraso del sureste mexicano. El expresidente Andrés Manuel López Obrador apostó a que atraería el turismo, detonaría la economía y conectaría a las comunidades locales. A un año de que se inauguró por completo la obra, que atraviesa cinco Estados a lo largo de 1.500 kilómetros de vías, el tren ha impactado de manera muy superficial la vida de los turistas y pobladores. Aun en temporada alta, los trenes circulan casi vacíos en algunos tramos, y en las estaciones suele haber más guardias nacionales y empleados de limpieza que visitantes, según ha constatado EL PAÍS. Un informe clasificado del Fondo Nacional de Fomento al Turismo al que ha accedido este periódico preveía que, en su primer año de operación, el Tren Maya transportaría al menos a 74.000 personas diariamente. La realidad es que, según cifras oficiales, el tren trasladó de media a 3.200 pasajeros diarios, un 5% de lo proyectado.
El turismo internacional que visita la península mexicana sigue dependiendo, en su mayoría, de las compañías de viajes, que arman itinerarios con empresas de autobuses, vinculadas a su vez con los grandes hoteles y restaurantes, mientras que los habitantes y trabajadores locales hacen su rutina con el transporte público, taxis o motos particulares. Hay pobladores que nunca se han subido al tren, pese a que el Gobierno ofrece tarifas preferenciales para ellos. El expresidente se empeñó en este ambicioso proyecto al grado de confrontarse con los jueces, que suspendieron varias veces la construcción por los enormes daños causados al medio ambiente, entre deforestación y destrucción de cenotes.
Para los pobladores, el escaso descuento que les ofrece la compañía militar que opera el Tren Maya se anula con el costo del transporte que deben costear para llegar a las estaciones. “Nosotros acá nos movemos en moto, u ocupamos los taxis. El tren, de mi pueblo, está lejos. Si yo quisiera moverme en tren, básicamente tendría que gastar doble. Para ir a Mérida, tomo el autobús. Es más directo y más barato”, explica Héctor Chan, un guía turístico en la zona arqueológica de Chichén Itzá, uno de los principales atractivos de la península. Los turistas se agolpan en torno a la imponente pirámide de Kukulcán, toman fotos y se autorretratan. Algunos se colocan enfrente de la edificación y chocan las palmas para comprobar el curioso fenómeno acústico que devuelve el sonido como un rugido. “Nosotros nos imaginábamos algo diferente con el tren”, dice Chan, “que iba a llegar muchísima más gente. Los turistas siguen llegando, pero con las compañías de tours”.
Los visitantes confirman la explicación del guía turístico. Cosina, una mujer de Alemania, ha preferido alquilar un auto, porque le parece más práctico. Nunca había oído del Tren Maya. “Justo me estaba preguntando estos días si había trenes en México. Ahora lo sé”, comenta. Víctor, de Portugal, dice que durante los días que ha estado de visita no ha visto indicaciones para usar el tren, así que ha contratado un tour. “Creo que lo promueven muy poco”, observa. Yannick y su amigo, también alemanes, eligieron, por flexibilidad, rentar un auto. “Puedes ir a donde quieras, cuando quieras. Es quizá más caro, pero más conveniente”, señalan. Una familia de Polonia acompañada de sus dos hijos pequeños pagó un tour porque, dicen, se sienten más seguros. “Si no trajéramos a los niños, sin duda nos subiríamos al tren”, sostienen. Candela, de las Islas Canarias, solo sabe del Tren Maya lo que ha leído: recuerda que hubo manifestaciones para frenar su construcción porque “lo hicieron dentro de la selva”; ella y sus cuatro amigos contrataron también un tour. ¿Han pensado en utilizar el tren? “La verdad es que no”, resuelve ella.
El Ejército, al que López Obrador entregó el control del Tren Maya, se ha lanzado a la caza de visitantes. Además de invertir 74 millones de pesos, casi cuatro millones de dólares, en publicidad en televisión, radio y redes sociales, en noviembre y diciembre ha bajado a la mitad el precio del pasaje redondo para todos los turistas. Es lo que ha permitido a algunas familias abordar el tren por primera vez. Es el caso de María del Refugio Eusebio, que ha viajado con sus hijos, nieto y hermana desde Hidalgo. “Queríamos vivir la experiencia, porque se habla mucho del Tren Maya, y lo queríamos conocer. Está nuevo, bonito, cómodo”, observa. “Pero”, precisa, “sin esta promoción, yo creo que no habríamos venido, porque es algo caro”. Los precios varían en función del trayecto recorrido. El tramo de Mérida a Cancún, uno de los más concurridos, cuesta entre 780 y 1.040 pesos en clase turista (entre 43 y 57 dólares).
El Tren Maya es un punto de encuentro de contrastes. Al margen del descarrilamiento que sufrió uno de los trenes en agosto, que no dejó daños graves ni víctimas, el tren funciona correctamente. Así lo aprecia Pablo Piquero, un ingeniero español que trabaja para una firma de trenes, que se ha subido para recorrer todo el circuito por “curiosidad profesional”. “Algunos de sus problemas son enfermedades de juventud. La línea no está montada del todo. Con el paso del tiempo, se solucionarán. Fuera de eso, el tren es moderno y funciona bien. El personal trata muy bien a la gente, mejor que en Europa”, afirma. Las estaciones están limpias, lo mismo que el interior de los coches; la puntualidad es indiscutible; la vigilancia, a cargo de elementos de la Guardia Nacional, es permanente en el tren y las instalaciones. “Yo me siento muy segura aquí. No hay manera de que se suba un maleante a asaltar o que alguien se robe tu equipaje”, aprecia Reina Kinil, que viajaba desde Tenosique (Tabasco) a Cancún (Quintana Roo), un trayecto de 12 horas, acompañada de su numerosa familia.
Aun con todo, persisten fallos que amargan la experiencia. No hay wifi en el tren. No hay persianas para protegerse del sol. Las conexiones eléctricas no siempre funcionan, lo mismo que el aire acondicionado. El mayor problema es que las estaciones están ubicadas lejos de los centros poblacionales, lo que desincentiva su uso. No solo es la distancia: tampoco hay una red de transporte accesible que conecte con las terminales. En los principales destinos turísticos o ciudades, el Tren Maya dispone autobuses por un precio que para los locales no es barato (entre 60 y 80 pesos, de tres a cinco dólares); además, los horarios de las corridas son limitados. Una viajera recuerda la vez que llegó en el último tren a Cancún y no encontró el bus. En medio de esa inconstancia, los taxis se han vuelto la única alternativa, y han establecido arbitrariamente una tarifa mínima de 250 pesos (14 dólares). Por ello, los pobladores siguen optando por las tradicionales terminales de autobuses, que están dentro de las ciudades.
A las diez de la mañana, el estacionamiento de Chichén Itzá está repleto de autobuses turísticos y vans. El transporte que parte de la estación del Tren Maya, ubicada a 14 kilómetros, llega casi sin gente. Un vendedor de artesanías dentro de la zona arqueológica, llamado Luis, dice tajantemente que el tren no ha ayudado a mejorar su economía familiar. “A nosotros como pueblo no nos beneficia en nada. Así de claro”, sostiene. “Se destruyeron monumentos y cenotes. Fue un negocio de los empresarios con el Gobierno, a nosotros los mayas no nos tomaron en cuenta”, critica. El comerciante acusa que los turistas extranjeros no les compran sus artesanías, aconsejados por las propias compañías de tours, que tienen convenios con las grandes tiendas.
El poblado de Bécal, cercano a la estación de Calkini en Campeche y reconocido por los sombreros que los artesanos fabrican desde hace décadas adentro de las cuevas, es ajeno al gentío de Chichén Itzá. A las tres de la tarde, la plaza principal está desértica. Los locales de comida comienzan a cerrar, ante la falta de clientes. El sombrerero Felipe Canto, de 77 años, cuenta que hay semanas enteras en que no recibe visitantes y no vende. “Pero yo soy como las hormigas: cuando hay, junto, y de ahí voy sacando un poco”, ilustra. Como muchos otros pobladores, nunca ha usado el tren. Para, por ejemplo, ir a conseguir material para su trabajo, “no sirve”, dice. Y, tratándose de un viaje de placer, prefiere no descuidar su tienda, por si se aparece algún día el tan esperado visitante.
Otro artesano, José Uicab Caamal, tiene mejor suerte, y suele recibir grupos de turistas extranjeros que llegan a bordo de camionetas. El atractivo de su tienda es que tiene acceso a una cueva al interior de su taller, donde hace demostraciones del tejido de los sombreros. El constante contacto con la humedad de la cueva le ha provocado una especie de ronquera permanente. “Me han recomendado que cobre a la gente por la visita, pero yo no he querido hacerlo. Lo que yo quiero es que me compren sombreros”, dice. Hace unos días, cuenta, el personal de la compañía del Ejército vino a verlo para pedirle un favor grande: que comente a los visitantes extranjeros, esos que llegan en carro, que el Tren Maya está de promoción.