El cuento infantil sobre la guerra de Ucrania de Lydia Cacho: “La risa de los niños hace que la gente se olvide del miedo”
La escritora y periodista mexicana publica ‘El día que invadieron mi planeta’ (Alfaguara), un conmovedor relato que retrata los horrores que sufre la niñez ucrania tras la invasión ordenada por Vladimir Putin
Sofía ha visto la muerte de cerca. La ha sufrido. La niña de 11 años sale del búnker donde se refugió tras un primer bombardeo al ser invadido su pequeño planeta y corre entre la desolación causada por el ataque. “Había humo y un torbellino de polvo salía de las casas destruidas, parecía que el cielo se hubiese derrumbado y las nubes se hubiesen desplomado sobre el planeta”. Sofía busca a su babushka, su amorosa abuela que huele a chocolate. Está ansiosa. Corre, grita, pregunta. ...
Sofía ha visto la muerte de cerca. La ha sufrido. La niña de 11 años sale del búnker donde se refugió tras un primer bombardeo al ser invadido su pequeño planeta y corre entre la desolación causada por el ataque. “Había humo y un torbellino de polvo salía de las casas destruidas, parecía que el cielo se hubiese derrumbado y las nubes se hubiesen desplomado sobre el planeta”. Sofía busca a su babushka, su amorosa abuela que huele a chocolate. Está ansiosa. Corre, grita, pregunta. Muy pronto se entera de que un “pájaro de metal” vomitó bombas sobre el hospital donde la anciana socorría a niños heridos. La Babu de Sofía caía entre las víctimas de la agresión. La niña entiende de esta manera brutal que su pequeño mundo se hunde en el espanto de la guerra. Este es el retrato que la escritora y periodista mexicana Lydia Cacho hace del conflicto que sangra Ucrania tras la la invasión ordenada por Vladimir Putin. Cacho publica El día que invadieron mi planeta (Alfaguara), un conmovedor relato infantil que narra los horrores que sufre la niñez ucrania, pero que también es un alegato sobre la magia de la inocencia y su anhelo de paz. “En medio de la guerra la gente se ríe porque de pronto descubre que está viva”, escribe con desgarro la narradora.
La historia de Sofía está inspirada en la vida y los sufrimientos de millones de niños de Ucrania, atrapados en el infierno de ver morir a sus familiares en las matanzas de la guerra. Cacho ha escuchado las voces de esos niños para narrar el conflicto desde esa inocencia interrumpida “por misiles, muerte y desplazamientos forzados”. La historia de cuento de Sofía recuerda la de otra Sofía de la vida real, de seis años, que murió el 19 de agosto de 2023 a causa del impacto de un misil ruso contra el teatro Taras Shevchenko, localizado en Chernihiv, una de las primeras regiones que fueron atacadas por Moscú. Sofía forma parte de los casi 2000 niños muertos en la guerra, pero cuyas voces Cacho no quiere que se apaguen. La periodista ha creado por ello el mundo mágico de la Sofía de fantasía, que vive en Ukrai, su pequeño y hermoso planeta de trigo dorado y metales riquísimos, cuyos habitantes están siempre expectantes por las ambiciones del gran planeta Moscovic, del que una vez fueron esclavos.
Una noche Sofía juega en su habitación con su perra Cora —que tiene el súper poder de detectar graves peligros y hacerse invisible “para obtener información secreta”— y su primo Andréi, cuando la tierra comienza a temblar. Los niños, que en su imaginación juguetona imaginaban que escalaban una gran montaña, se tiran entonces al piso sin entender qué ocurre. Cora se hace invisible y sale de la habitación par ver qué pasa allá afuera. La perrita, a su regreso, proyecta en sus ojos el horror que vio: “Caballos gigantes con patas metálicas y cascos plateados de afilados picos” que hacían temblar la tierra a su paso, escupían fuego y derrumbaban casas. “Pájaros plateados con patas de araña y ojos gigantes” que disparaban desde el aire. Los Nubarrones verdes armados que avanzaban rabiosos. Orugas metálicas con mil ruedas que sembraban el terror. “Parecen dragones”, dijo Andréi asustado. “¿Acaso esto es real?” Lo que los niños ven en los ojos de la perrita les recuerda a un videojuego violento, pero cuando salen de la habitación descubren que es sí es real. La Babu los busca y juntos corren hacia el metro, convertido en búnker de seguridad. “No hay tiempo que perder”, dice la abuela. “Han invadido nuestro planeta”. En el búnker descubren a otras personas. Están desoladas, tristes y con miedo. Lloran. “El mundo se volvió blanco y negro”, piensa Sofía. “Descubrí a la gente gris, con la ropa llena de polvo y manchas rojas”. La sangre lo empaña todo. Solo la risa de un bebé le devuelve la alegría. “La risa de los niños hace que la gente se olvide del miedo”, dice.
Lydia Cacho escribe así la crónica del espanto. El lector puede entender qué siente un niño cuando su mundo de magia e inocencia es violentado a balazos por esos “Nubarrones verdes”, los mercenarios de Putin, asesinos a sueldo pagados por el Kremlin. Putin es el ogro del relato, rebautizado como Brutus Robaplanetas. Cacho logra el equilibrio de hablar de guerra con niños “sin contagiarles terror y desesperanza”, escribe la periodista Emma Graham-Harrison, corresponsal de guerra en Ucrania para los diarios británicos The Guardian y The Observer. Graham-Harrison dice que el cuento “celebra la valentía y esperanza que ilumina los lugares más oscuros de la experiencia humana”. Sofía descubre esa valentía gracias a su babushka, que deja a la niña y a su primero en el refugio para salir a auxiliar a otros heridos en el hospital local, donde muere a causa de las bombas del Brutus que retrata a Putin. La niña pierde la inocencia, sí, pero es también la metáfora que usa la autora para hablar de la belleza de la ilusión de la infancia en medio del horror. “Es una lectura que nos permite acercarnos desde una mirada inocente y cargada de esperanza a la situación que viven miles de niños alrededor del mundo y ver cómo, entre pérdidas y miedos, conservan la ilusión de darle sentido a la vida”, ha escrito Karla Ibera Sánchez, periodista de investigación en un comentario sobre el cuento.
Cacho viajó a mediados de octubre de 2022 a Ucrania. Habían pasado ya ocho meses de la invasión rusa y la periodista quería entender el conflicto para contarlo a las audiencias de América Latina. Viajaba con un objetivo claro: reportear el sufrimiento de niños y mujeres. “Me interesaba escuchar las voces de niñas y niños, entender cómo viven y cómo narran la guerra desde la inocencia interrumpida por misiles, muerte y desplazamiento forzado”, ha explicado la autora en el epílogo de la obra, que ha salido a las librerías en este mes de julio. En esa ocasión la escritora se encontró con una vieja amiga, la escritora Victoria Amelina, quien la presentó con fuentes que le ayudaron en su viaje y más tarde moriría bajo un ataque ruso. Cacho regresó por segunda ocasión a Ucrania y vistó las regiones del norte del país, incluida Kiev, la capital. Visitó una estación de metro convertida en búnker, donde al verlo a los niños refugiados dice que se sintió azorada. “No había más que dignidad y fuerza en sus palabras, entendían las injusticias y no callaban absolutamente nada”, cuenta. Fue cuando la escritora se vio en la necesidad de contar lo escuchado de una forma diferente y fue así como surgió su cuento infantil de la guerra, la historia de Sofía, Cora, Andréi y la Babu. El libro es ilustrado con hermosas imágenes de Estelí Meza.
El relato es también un alegato por la paz. Sofía y su primo escriben una carta a “los líderes de todos los planetas” para “exigirles a los adultos que ya no fabriquen armas, que la guerra es injusta y que no queremos que jueguen más con nuestras vidas”. Es un texto conmovedor, en el que los pequeños autores recuerdan “que los niños sabemos que a los tiranos no los quiere nadie” y que la violencia solo puede generar más odio. En una línea brutal rafirman de que “hemos visto que, cuando sus soldados asesinan a gente inocente, algunos niños hacen crecer en su corazón el deseo de vengarse de quienes mataron a sus familias cuando sean mayores”.
La carta, que en libro aparece también en ucranio, es la voz de miles de niños de ese país arrasado por la guerra, que piden “vivir en un mundo sin miedo, donde nadie nos asesine, destruya nuestras casas o mate a nuestras abuelitas”. El de Cacho no es un cuento de horror. Son las voces inocentes que otros niños fuera de aquel conflicto pueden entender y la autora pide a los adultos escuchar para no robarles más la inocencia, lanzados con brutalidad al mundo de violencia adulta, como lo de muestra una conversación entre Sofía y su abuela. La Babu le dice a la niña en un momento de la invasión: “Obedece, Sofía. Estamos en guerra, y cuando hay guerra las niñas deben comportarse como adultas”. Sofía responde con un sí lacónico, pero miente. Su respuesta resume el mensaje profundo del cuento: “Soy una niña y no estoy preparada para ser adulta”.
Apúntese gratis a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.