Si eres indígena tienes que calzar huaraches

Un maratón de Ciudad Juárez tiene atrapadas a las corredoras tarahumaras entre el viejo y el nuevo mundo

Verónica Palma (centro) en el maratón de Ciudad Juárez en la categoría de mujeres indígenas, en 2022.Maratón Internacional de Juárez

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En el maratón internacional de Ciudad Juárez hay una categoría Indígena. No una infantil o juvenil, no, indígena. Una para hombres y otra para mujeres, sí, pero indígenas. A las mujeres que se inscriben las obligan a correr con vestidos floreados y huaraches, sandalias, pues. Los requisitos u...

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En el maratón internacional de Ciudad Juárez hay una categoría Indígena. No una infantil o juvenil, no, indígena. Una para hombres y otra para mujeres, sí, pero indígenas. A las mujeres que se inscriben las obligan a correr con vestidos floreados y huaraches, sandalias, pues. Los requisitos usan hasta letras mayúsculas para que a nadie se le olvide. Dicen, textualmente, las cláusulas en su letra e: Todos los corredores que participen en la categoría INDÍGENAS, el día del evento deberán participar (correr) OBLIGATORIAMENTE con su traje típico y el calzado deberá ser, sin excepción, huaraches o sandalias (NO TENIS). Es para salir corriendo, desde luego, pero de indignación.

Contaba en este periódico Marco Romero la pasada semana, lo sucedido a Verónica Palma, una mujer de 33 años, cuando participó en la carrera de octubre de 2022. Llegó la primera, pero quedó descalificada tras una denuncia en la que se exponía que en mitad de recorrido se había calzado unas deportivas. No es objeto de este artículo quién puso la denuncia, qué pruebas ofreció o si tenía razón en lo que señalaba. Lo que aquí se viene a contar es qué opinaría el mundo entero si en las carreras de velocidad se pusiera una categoría exclusiva para los etíopes o keniatas y se les obligara a correr descalzos, por ejemplo. O una solo para las negras.

Los tarahumara de Chihuahua son excepcionales corredores de fondo. También se les denomina rarámuris, es decir, “de pies ligeros” y en su particular cosmovisión honran a los ancestros corriendo, porque entienden que si dejan de hacerlo el mundo se detiene, de ahí que hayan perfeccionado como pocos eso que ahora se denomina deporte y que se sumen como cualquier otro a un maratón con requisitos determinados. Pero están atrapados entre dos mundos, el antiguo y el actual. Si quieren usar deportivas tienen que hacerlo en la categoría corriente, pero si no corren en la modalidad indígena sienten que les repudiarán por deshonrar a su pueblo, por sentir vergüenza de sus costumbres. Al otro lado, los que no son indígenas no pueden participar de estas costumbres aunque quisieran.

Las tarahumara quieren demostrar la enorme capacidad de sus piernas, bombeadas por el mismo corazón que gastan las demás, y ganar el premio, 10.000 pesos, pero están encarceladas en un mundo ancestral que no les permite sumarse a las innovaciones del vestuario de las que gozan otras participantes. Hay voces, entre las propias corredoras, que critican la “floclorización” de esta cita. La carrera de San Silvestre del 31 de diciembre, que se disputa en medio mundo, en Chihuahua también obliga a llevar huaraches a quienes se apuntan en la modalidad indígena. Se diría que penalizan a los mejores atletas para que no avergüencen a quienes tienen peores aptitudes. Es como salir de la meta con una bola de hierro encadenada a los tobillos, para deleite turístico. O como esas payasadas de hombres corriendo en tacones que todavía se estilan en algunas fiestas. Por cierto, los tarahumara corren con huaraches, pero no con falda. El martirio también tiene diferencias de género.

No se trata de perder las costumbres, ni las tradiciones ni el floclore, el asunto es quién está obligado a conservarlas. ¿Por qué no se obliga a las mujeres blancas a correr como se hacía hace 100 años? Con huaraches no les dejan porque no son tarahumaras, otra cuestión de extraña discriminación. Si se trata de una carrera folclórica ¿por qué no puede participar quien lo desee atendiendo a los requisitos? Pero ¿quién quiere molerse los pies hasta dejarlos ensangrentados, cuando puede correr convenientemente equipado para ganar velocidad y comodidad con las nuevas tecnologías? Palma, con 17 años ya de vida sobre el asfalto de Ciudad Juárez, no se adapta a los huaraches. Y las que bajan de la montaña, aunque están acostumbradas, no encuentran en el duro suelo las mejores condiciones. La mujer asegura que en 2022 los organizadores se comprometieron a anular este requisito, pero no ha sido así.

El mundo no para de girar, efectivamente, los tarahumaras tienen razón, nunca se detiene. Muchas de las antiguas tradiciones se han ido acomodando a los nuevos tiempos con el cuidado de no desvirtuar sus orígenes en la medida de lo posible, pero rompiendo con aquello que se hace indigerible. Hay técnicas para simular la muerte de 100 caballos en una batalla cuando se está rodando una película; o para escenificar el fin de un esclavo romano devorado por los leones sin impedir que el actor llegue a cenar a su casa. Acabar una carrera con los pies ensangrentados solo es apto para la Semana Santa.

Cuando el viejo mundo se encuentra con el nuevo siempre hay cosas que cambiar. O acaso los tarahumaras no tienen un refrigerador, no se asean en una bañera o usan una computadora para estudiar. De nuevo, el eterno dilema entre lo que se puede o debe conservar y lo que hay que aniquilar para siempre. En las fiestas de 15 años que se celebran en México, las muchachas van vestidas de princesas, pero antes incluso de que alguien se haya parado a reflexionar seriamente sobre esta tradición, muchas han decidido ya que debajo de los faldones de tules dorados quieren calzarse unas deportivas en lugar de machacarse los pies todo un día de bailes y atenciones. Por algo se empieza. Urge separar la paja del grano, distinguir tradición del suplicio, honrar lo bueno de la historia antigua sin desdeñar lo mejor de la moderna. El mundo no va a parar nunca y cada día añade sus 24 horas de historia.

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