La penúltima resurrección de García Márquez y Diego Rivera
Sendas obras de los grandes artistas ven estos días la luz entre debates de cantina sobre la última voluntad de los autores
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“Este libro no sirve, hay que destruirlo”, dejó dicho García Márquez sobre la obra que el 6 de marzo ha salido a la luz bajo el título En agosto nos vemos, fechado hacia 2004 y traducido a 40 idiomas. El autor de Cien años de soledad murió en Ciudad de México 10 años des...
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“Este libro no sirve, hay que destruirlo”, dejó dicho García Márquez sobre la obra que el 6 de marzo ha salido a la luz bajo el título En agosto nos vemos, fechado hacia 2004 y traducido a 40 idiomas. El autor de Cien años de soledad murió en Ciudad de México 10 años después, aquejado de un cáncer y perseguido por la demencia en sus últimos años. El jueves pasado, la casa Morton sacó a subasta un óleo que el mexicano Diego Rivera pintó en Acapulco, en sus últimos días de vida, peleando también contra un cáncer. Murió un año después. La gracia del cuadro, si alguna tiene, es que es una obra de caballete, poco usual en el gran muralista, y alejada de la crítica social y política que lo caracterizó. El paisaje, un horizonte acapulqueño de mar y palmeras, nunca se había expuesto al público y se vendió por 1,8 millones de pesos (107.000 dólares). ¿Quién sabe lo que habría dicho el pintor de haber sabido que esa obra sería desempolvada para el gran público, aunque sea por unos minutos?
Los últimos hijos de los grandes intelectuales o artistas en ocasiones se parecen poco o nada a sus padres, pero la inercia de la nostalgia y el fetichismo no permiten que sean desheredados. El dinero sigue fluyendo alrededor de los grandes nombres, al calor del coleccionismo y el misterio, saltándose incluso la voluntad de los autores. Quién puede resistirse. De tarde en tarde, o de década en década, surge el último manuscrito, la última pincelada, las últimas cartas, el último verso, que andando el tiempo solo serán los penúltimos y vuelta a empezar, como los grandes partidos de fútbol, que cada semana son históricos. Más que leer o admirar las obras, el asunto cobra bríos en los debates de cantina sobre los últimos deseos de un autor. Uno contará que quemó las cartas de su abuela en contra de la voluntad de los hijos; otro dirá que aquellos estaban en su derecho, que nada malo le pasará ya al muerto. ¿Y si la abuela pensaba en el bienestar de los que se quedan, no en el suyo? ¿Y si no quería dejar sembrada la cizaña? Bien por quemarlas. Algunos mencionarán que el honor trasciende a la muerte. Y así pasarán las cervezas.
Excluida la voluntad del autor y perdonada la de los herederos, cabe preguntarse qué aporta a la figura de estos gigantes la exposición de obras menores en sus años más tristes. Otra cosa son las primeras creaciones, donde ya se atisba el genio o la formación del mismo, los trazos de quien será más tarde, los titubeos de la construcción, la vida, pues, que se abre paso hasta alcanzar su grandeza, como se despereza una flor. La mano temblorosa de la decrepitud, sin embargo, ¿qué nos dice de quien la manejó firme? Una cosa son las distintas etapas que pueden catalogarse en el universo de la creación consciente y decidida, con 50 años o con 100. Otra, los entretenimientos de un genio que en el final de sus días se parece como nunca a cualquier mortal.
Sea pues. Es difícil despojar a los dioses de su cualidad de inmortales, quién se atreve a negar el Olimpo, a decir que el emperador está desnudo. Quién, a ponerle el cascabel al gato. Ni los que venden ni los que compran están por la labor. Tener en casa un Rivera o releer a Márquez, aunque ya no se parezcan a ellos, entra dentro de otra categoría, que quizá no es la del arte, pero sí satisface instintos cuasirreligiosos, más humanos que divinos. O al revés, quién sabe. Encontrar una obra perdida, nunca vista, oculta bajo siete llaves o entre los derribos de una casa siempre es un hallazgo, un tesoro si de un grande se trataba. En ese sentido han saludado algunas críticas el librito de Márquez, como la posibilidad de un reencuentro con el autor que ya nunca será, una resurrección casi. Y así se ha puesto a la venta el óleo de perspectiva simple que por más que se mire nunca traerá al recuerdo al Rivera que fue, que se fue.
Nada que criticar. Es el mercado. Otra cosa es lo que Gabo y Rivera pensaran de ese mercado.
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