En busca de la nueva canción mexicana
No son los más famosos ni los que más reproducciones cosechan en los servicios de ‘streaming’, pero sus canciones conectan con su generación de forma precisa. ¿La clave? Canciones de factura clásica, honesta y directa
Además del trap y el reggaetón más radiable, el pop internacional y el boom de los corridos bélicos y tumbados, en México existe también una pléyade de jóvenes artistas que está inyectando nuevos bríos a la música. Se entregan a la estructura clásica de la canción, al mismo tiempo que experimentan con estilos, sonidos y disciplinas de otros lados, imprimiendo músicas con personalidad y diversidad poco vistas antes.
Artistas como Juan ...
Además del trap y el reggaetón más radiable, el pop internacional y el boom de los corridos bélicos y tumbados, en México existe también una pléyade de jóvenes artistas que está inyectando nuevos bríos a la música. Se entregan a la estructura clásica de la canción, al mismo tiempo que experimentan con estilos, sonidos y disciplinas de otros lados, imprimiendo músicas con personalidad y diversidad poco vistas antes.
Artistas como Juan Cirerol, Ed Maverick, Carla Rivarola o Israel Ramírez comenzaron hace unos años a repavimentar el cancionero popular mexicano con nuevos referentes al tiempo que echaban mano de sus antecesores rupestres, trovadores, urbanos, folcloristas, rancheros, gritantes o boleristas. Ahora, el horizonte subterráneo del presente se encuentra iluminado de sensibilidades que hablan de su tiempo y espacio de forma precisa. Si en las metáforas de Zurdok, Jumbo, Santa Sabina o Julieta Venegas podían hablar de forma íntima de sentimientos comunes, hoy agrupaciones como Hermanas, Tía Rosa o Perritos Genéricos acercan la figura cotidiana de una manera quizás más lúdica, colorida y cercana.
En clave pop, experimentación electrónica, trip-hope, romantic queer, neotrova y un sinfín de híbridos más, la nueva canción mexicana está conformada por cientos de artistas provenientes de distintas disciplinas: poetas que entonan, artistas visuales que esculpen sonidos, o curiosos con espíritu musical que rasgan sus guitarras de forma desparpajada para hablar sobre sus pasos, sus dolores de cartera y angustias generacionales. Son letristas y cancioneros de entre 20 y 40 años de edad, quienes desenfundan sus herramientas y exponen su universo más íntimo en un bar, un efímero foro cultural, café o local improvisado, creando un vínculo notable con quien tenga unos minutos disponibles.
Debajo de los miles de reproducciones a cargo de los artistas y disqueras masivas del momento, en México se fragua una nueva generación de cantautores que se apoyan en la contundencia y franqueza inmediatas que les brinda la canción de corte más clásico, llámese esta un bolero, una ranchera, balada, corrido o sencillamente una rola, como algunos la siguen llamando en el país.
Si en el pasado la contracorriente a lo masivo también echaba mano de las fórmulas musicales efectivas, la metáfora y la cuadratura poética bien entonadas, la nueva canción mexicana de hoy apela más por una imagen de precisión, con versos francos y encabalgamientos pragmáticos con los cuales dialogar. De algún modo, recogiendo el testigo de la última oleada del rock mexicano de finales de los noventa y la primera década del nuevo siglo.
“No sé si sea una cosa muy nueva, pero la canción moderna lleva cocinándose unos diez años o más (...). Creo que hay mucho del cantautor en la cultura mexicana, que en el siglo pasado se hizo a un lado, en un intento de diferenciación generacional por parte de los jóvenes de la década de los setenta y ochenta, pero que en este siglo, y sobre todo en esta década, puede ya no tener mucho sentido. Los chicos ahora tienen referencias estéticas de tantas cosas, que todo lo que descubren es valorado por lo que es, no tanto por lo que significaba para la generación anterior, sino por la resignificación que le dan en este momento”, plantea Raquel Miserachi, periodista locutora de radio (Aire Libre, Ibero Radio, Resistencia Modulada).
Ahí en donde el rock y la electrónica daban principal cobijo a las propuestas sonoras más representativas desde las geografías de toda la vida (Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey), la impronta musical de las últimas dos décadas recoge el folclor de cada localidad, desde la vivacidad de su lirismo y la vitalidad atemporal enraizada en un ‘coro-verso-coro’ muy mexicano.
De la dulzura naturalista de Apache O’ Raspi (Torreón), pasando por la poesía policromática de Geo Equihua (CDMX), los versos agrestes de Lázaro Cristóbal Comala (Durango) o las líneas sensiblemente escogidas de Alejandro Albarrán (Veracruz), hasta llegar al trap oblicuo de artistas como Cuauh (Michoacán) e incluso la oscuridad catártica de Palacio Infantil (Oaxaca), de norte a sur, la canción moderna mexicana es un termómetro cultural de precisión y un síntoma de los tiempos convulsos que se viven desde todas las aristas cotidianas.
Sus letras habitan las calles más sórdidas e incongruentes de la CDMX, del cambio climático y los amores imposibles, pero también de las amistades diversas, las fantasías adultas y el sueño eterno de, un día, vivir una vida sin sobresaltos en el campo sin la necesidad de validarse frente a una institución, una empresa o una cinta métrica compuesta por escaños socioeconómicos convencionales.
Intuición y libertad
Para Israel Ramírez (Belafonte Sensacional), el formato clásico de la canción en español alberga un potencial creativo lleno de intuición y cercanía, en tanto ésta puede construir un puente de comunicación importante entre las personas: “puedes saber si ésta les dice algo o no, si la cantan o no, si la interpretan como yo la escribí o le cambian palabras. Es algo hermoso porque, aunque trillado, la canción deja de ser de uno y comienza un peregrinaje de significados y transformaciones. Por otro lado, también es un trabajo literario. Digamos que un libro de poemas tiene que ser ‘autorizado’ por una serie de instituciones culturales para poder validarse. Y en ese sentido la canción es libre, no necesita validación, basta con cantarla para que sea aire y sílaba de otras voces”, apunta.
Contrario a décadas pasadas, en donde los márgenes e independencias musicales mexicanas echaron mano del rock de guitarras y la electrónica (ya sea en sus vertientes de exploración abstracta o de sesgo más bailable), para algunos el retorno al formato clásico de la canción atiende, en buena medida, a una respuesta ante la sobreoferta de la industria y la saturación mediática, mientras que para otros atiende más a la facilidad e inmediatez histórica que puede brindar la canción (con o sin guitarra) como herramienta o ejercicio creativo.
“Noto que se ha regresado de algún modo a la música latinoamericana, también al sonido folclórico, a rescatar ciertas melodías y ritmos que nacieron en la mezcla colonial. Es una época muy bonita, en donde se retoma la música de artistas como Violeta Parra, Simón Díaz, el canto llanero y la cueca chilena, cosas así que se están reinterpretando, a veces con este este rock que al final también es el resultado de una mezcla entre el blues y el folk gringo. Es canción nueva en un sentido renovador, porque retoma, explora e indaga en sonidos”, apunta el poeta y cantante capitalino afincado en Xalapa, Veracruz, Alejandro Albarrán Polanco.
Para la cantante, actriz y comunicadora trans Luisa Almaguer, es importante poner atención a la inmediatez de los tiempos para comprender mejor este momento, toda vez que existe una especie de doble realidad, la cual si bien satura brinda también elementos suficientes como para contrarrestar o navegar en sentido opuesto: “Creo que se debe más que nada a la manera en la que consumimos ahora las cosas, con la cultura del meme y el Tik Tok incluída, que la canción hoy se puede interpretar de muchas maneras y por lo tanto te puedas identificar de otras formas, aunque no haya sido esa la intención de los escritores”, subraya la autora de “Wey” y “Básica”.
Debajo de la estructura eterna del intro-estribillo-coro-verso-coro habita también la posibilidad de contar historias de formas múltiples, de enunciar emociones en un sentido no lineal, así como exponer problemáticas personales o colectivos, en un plano simbólico o sin lugar a las interpretaciones. Desde sus inicios, la canción ha sido un vehículo de la información, la memoria y el registro de la vida pública y privada, pero también suele ser goce y angustia a partes iguales, incluso un instrumento para cambiar el mundo.
“El arte más duro es protesta y muchas veces lo es de forma inevitable. Las obras siempre reflejan el contexto social en el que se crean y siento que la música, y en general los canales de entretenimiento, son los que más poder tienen de transformar a la gente. Así también, las personas se vuelven reflejo de lo que escuchan y siempre hay contestación a las posturas; hay evolución y cambio”, reflexiona Idalee Ruíz, mejor conocida como Maltripeada.
Por su parte, para el músico torreonita Apache O’ Raspi, el poder de cambio y transformación de la nueva canción mexicana se puede percibir, a una escala mucho más sutil, en la organización y autogestión de sus artistas: “La canción puede ser semilla de cambio, sobre todo cuando en lo local es excusa para congregar e incentivar a colaborar a las personas. Creo en los cantautores que están buscando organizarse con músicos para tocar en vivo y colaborar también con otras disciplinas escénicas, ganar terreno en el espacio público y dejar atrás esta idea falsa de la música individualizada para promover más ‘la acción de la canción’, que sea llevada al escenario y acerque a la gente, que es donde puede llegar a resonar en su máximo esplendor”.
Más allá del tema generacional, la canción jóven de México aterriza de forma especial en algo mucho más inmediato, la identificación con quien la escucha. Como considera el cantautor Víctor Rosas, “las canciones pueden tener mucho poder, por eso hay gente que conecta tanto con algunas, porque al igual que con la poesía hay polisemia y puede llegar a significar tanto para alguien, al grado de sentirse identificado, representado y comprendido con un tema”.
Tiny Richie, Vanessa Zamora, Pønce, Anthony Escandón, Valeria Jasso, Gustavo Acevedo, Dolor de Sombrero, Maricuir, Daniel Quien, Antiwa, Angela Bloem, Anan, Walter Esaú, Tutute y un cada vez más creciente, extenso y nutrido etcétera de artistas con sello propio, la canción mexicana va y goza de cabal salud.
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