La diplomacia de los obispos frente al narco-crimen en México: “La Iglesia juega un rol importante ante la ausencia de Estado”
Las treguas de las organizaciones delincuenciales en el Estado de Guerrero aparecen vinculadas a la jerarquía católica, dispuesta a mediar con tal de parar la ola de violencia
No hay lugar para la ideología frente a la violencia en Guerrero. Es la noción que subyace a los intentos del clero local por detener las batallas del crimen, responsables de tanta muerte en la región. Esta semana, integrantes del grupo delincuencial Los Tlacos asesinaron al menos a 12 pistoleros de la organización enemiga, La Familia Michoacana. Los vencedores grabaron en vídeo su celebración, trufada de insultos y disparos a los cadáveres, que luego quemaron en un...
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No hay lugar para la ideología frente a la violencia en Guerrero. Es la noción que subyace a los intentos del clero local por detener las batallas del crimen, responsables de tanta muerte en la región. Esta semana, integrantes del grupo delincuencial Los Tlacos asesinaron al menos a 12 pistoleros de la organización enemiga, La Familia Michoacana. Los vencedores grabaron en vídeo su celebración, trufada de insultos y disparos a los cadáveres, que luego quemaron en una pira. Días más tarde, un sacerdote, Filiberto Velázquez, conocedor de la batalla entre estos grupos, anunciaba una tregua entre ellos.
La noticia no es tanto la tregua, por lo menos hasta que el tiempo -y la falta de masacres, bombazos a golpe dron o ataques a conductores del transporte público- constate su existencia. Destaca la forma, sin embargo, la construcción de un pacto que no se entiende sin la intervención de los cuatro obispos de Guerrero, además del obispo emérito de Chilpancingo, Salvador Rangel, y religiosos como el mismo Velázquez. Es la realpolitik diocesana, ajena en este caso a cuestiones morales o líneas rojas. Guerrero vive un periodo de extrema violencia y los religiosos exigen paz. A cualquier precio.
Para Bernardo Barranco, maestro en Sociología del Catolicismo Contemporáneo, esta actitud mediadora de los religiosos no es algo nuevo. “Lo encuentras en diferentes partes de América Latina. En Nicaragua, por ejemplo, antes de la locura de [Daniel] Ortega, la Iglesia tuvo un papel mediador importante, en Perú también, en los años de Sendero Luminoso”, explica. “Y no solo con criminales o poderes disidentes. En Argentina, por ejemplo, el propio Bergoglio [el nombre civil del Papa actual] negoció con la dictadura para proteger a rehenes. Es decir, la Iglesia tiene ese talante mediador en el continente”, añade.
México tampoco ha sido ajeno al carácter mediador del clero. Barranco recuerda el caso del nuncio Girolamo Prigione, un hombre “muy de intervenir, muy priista y cercano al [expresidente Carlos] Salinas”. En los años noventa, Prigione se reunió con dos de los hermanos Arellano Félix, líderes del cartel de Tijuana, tras el asesinato del cardenal Jesús Posadas en Guadalajara. “Luego hemos tenido el caso de Rangel, que pudo pacificar una zona en el proceso electoral anterior. Y ahora, este grupo de cuatro obispos. Muestra que frente a la ausencia de la autoridad, la Iglesia juega un rol supletorio. En el sur de Italia es lo mismo. La ausencia y la complicidad del Estado con el crimen propicia vínculos alternos al propio Estado”, señala.
No se sabe cómo Los Tlacos y La Familia Michoacana llegaron al acuerdo finalmente esta semana. Se sabe que sus líderes tuvieron una conversación, obispos mediante, a mediados de enero. Esa conversación fracasó, el disenso era grande, pero al parecer las pláticas siguieron y cristalizaron finalmente en un pacto de no agresión. Los Tlacos habían matado a 12 de La Familia días antes. Los últimos habían matado al menos a cinco de los primeros en enero, en otro punto de su geografía bélica, la zona serrana que separa los municipios de Heliodoro Castillo, bastión de Los Tlacos, y San Miguel Totolapan, bajo control de La Familia. Era el momento de parar.
El cura Velázquez señala que la intervención religiosa debe entenderse como parte de un proceso complejo, de pláticas entre los grupos, de negociación. Los mismos obispos no han querido dar demasiados detalles de la mediación. Pero intervinieron, como informó de sorpresa el titular de la diócesis de Chilpancingo, José de Jesús González, la semana pasada. Este diario ha contactado a González vía mensaje y llamada, pero no ha obtenido respuesta. Sea como fuera, él y sus colegas de Acapulco, Altamirano y Tlapa se juntaron con los líderes de La Familia Michoacana, y forzaron una llamada con el líder de Los Tlacos. El acuerdo no se dio entonces, pero una semana y una masacre después, el pacto finalmente llegaba.
Los Tlacos y La Familia alcanzaban su tregua, además, después de que los primeros hicieran lo propio con otro de sus grupos rivales, Los Ardillos. Desde hacía más de un año, ambas organizaciones habían protagonizado una escalada de ataques contra conductores del transporte público en la capital, Chilpancingo, y municipios cercanos. A principios de mes, después de varios asesinatos de choferes en pocos días, los grupos llegaron finalmente a un acuerdo. En ese caso, también, el clero estuvo implicado, esta vez de la mano de Velázquez y Rangel.
Al calor de las noticias de pactos en la entidad, otros religiosos de regiones cercanas sancionaban el actuar de los suyos y revelaban sus propios acercamientos. Era el caso, por ejemplo, del arzobispo auxiliar de Toluca, Maximino Martínez. Esta misma semana, Martínez decía: “A todos [los grupos criminales] se les llama, algunos van, otros no. Los que asisten, bienvenidos, y pues se les hace un llamado a regresar y buscar los caminos para poder construir la paz”. Bernardo Barranco señala finalmente un “tinte político” en esta oleada de intervenciones de religiosos. “En momentos de vulnerabilidad del sistema, como lo son los procesos electorales, la Iglesia tiene un rol importante, no solo de mediación, sino de hacer demandas. La Iglesia históricamente levanta sus demandas en momentos así”, zanja.
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