Sebastián, un escultor polémico: “No estaría donde estoy sin mis detractores”
El artista, autor de obras como ‘El Caballito’ de Reforma o ‘Guerrero Chimalli’, realiza un recorrido por sus 55 años de carrera y presenta una nueva exposición en el Museo de Antropología
El escultor mexicano Sebastián (Camargo, 76 años) se parece a una de sus esculturas. Es robusto, macizo y sus manos parecen dos bloques de concreto con los que aprieta fuerte cuando saluda. Autor de obras emblemáticas y polémicas como El Caballito de Reforma, Ángel Custodio en Puebla o Guerrero Chimalli en el Estado de México, se ha posicionado como uno de los escultores contemporáneos más conocidos del país junto a otros nombres como Federico Silva, Helen Escobedo, Hersúa, Manuel Felguér...
El escultor mexicano Sebastián (Camargo, 76 años) se parece a una de sus esculturas. Es robusto, macizo y sus manos parecen dos bloques de concreto con los que aprieta fuerte cuando saluda. Autor de obras emblemáticas y polémicas como El Caballito de Reforma, Ángel Custodio en Puebla o Guerrero Chimalli en el Estado de México, se ha posicionado como uno de los escultores contemporáneos más conocidos del país junto a otros nombres como Federico Silva, Helen Escobedo, Hersúa, Manuel Felguérez y Mathias Goeritz. Criticado por unos y celebrado por otros, el arte a gran escala de Sebastián se ha vuelto inconfundible. Ahora, el artista celebra 55 años de trayectoria con una exposición en el Museo Nacional de Antropología titulada Chac Mool. En ella, vuelve a hacer gala de la geometría, las estructuras imposibles y los colores primarios como parte de su sello personal.
En el pasaporte de Sebastián aparece su verdadero nombre: Enrique Carbajal, originario de Camargo (Chihuahua). El mismo pueblo árido que vio nacer a otro grande cincuenta años antes, David Alfaro Siqueiros. El seudónimo le llegó después de que un día se quedara dormido durante una clase en la Academia de San Carlos. El profesor de escultura le llamó la atención diciendo que se parecía al San Sebastián pintado por Botticelli. Aquella broma acabó convirtiéndose en su sello personal. No hacían falta apellidos, solo Sebastián.
Ahora, con el paso del tiempo, por encima de los lentes el cabello ya no es negro, aunque sigue igual de despeinado. La mata de pelo blanco revela la experiencia, los años consagrados y los premios recibidos, sin embargo, el escultor mexicano dice no haber perdido ni las ganas de reinventarse ni de seguir innovando. Su taller parece más un deshuesadero que el espacio de un artista, lleno de placas de acero, vigas oxidadas y grúas. A su alrededor, un enjambre de soldadores, cortadores y pintores trabajan junto él para dar forma a los últimos encargos. Un dragón para el Gobierno chino, una escultura de dos metros y varias réplicas pequeñas de El Caballito. Sebastián dice que le falta tiempo para hacer todo lo que tiene en la cabeza y siempre habla de “su obra más reciente” nunca de la última. “Si hablara de la última significaría que me he muerto”.
Pregunta. ¿Cómo se ven 55 años de trayectoria?
Respuesta. Pues yo creo que llenos de experiencias. Va a sonar un poco cursi, pero sobre todo, están llenos de amor por la vida. Ahora mismo lo que más me emociona y me interesa son mis nietos de ocho, siete y tres años. Eso me provoca que haga lo que mejor sé hacer que es crear objetos pictóricos, escultóricos, plásticos...
P. ¿Qué opinan sus nietos de que el abuelo sea escultor?
R. Les divierte mucho. Se entretienen mucho con el color y con la forma.
P. ¿Siempre tuvo claro que quería dedicarse a la escultura?
R. Sí, desde que era pequeño. Volteaba a ver a quienes eran famosos e internacionales y quería parecerme a Henry Moore o a Siqueiros, que era de mi pueblo... pero el que me emocionó y con el que aprendí a hacer escultura fue con Moore. Su fortaleza, su forma, la vitalidad, el hieratismo y la composición me fascinaron. Estudiando a Moore me di cuenta de que había bebido del mundo prehispánico. Justamente de la figura del Chac Mool para sus figuras reclinadas. Ahí comprendí que estaba equivocado y que en lugar de ver más allá de la frontera, un artista lo primero que tiene que hacer es beber de su raíz, de su esencia, de su cultura.
P. ¿Qué representa esta nueva exposición en el Museo de Antropología, por qué dedicarla al Chac Mool?
R. Porque las culturas prehispánicas son universales en su lenguaje. Hice mi propio Chac Mool según mi personalidad, mi esencia, siguiendo mi amor por la geometría. Lo importante es acudir al origen, sublimarlo y hacerlo internacional. Eso hizo Tamayo: vio su tierra, vio su color, vio la forma de su origen y luego hizo su obra. También lo hicieron Miró y Picasso. Cuando uno es exelso, ya no hay más.
P. ¿A qué le apunta usted, a ser excelso también?
R. Hasta me vaya, a lo mejor alguien dirá que fui excelso. Yo lo que he tratado es de dejar huella con mis esculturas, pero cada día parto de cero. Ahora por ejemplo, estoy trabajando en un proyecto arquitectónico en Monterrey. No puedo hablar todavía mucho porque no está la primera piedra, pero el concepto se llama Cuántica. La verdad es que es una obra extraordinaria en la que sueño mucho. Sueño verla y hacerla realidad.
P. ¿Cómo fue elegir el camino del arte abstracto y la escultura monumental desde el comienzo de su carrera?
R. Mis compañeros pensaban que era un superficial y un loco. Porque en aquella época de finales de los 60 yo hablaba de cuarta dimensión o de multidimensiones para crear arte según lo que planteaba Howard Hinton o Lobachevsky. Ahora, conforme ha pasado el tiempo es más fácil comprender estas ideas gracias a las computadoras.
P. ¿Se considera un adelantado a su tiempo?
R. No. Creo que he sido Sebastián en su momento y con lo que quiere hacer. Lo que pasa es que en general el mundo ve las cosas con lentitud. Cuando uno sabe lo que está haciendo y lo que quiere, comprende que a otros no les guste o que lo ataquen. La controversia es parte de que me conozcan. A Picasso también le atacaban y le decían que hacía unos monos horribles.
P. Muchas de sus obras son controvertidas, ¿cómo ha sido vivir con esas críticas?
R. Muy fuerte. Pero a la vez, no estaría donde estoy sin mis detractores. Eso permite que me entrevisten y pregunten por mi arte. Que hablen bien o que hablen mal de mi, pero que hablen. Cuando hice El Caballito ―que en realidad no es un caballo completo, sino una cabeza de caballo― fue el boom de la escultura monumental y empezó a hacerse en toda la República.
P. ¿Qué importancia tiene tomar el espacio público con escultura monumental?
R. Representa un logro extraordinario porque hace el arte absolutamente democrático. Es para los ricos y los pobres. Todos lo ven sin tener que pagarlo. Esa es una gran ventaja para la escultura moderna: la toman o la dejan, la aceptan o la rechazan como pasó con El Caballito. En su momento decían que era un mamotreto. Hasta María Félix me dijo que no le gustaba, pero después de explicarle la obra cambió de opinión. Ahora, 30 años después, nadie se atrevería a quitarlo de donde está. Cuando el arte nuevo tiene un concepto sólido, tarde o temprano se impone y se digiere. Cuando es malo, el tiempo lo decanta y se pierde. En 55 años de carrera mi obra está en muchas ciudades del mundo. El tiempo me ha dado la razón.
P. ¿Y a qué se debe la utilización de los colores primarios en sus obras?
R. La escultura monumental moderna, abstracta e icónica de las ciudades debe tener colores que se vean a distancia para que la gente se acuerde de ellas, aunque pase a gran velocidad. Por eso utilizo colores primarios muy saturados a los que he bautizado “Rojo Sebastián”, “Azul Sebastián” y “Amarillo Caballito”.
P. ¿Hacia donde quiere llevar su arte Sebastián? ¿Qué le queda por hacer?
R. En los últimos años he estado más dedicado a mezclar el arte, la ciencia y la tecnología. Ahora trabajo junto a Gerardo Herrera, un físico muy importante que trabaja en el colisionador de partículas de Suiza y estamos preparando una publicación en donde él me da toda la pauta científica y yo con eso desarrollo una reinterpretación o una evocación con mi arte.
P. ¿Diría usted que el arte tiene que estar comprometido con el momento en el que estamos viviendo?
R. No. Bueno, depende. Muchos han utilizado el arte político como un panfleto, pero a veces las alegorías y los compromisos deterioran la pureza del arte, su posibilidad estética. Desde luego, no es mi papel. Yo uso mi arte para mandar un mensaje implícito, pero me di cuenta de que trabajar con el capitalismo era lo que me iba a permitir hacer más obra y vivir de ello. Por eso no tengo miedo de entrarle a la moda, al diseño industrial, a la arquitectura... Estoy acostumbrado a que critiquen esto. Para unos cuando están en el poder soy de izquierda y para los otros, soy de derecha. Tampoco soy de la Cuarta Transformación, no me gusta.
P. ¿Cómo se define, entonces?
R. Me defino independiente. No soy fan de la derecha. Diría que soy más de centro izquierda.
P. Después de toda una vida, ¿se arrepiente usted de algo?
R. Me arrepiento de no haber trabajado más, pero uno tiene que vivir. Creo que he perdido un poco el tiempo viviendo. Lo único que me gustaría hacer si volviera a nacer es ser matemático y después entrarle a la arquitectura y la escultura. Nunca es tarde para seguir aprendiendo.
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