La desesperante búsqueda en México de un familiar que acaba de desaparecer
El hijo de Antonio Díaz Valencia y los hermanos de Ricardo Lagunes relatan los exasperantes días después de la desaparición de los dos activistas en la frontera entre Michoacán y Colima
México es muchos días al año la tierra de los desaparecidos. En 2022 han desaparecido en el país al menos 27 personas cada día, según los datos de la Comisión Nacional de Búsqueda. En ese incesante mar de violencia han entrado hace tres semanas las familias del abogado Ricardo Lagunes y el líder indígena Antonio Díaz Valencia. Desde que ...
México es muchos días al año la tierra de los desaparecidos. En 2022 han desaparecido en el país al menos 27 personas cada día, según los datos de la Comisión Nacional de Búsqueda. En ese incesante mar de violencia han entrado hace tres semanas las familias del abogado Ricardo Lagunes y el líder indígena Antonio Díaz Valencia. Desde que los dos activistas desaparecieron la noche del domingo 15 de enero en Tierra Caliente, en el camino que cruza la frontera entre los Estados de Michoacán y Colima, sus familiares han comenzado a vivir una pesadilla. “Se me vino el mundo encima”, dice Keyvan Antonio Díaz Valencia, hijo de Antonio. “Fue sentir cómo se quebró mi corazón”, cuenta Antoine Lagunes, hermano del abogado.
La última vez que Keyvan, de 26 años, habló con su padre fue aquel domingo de enero, sobre las 18.45 de la tarde, menos de una hora antes de que desaparecieran. Antonio había viajado de Morelia, donde vivía con su hijo y trabajaba de maestro, a la zona de San Miguel de Aquila, que visitaba regularmente porque era líder de la comunidad indígena. Ese día asistió a una asamblea comunal con Lagunes, y ambos estaban saliendo de allí rumbo al Estado de Colima cuando mantuvo la conversación con Keyvan. El abogado vivía en la ciudad de Colima, y se había ofrecido a llevar a Antonio hasta la estación para tomarse un bus rumbo a su casa.
Alrededor de las 22.00 horas, Keyvan volvió a llamar a su papá, pero el teléfono marcaba que estaba fuera de servicio. Le mandó entonces algunos mensajes, pero nunca le llegaron. “No me preocupé tanto porque a esa hora mi papá suele venir en camino en autobús y pensé: tal vez no tiene señal”, relata el joven en entrevista por teléfono desde Michoacán. “Al día siguiente, me percato de que mi papá no estaba en la casa y ahí fue cuando ya me hizo ruido”.
La última persona en hablar con Ricardo Lagunes fue su esposa, María Ramírez. Él le comunicó sobre las 18.50 horas que estaban camino a Colima, a la altura de Coahuayana, a una hora de Aquila. Sobre las 19.00 mandó un emoji a un grupo de Whatsapp que la pareja compartía con otras personas. Esa fue la última señal de vida que dio. La familia luego supo que sobre las 19.25 hubo una llamada anónima al C5 de Colima —un sistema de monitoreo de seguridad estatal— en la que se reportaba una camioneta abandonada en Cerro de Ortega, ya en el Estado de Colima. Ese vehículo, que pertenecía a Lagunes y era en el que viajaban los dos activistas, apareció con impactos de balas, pero sin restos de sangre.
“Entre las 19.00 y las 19.25, en ese momento tan corto, fue que los interceptaron”, relata Ana Lucía Lagunes, hermana de Ricardo. Lo que sucedió en esos minutos aún no está claro, y las autoridades no han dado una versión de los hechos. “Los testigos tienen mucho miedo de hablar, no sabemos con exactitud qué pasó”, agrega la mujer, de 37 años. “Realmente vemos mucha lentitud en los procesos de investigación, la búsqueda sin un plan claro”.
Lagunes y Díaz Valencia llevaban tres años trabajando en la regularización de las elecciones en la comunidad de Aquila, y se habían enfrentado a un grupo que había impuesto a un comisariado hacía años. El trabajo del abogado le había llevado a pedir apoyo al menos otras dos veces al Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas. Tras la desaparición, uno de sus colegas, Julián Álvarez, con quien además tiene una organización llamada Asesoría y Defensa Legal del Sureste, volvió a solicitarlo. Sin embargo, la familia del activista no ha recibido información hasta el momento. “Es una maquinaria muy lenta”, dice Ana Lucía.
Los más cercanos describen a Lagunes como un abogado muy dedicado a su trabajo. Llevaba una década peleando por la defensa de los derechos humanos, principalmente en el sureste del país. Es muy conocido entre sus colegas por su trayectoria profesional, incluso entre organizaciones nacionales e internacionales. Además de derecho, ha estudiado una maestría en Protección de derechos humanos en la Universidad de Alcalá, en Madrid. Está casado con María Ramírez, con quien tiene una hija pequeña.
El hijo de Díaz Valencia relata que su papá, de 71 años, se dedica a dar clases, está a cargo de una supervisión escolar en el municipio de Madero, en Michoacán. Además, ha pasado toda su vida trabajando por la defensa de los derechos de su comunidad nahua en Aquila, donde había sido presidente municipal hace 50 años. Nunca había tenido amenazas hasta su desaparición, asegura Keyvan Antonio Díaz Valencia. “No sentíamos que estuviera en peligro. Obviamente, cuando trabajas en temas de derechos humanos y defensa de los derechos indígenas, siempre está latente [la amenaza]”, dice.
En San Miguel Aquila, las tensiones políticas llevaban un tiempo al alza, en parte por la regularización de elecciones, y en parte por la operación de una mina de hierro a cargo de la empresa Ternium, parte del conglomerado ítalo-argentino Techint. La minera ha salido a decir, tras la desaparición, que siguen con “mucha preocupación” lo sucedido con los dos “importantes referentes de la comunidad”. Esa zona de Tierra Caliente es además una de las regiones más peligrosas actualmente de México, gracias a la operación del Cartel Jalisco Nueva Generación. Allí mismo esta organización del crimen organizado mató a un coronel del Ejército el pasado 21 de enero.
“Esa es una zona de conflicto bastante difícil, como en muchas zonas del país, donde no solo están involucrados intereses políticos, sino también criminales. Entonces todo eso es un caldo de cultivo para que haya impunidad”, dice Antoine Lagunes, de 46 años, por videollamada desde Tabasco. Las familias de los dos activistas desaparecidos saben que forman parte de un inmenso mar de desesperación en el que se encuentran miles de familiares de desaparecidos en México. “Es como si el tiempo se hubiera detenido y estuviéramos dentro de una pesadilla”, dice el hombre, “ha sido como estar en una montaña rusa de sentimientos de desesperación, de rabia, de mucho dolor”, agrega.
Apenas unos días después de aquel domingo trágico, Díaz Valencia apareció en un video que circuló por redes, en el que se le ve hablar de lazos entre gobernantes locales y varios criminales de la zona. Su hijo ha asegurado que se tratan de declaraciones hechas bajo amenaza, pero admite que fue una buena noticia verle después de la desaparición. Desde aquel 15 de enero, las dos familias han intentado mover cielo y tierra para buscarlos y presionar a las autoridades a que los encuentren con vida. “Ha sido muy desgastante porque tienes que intentar que hagan bien su trabajo, pero también estamos sufriendo mucho cada minuto que no sabemos de ellos”, dice Ana Lucía.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país