El día que Bellas Artes abrió sus puertas al ‘striptease’, la marihuana y el rock
En 1971, un grupo de artistas organizó un espectáculo con bailarinas, músicos y faquires en uno de los recintos culturales más solemnes de México. Días después, el director del INBA renunció y el evento desapareció de los archivos oficiales
Cuentan los que estuvieron allí, que el Palacio de Bellas Artes quedó envuelto “en una fumarola con olor combinado de mota e incienso” la tarde del 4 de diciembre de 1971. Ese día, como había sido anunciado en los periódicos, uno de los recintos culturales más solemnes de México abrió sus puertas a un “espectáculo pop” de más de dos horas que llenó butacas. El show incluía la actuación de bailarinas, de poetas, de luchadores, de faquires y de rockeros. Fue un sábado, a las cinco de la tarde, en Bellas Artes. El lunes siguiente, sin embargo, el director del Instituto Nacional de Bellas Artes pr...
Cuentan los que estuvieron allí, que el Palacio de Bellas Artes quedó envuelto “en una fumarola con olor combinado de mota e incienso” la tarde del 4 de diciembre de 1971. Ese día, como había sido anunciado en los periódicos, uno de los recintos culturales más solemnes de México abrió sus puertas a un “espectáculo pop” de más de dos horas que llenó butacas. El show incluía la actuación de bailarinas, de poetas, de luchadores, de faquires y de rockeros. Fue un sábado, a las cinco de la tarde, en Bellas Artes. El lunes siguiente, sin embargo, el director del Instituto Nacional de Bellas Artes presentó su renuncia y el evento desapareció de los archivos oficiales, según cuenta el escritor Federico Rubli en su nuevo libro, Prometeo 71 (Trilce, 2023). El periodista se hace una pregunta desde hace varios años: ¿cómo pudo ocurrir el evento, en primer lugar?
Rubli, que tiene 68 años y en diciembre de 1971 tenía 17, no estuvo en Bellas Artes la tarde en la que se presentó Prometeo Espectáculo Pop. Aunque ha dedicado su vida a escribir sobre rock y en esa época era reportero del semanario México Canta, no supo nada del evento hasta 2017, cuando el músico y representante Armando Molina le envió un correo electrónico con un recorte de periódico. Rubli estaba incrédulo y respondió: “La verdad no me encaja esto con la represión y la censura contra el rock que se desató después de Avándaro”. En septiembre, se había celebrado a pocos kilómetros de Ciudad de México el festival de rock de Avándaro, un Woodstock a la mexicana que marcó la cima y la caída del rock en el país. El evento escandalizó al Gobierno y a la prensa y el género desapareció de las radios y de los conciertos durante una década.
Cómo era posible, entonces, que las autoridades hubieran autorizado un evento “tan adelantado, vanguardista y contestatario”, se preguntó Rubli. Cómo era posible, sobre todo, que el Gobierno del priista Luis Echevarría lo permitiera si en el cartel aparecían dos grupos que habían tocado en Avándaro, Peace & Love y los Dug Dug’s. El periodista empezó una investigación de cuatro años para “rescatar un evento que estaba enterrado”, dijo esta semana en la presentación de libro en una cafetería de la colonia Roma de Ciudad de México. Rubli entrevistó a casi una veintena de personas cuyo recuerdos, a veces, se volvían imprecisos. Una de las primeras llamadas fue al pintor Arnaldo Coen, quien junto a sus hermanos Amílcar y Aristides y junto al productor Roberto Mosqueira, organizó el evento.
Coen le contó a Rubli que la autorización para hacer la presentación surgió como “una oportunidad fortuita, inesperada y casual”: “Nos encontramos con el director de Bellas Artes en una fiesta. Empezamos a platicarle del espectáculo y dijo: ‘¿Por qué no lo ponemos en Bellas Artes? Nos ofreció la taquilla y no nos podía ofrecer nada más”. El pintor, de 82 años, que en 2014 ganó el Premio Nacional de Ciencias y Artes, vestía este martes zapatillas negras, un pantalón holgado color gris y dos camisetas debajo del chaleco. Está calvo desde hace años, pero conserva la barba despeinada que tenía de joven. Durante la presentación, estuvo sentado con el bastón en una mano y recordó aquella tarde “apoteósica”: “Era fascinante el entusiasmo para entrar a Bellas Artes”.
Prometeo Espectáculo Pop, en realidad, se había presentado por primera vez meses antes en el Centro Deportivo Israelita, en la periferia de Ciudad de México. Para exponerlo en Bellas Artes solo hubo que hacer algunos ajustes porque el espacio era más grande. El espectáculo había sido el resultado de varios experimentos que venían ensayando diferentes artistas que por aquellos años coincidían en la Zona Rosa de la capital. Coen recordó así el ambiente en una entrevista para el libro: “Había una pluralidad realmente extraordinaria de las personas que nos reuníamos. En fin, era una cotidianeidad. Si querías encontrarte con alguien te ibas a la Zona Rosa a alguno de los cafés, ibas a las galerías y ahí nos reuníamos artistas de todo tipo de disciplinas”.
El día de la presentación en Bellas Artes, los que no habían conseguido entradas en plateas y palcos o no habían podido pagarlas “se trepaban como moscas”, recordó Coen. Afuera del recinto, cerca de 2.000 personas se habían quedado sin entrar. El espectáculo empezaba con un personaje recitando sobre el escenario el comienzo de Prometeo encadenado, la tragedia griega basada en el mito del titán que desafió a los dioses y sufrió un castigo perpetuo. El relato era interrumpido por otro personaje que desde el público saltaba y acribillaba al hombre que recitaba. “Empezaba un ruidajal tremendo. Esa música estridente iba llevando a una música zen y unas bailarinas, que estaban mimetizadas con la escenografía, empezaban a salir”, relató Coen.
Durante el show, aparecían también en escena faquires, tragafuegos y domadores de serpientes, luchadores, poetas declamando versos, más bailarinas que se desnudaban al ritmo del blues y tres de las bandas de rock más importantes del momento: Peace & Love, los Dug Dug’s y Javier Bátiz, el músico estelar del evento. Rubli cree que una de las razones por las que fue posible su actuación fue porque “el rock estaba escondido en el cartel” y “pasó desapercibido” para las autoridades. Felipe Maldonado, que tocaba los teclados en Peace & Love, le dijo a Rubli: “Creo que nunca más en la historia del Palacio se volvió a escenificar rock ahí”. El único antecedente que había era de los años sesenta, cuando actuaron Los locos del ritmo. Al final, apareció el dramaturgo Juan José Gurrola para hacer el monólogo de cierre y entonces cayó el telón.
El libro de Rubli está repleto de imágenes que dan una idea de lo que fue aquello. Hojas del cuaderno de Arnaldo Coen con los primeros bocetos; recortes de periódico que anunciaban una “actividad de vanguardia”; fotografías de una bailarina desnuda con el cuerpo pintado con círculos rosas, verdes y rojos, o una instantánea de Armando Nava, líder de los Dug Dug’s, vestido de frac sobre el escenario. “Fue nuestra forma de romper con este paradigma de la cultura oficial en Bellas Artes. No lo hicimos con esa intención, así se dio”, contó este martes Roberto Mosqueira, que fue el productor del espectáculo y que hoy tiene 74 años. Se hizo, aseguró, sin ninguna pretensión: “Nunca vimos la importancia hacia un futuro y menos hacia un presente. Estábamos ahí, queríamos hacer algo, lo hicimos y eso bastó”.
Al día siguiente, el domingo, el periódico Excélsior publicó una crónica sobre el espectáculo y el lunes, Miguel Bueno, que era director del Instituto Nacional de Bellas Artes desde hacía un año, presentó su renuncia. Rubli ofrece algunas hipótesis en el libro sobre por qué Bueno autorizó el espectáculo. Sus ideas surgen de entrevistas que dio Bueno antes de morir en 2000: “Para ese momento, su relación con las autoridades era muy mala y percibía que su salida del Instituto estaba cercana. Pudo haber pensado que ya no le importaba mucho correr el riesgo de hacer algo innovador y revolucionario. Con esto, podía mandar una señal de independencia (...) Por otro lado, era una manera de demostrarle al secretario [de Educación Pública, Víctor Bravo Ahúja] que, aun sin presupuesto, podía organizar un espectáculo impactante”.
Rubli intentó, mediante solicitudes a través de la Ley de Transparencia, indagar en los registros que quedaron de aquel día en el INBA. Pero no obtuvo la información que buscaba. “Oficial y formalmente no existe ninguna referencia en los archivos del instituto (...) Prometeo no existió”, escribe el autor en el libro. Solo encontró referencias en algunas publicaciones, pero esos documentos no tienen carácter “oficial y formal”. “Después de que las autoridades calificaran el espectáculo como un acto bochornoso, inmoral e indigno que nunca debió llegar al foro de Bellas Artes era de esperarse que quisieran borrar toda huella de lo sucedido”, sostiene el escritor.
Los organizadores de Prometeo Espectáculo Pop se quedaron sin el dinero de las taquillas y perdieron toda la producción que habían preparado para el show. “Bueno nos quedó a deber, pero hay que agradecerle”, dijo Coen este martes. Después explicó: “Fue un acto espontáneo que nació del corazón y las vísceras, de un esfuerzo que hicimos, pero que al mismo tiempo fue divertidísimo. Recuerdo habernos comprado camisas de charro con los escudos [de México], ir a comprar las vírgenes de Guadalupe con lentejuelas… Creo que esa espontaneidad es importantísima para creatividad y sobre todo para la libertad. La libertad es el escudo que podemos traer los que queremos dedicarnos al arte”.
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