El Museo Tamayo celebra sus 40 años con un viaje al pasado
El museo de arte moderno y contemporáneo, uno de los más icónicos en América Latina, festeja su cumpleaños con una nueva exposición para repensar sus orígenes políticos y artísticos
Uno de los museos más icónicos de la Ciudad de México, el Museo Tamayo, cumple 40 años desde su fundación y decidió celebrar sus cuatro décadas de vida artística con una exposición sobre el momento de su nacimiento, titulada Más Allá de los Árboles. Camuflado entre las plantas del Bosque Chapultepec, con un ladrillo y unas escaleras que evocan las pirámides aztecas, el museo está a pocos pasos de otros dos importantes museos de la ciudad —el Museo de Antropología y Museo de Arte Moderno— pe...
Uno de los museos más icónicos de la Ciudad de México, el Museo Tamayo, cumple 40 años desde su fundación y decidió celebrar sus cuatro décadas de vida artística con una exposición sobre el momento de su nacimiento, titulada Más Allá de los Árboles. Camuflado entre las plantas del Bosque Chapultepec, con un ladrillo y unas escaleras que evocan las pirámides aztecas, el museo está a pocos pasos de otros dos importantes museos de la ciudad —el Museo de Antropología y Museo de Arte Moderno— pero nació de forma más accidentada a principios de los años ochenta.
“Decidimos concentrarnos en dos fechas, 1979, año en el que se pone la primera piedra para la construcción, y 1981, que es cuando ocurre el evento inaugural”, dice la directora del museo, Magalí Arriola, cocuradora de la exposición con otras cuatro personas, sobre esta muestra que abre al público el sábado y que hace un viaje al pasado para celebrar el cumpleaños. “A [Rufino] Tamayo se le acusaba muchísimo de estar construyendo su propio mausoleo”, cuenta Arriola. “Y se le acusaba de estar promoviendo el arte internacional cuando lo que había predominado hasta entonces era este nacionalismo a ultranza que promovían los tres grandes muralistas”.
“No es narcisismo”, se defendía en 1981 el artista mexicano Rufino Tamayo por inaugurar un museo con su nombre a sus 81 años. Tamayo, hijo de una familia humilde en el Estado de Oaxaca, había logrado hacerse reconocido internacionalmente por esculturas y cuadros —inspirado por corrientes como el expresionismo y el modernismo pero también considerablemente por el arte popular y prehispánico—, a pesar de haber estado en oposición a los gloriosos muralistas mexicanos. “No estoy en de acuerdo en nada de lo que hicieron en el arte Siqueiros, Orozco y Rivera”, decía Tamayo sobre el enfoque nacionalista en los otros. “Ellos sacrificaron valores estéticos para enseñar al pueblo el poder de la revolución”.
A pesar de la oposición artística nacional, su gloria fuera de México era un huracán imparable. En el verano del 79 el museo Guggenheim dedicó una enorme retrospectiva en sus pasillos en forma de caracol solo para la obra de Tamayo, y en 1981 la casa de subastas Christie’s en Nueva York vendió uno de sus cuadros con sandías por 200.000 dólares, el precio más alto para un artista de América Latina hasta ese momento.
“Doña Olga [su esposa] decía que Tamayo trajo el mundo a México, con la colección del museo, y llevó México al mundo”, recuerda el subdirector de colecciones del Tamayo, Juan Carlos Pereda, uno de los curadores. “Tamayo ha sido el mejor embajador que ha tenido México en todos los países, está representado en las colecciones de arte más importantes del mundo”.
El museo generó controversia en 1981, en parte, porque era el primero financiado con recursos privados y no el amparo financiero del Estado. Aunque inicialmente pidió el apoyo de presidentes del PRI, el Gobierno solo le otorgó un espacio en los Bosques Chapultepec, pero para la construcción le apoyaron financieramente un grupo de empresarios de Monterrey (el grupo Alfa), y la poderosa cadena de televisión Televisa. “Tamayo puede sentirse satisfecho. El muralismo ahora sí ha bajado a la tumba. Y el museo es su lápida”, decía una reseña muy crítica contra él en ese entonces.
Lo injusto de decirle a Tamayo que el suyo era solo un museo narcisista, 40 años después, es que pocas obras en la colección del museo son de su autoría. El pintor y escultor le entregó en 1981 casi 300 obras de su colección personal al museo —de artistas como Picasso, Miro, Magritte o Dalí—, pero muy pocas hechas por él. “El museo no tenía en su proyecto inicial tener un espacio para Tamayo, incluso en el acervo del museo solo contamos con nueve piezas de Tamayo que están integradas a la colección”, cuenta Pereda, el subdirector de colecciones.
La exposición Más Allá de los Árboles tiene más de nueve piezas. Tiene 416 piezas en total, y en un primer salón (de cinco en total), dentro de las cuales están 60 pinturas y esculturas de Tamayo, la mayoría de colecciones privadas que accedieron a compartir las obras para el aniversario (cuadros que podían estar expuestos en la oficina de algún empresario y nunca se habían visto en el museo del artista).
Allí están, por ejemplo, un autorretrato de 1931 hecho en Nueva York, en el que el artista oaxaqueño exagera el marrón de su pincel para exacerbar los rasgos indígenas de su cara. También otros más oscuros retratando bombardeos de la segunda guerra mundial con un trazo que apela al cubismo de Picasso. Pero entre los más deslumbrantes están Homenaje a la raza india, de 1952, un antiguo mural con una mujer indígena dibujada en formas geométricas, o Las Músicas Dormidas, de 1950, un óleo con dos mujeres recostadas bajo un cielo azul pastel y durmiendo junto a una guitarra.
Una de las obras más sorprendentes hacia el final de la primera sala es El Rockanrolero, de 1989, la antepenúltima obra de Tamayo antes de morir en 1991, y un extraño retrato del rey del pop, Michael Jackson. “Efectivamente, es uno de los últimos cuadros de Tamayo, un hombre de 90 años lleno aún de vitalidad, de reflexión, y ve con ironía, pero también con empatía la fenomenología de lo que está ocurriendo”, dice Pereda. Jackson, explica el curador, llamó la atención de Tamayo porque “fue para muchas generaciones un ícono, una traducción de todo lo que ocurría como parte de la civilización, como parte de la cultura, pero también como parte del mercado y del consumo”.
El Museo Tamayo, acusado de narcisista, perdió al grupo Alfa en 1982, poco después de la inauguración, por la crisis económica de los años ochenta. Luego, en 1986, el gigante Televisa también abandonó el proyecto en medio del mundial de fútbol que se celebró en México. “Se da un rompimiento entre Emilio Azcárraga y Tamayo por varias razones”, cuenta Arriola, la directora del museo, en referencia al mítico ‘Tigre’ Azcárraga, el empresario que dominó por muchos años la cadena de televisión. Los dos tuvieron desacuerdo con respecto a qué exposiciones temporales traer al museo, una de ellas, de Diego Rivera. “Por razones obvias, a Tamayo le empieza a dar como urticaria que en su museo haya una exposición de Rivera”, dice Arriola. “Obviamente, todas las cámaras están volcadas hacia México [en 1986, por el mundial], y las cámaras eran mayoritariamente de Televisa, y en ese momento Tamayo dice ‘si no me devuelven mi museo, voy a hacer una huelga de hambre’”.
Azcárraga entonces se fue (montó su propio museo, el Centro Cultural Arte Contemporáneo), y el Gobierno tomó el control del museo (ahora es parte del Instituto Nacional de Bellas Artes), pero una de las salas de la nueva exposición trajo obras de distintos artistas sobre el poder de la televisión y su relación con las artes. Allí están Eye of the Tiger del mexicano Jonathan Hernández, que colecciona lo que podría ver el ‘tigre’ de Televisa con fotos de archivo. También está Antoni Muntadas, un artista español que pone en su instalación sobre vigilancia una silla frente a dos pantallas: una mostrando las noticias y la otra mostrando al espectador que se sienta a verlas. No muy lejos de allí está un montaje de fotografías enorme en el que aparece el gran artista de la cultura pop, Andy Warhol, en una obra de la artista argentina Marta Minujín titulada El Pago de la deuda externa con maíz, ‘el oro latinoamericano’, de 1985. En ella, la artista le ofrece maíz de las Américas al estadounidense, a cambio acabar la deuda que llevó al colapso financiero de América Latina en los ochenta.
La exposición celebrando los 40 años del Tamayo, en pocas palabras, es poco narcisista. Además de los mencionados están el inglés Francis Bacon, el alemán Joseph Beuys, el italiano Andrea Di Castro, o el mexicano Vicente Rojo, entre dos docenas de artistas más. La obra más reciente es de 2021, del mexicano Erick Meyenberg, con el mismo título de la exposición, Más allá de los árboles, y comisionada por el museo para el cumpleaños.
“Mi trabajo tiene mucho que ver con los fantasmas de la historia, con los icebergs de la historia”, cuenta Meyenberg. Su video-instalación, conformada con cuatro enormes pantallas y ocho bocinas en un cuarto oscuro, muestra imágenes panorámicas del museo en medio del bosque de Chapultepec mientras suena la música de diversos compositores mexicanos —Juan Sebastian Lach, Aquiles Morales, y el coro de Madrigalistas—. También se cruzan en el video imágenes históricas del museo recobradas después de que Meyenberg se fundiera por meses en el archivo del museo. “El museo conoció la tempestad antes de nacer”, se oye en un momento del video que dura aproximadamente media hora. Aun así nació el Museo Tamayo, a pesar de la tempestad.
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