“El semáforo epidemiológico es una simulación”
Arturo Erdely, académico de la UNAM, critica que la herramienta del Gobierno de México para gestionar la pandemia carece de una metodología clara, en la que lo político se ha impuesto a lo técnico
El pasado 16 de julio, el semáforo epidemiológico se “apagó” en México. En pleno pico de contagios, las autoridades sanitarias omitieron la actualización de los colores que decidirían la reapertura de las actividades económicas y sociales, y anunciaron cambios en la metodología sin decir cuáles serían ni cuándo se adoptarían, hasta una semana más tarde. La última batería de cambios, presentada en medio de la tercera ola de cont...
El pasado 16 de julio, el semáforo epidemiológico se “apagó” en México. En pleno pico de contagios, las autoridades sanitarias omitieron la actualización de los colores que decidirían la reapertura de las actividades económicas y sociales, y anunciaron cambios en la metodología sin decir cuáles serían ni cuándo se adoptarían, hasta una semana más tarde. La última batería de cambios, presentada en medio de la tercera ola de contagios, hizo más laxos los criterios, bajo el argumento de reflejar mejor el estado actual de la epidemia. A pesar del repunte de los casos y las defunciones, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador dejaba claro que la intención era evitar a toda costa nuevos cierres y restricciones como los que se vieron al principio de la pandemia.
En poco más de un año, los cuatro colores de la herramienta han sido objeto de polémica: provocando roces con los gobernadores de los Estados, mandando mensajes contradictorios sobre lo que se puede y lo que no se puede hacer, y alimentando las sospechas por su falta de claridad y transparencia. ¿Sigue teniendo sentido el semáforo epidemiológico? “Para mí, nunca lo ha tenido”, responde Arturo Erdely, académico de la Universidad Nacional Autónoma de México y una de las voces más críticas de la gestión gubernamental de la epidemia. “El semáforo epidemiológico es una simulación”, dice el actuario y doctor en Ciencias Matemáticas, “la población se dio cuenta desde el principio de que el semáforo iba a ser del color que quisiera el Gobierno”.
Los problemas vinieron desde el inicio. El semáforo se estrenó a finales de mayo del año pasado, junto al paquete de medidas que el Gobierno presentó como la “nueva normalidad” y pintó de rojo 31 de los 32 Estados del país. Solo Zacatecas arrancó en semáforo naranja para la semana del 1 al 7 de junio. Las quejas de los gobernadores no se hicieron esperar por las malas calificaciones que recibieron. Para el 2 de junio, el Gobierno federal dio su brazo a torcer y se admitió que los resultados fueran discutidos en conjunto antes de publicarse. Esa fue la primera llamada de atención para Erdely. “Ya desde entonces quedaba claro que era un tanto arbitrario y que el semáforo estaba sujeto a negociaciones políticas”, asegura.
Pasaron cinco meses hasta llegar a lo que el investigador llama el Semáforogate. Durante la segunda ola de contagios, la más grave que ha vivido el país, Ciudad de México, el epicentro de los casos graves y las muertes asociadas a covid, permaneció inexplicablemente en semáforo naranja del 7 al 20 de diciembre. Natalie Kitroeff, reportera de The New York Times, destapó un oficio en el que Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud, consignaba que los resultados para la capital estarían en el límite para permanecer en el color naranja y no caer en el máximo nivel de alerta. “Se falseó la información presentada en las cifras oficiales y se modificó a la baja para evitar llegar al rojo”, dice Erdely, quien asegura que al reconstruir el indicador los resultados eran evidentemente distintos y recuerda que la megalópolis pasó por todos los tonos de naranja imaginables antes de reconocer que debía volver al rojo. EL PAÍS pidió la semana pasada una entrevista a la Secretaría de Salud para hablar de estos casos y de los cambios en la última actualización, pero no recibió respuesta. “No respetan una metodología, más bien hacen como que tienen una metodología”, critica el académico.
El semáforo considera 10 indicadores y les asigna un total de cuatro puntos a cada uno: la reproducción efectiva del virus (Rt); la incidencia de casos estimados activos, mortalidad y hospitalizaciones por cada 100.000 habitantes; camas generales y con ventilador ocupadas en los hospitales; porcentaje de positividad por semana, y las tendencias de hospitalizaciones, casos y mortalidad por cada 100.000 habitantes. El máximo puntaje es de 40 puntos. La última versión da menos peso a algunos indicadores que solían subir las calificaciones y cambia los rangos para pasar de un color a otro, haciendo más fácil permanecer en los niveles de menor alerta por más tiempo. El verde va de 0 a 9 puntos (antes era de 0 a 8 puntos), el amarillo va de 10 a 19 puntos (anteriormente iba de 9 a 15), el naranja se contempla entre los 20 y los 29 puntos (antes iba de los 16 a los 31 puntos) y el rojo se define por encima de los 30 puntos.
“La intención es clara: subestimar la epidemia, lo cual no es ninguna sorpresa porque esa ha sido la estrategia del Gobierno desde el inicio”, afirma Erdely. “Se ha dicho que no iba a ser tan grave, que sería cosa de unas semanas, que no era necesario usar cubrebocas… Bueno, todo esto es congruente para decir que vamos mejor de lo que vamos y de minimizar la epidemia”.
El investigador apunta que la erosión de la credibilidad de la herramienta ha sido un proceso gradual y que desde su concepción tenía problemas: como el rezago de varias semanas de la información recabada, lo que no permite dar una respuesta en tiempo real a la epidemia o la idea de asignar un solo color para cada Estado, cuando hay realidades radicalmente distintas en zonas de una misma entidad. “Los indicadores se calculan con información de hace tres semanas, por el rezago que las propias autoridades han reconocido, entonces en un momento de mucho repunte, la calificación va muy atrasada y te da una foto más bonita de lo que estamos viviendo”, comenta. “No es útil para el ciudadano”, agrega.
En sus palabras, la pandemia está “fuera de control” en varios puntos del país. Y aunque la incapacidad de hacer pruebas a toda la población hace que el subregistro sea un fenómeno generalizado en el mundo, los cálculos que ha hecho es que habría que calcular hasta por 30 veces la cifra de contagios oficiales para llegar al número real de personas que han tenido covid en el país y las defunciones por más del doble.
Actualmente, el dato que más le preocupa de la tercera ola es la aceleración de los contagios ante la aparición de la variante Delta: hay cada vez más en menos tiempo. El pico de esta ola, según sus estimaciones, sujetas al avance diario del coronavirus, llegará a mediados de agosto. “Una cosa es que te digan ‘hay muchos contagios’, pero si la gente a nivel de calle no lo percibe, no será fácil que la población asuma la gravedad”, lamenta. “Ya para cuando la gente lo vive, ya es demasiado tarde, quizá lo que digo es levantar una alarma demasiado temprana, pero si una alarma no llega temprano, no sirve para nada”, sentencia el académico.
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