‘Noche de fuego’: una película de niñas entre las amapolas del narco
La directora mexicana Tatiana Huezo gana una mención especial en Cannes con su primera película de ficción sobre un grupo de amigas que busca sobrevivir en territorio controlado por el crimen organizado
En el concurso de aplausos en el festival de cine de Cannes, el más importante del año, la película de la directora mexicana Tatiana Huezo titulada Noche de Fuego recibió un baño especial de gloria: 10 minutos de ovación después de su primera función en la noche del jueves. “Me conmovió mucho”, dice la directora a El PAÍS desde Francia. ”Este trabajo fue hecho con un enorme esfuerzo, con artistas de primer nivel que me han acompañado en esta travesía, y siento que la gente la recibió con mucho cariño”. La película acaba de recib...
En el concurso de aplausos en el festival de cine de Cannes, el más importante del año, la película de la directora mexicana Tatiana Huezo titulada Noche de Fuego recibió un baño especial de gloria: 10 minutos de ovación después de su primera función en la noche del jueves. “Me conmovió mucho”, dice la directora a El PAÍS desde Francia. ”Este trabajo fue hecho con un enorme esfuerzo, con artistas de primer nivel que me han acompañado en esta travesía, y siento que la gente la recibió con mucho cariño”. La película acaba de recibir este viernes la mención especial en la categoría Un Certain Regard.
Este año –como casi todos– fueron muy pocos los directores latinoamericanos que lograron llegar a los premios en Cannes, y en el jurado solo había un latino, el cineasta brasileño Kleber Mendonça Filho. Aparte de Noche de Fuego, la región tuvo escasos films que la representaran, como Marinheiro das Montanhas del brasilero Karim Aïnouz; las escenas en Colombia filmadas por el director tailandés Apichatpong Weerasethakul en Memoria; o las de la directora rumana Teodora Ana Mihai que filmó La Civil en México, otra de las que recibieron la mención de honor.
La película de Huezo, sin embargo, trae una perspectiva cruda y nueva sobre la violencia de género y del narco desde los ojos de una niña llamada Ana. Basada en la novela Ladydi de Jennifer Clement (2014), la película sigue a Ana y a sus mejores amigas, Paula y María, en un pequeño pueblo rodeado por rojos cultivos de amapola y controlado más por el narco que por las autoridades. En la primera escena, en la que Ana tiene unos cinco años, su madre Rita y ella cavan un hueco en la tierra, del tamaño de una cuna, para esconder a la pequeña en el patio de la casa en caso de que vengan hombres a raptarla.
“¿Sabes por qué te escondo?”, le pregunta la madre a la niña en otra escena. “¿Sabes lo que le hacen a las niñas?”. Ana no responde, su madre tampoco. No es necesario. Ana sabe que algunas niñas del pueblo llevan un tiempo desapareciendo, una a una, y que hay hombres armados rondando el pueblo, que es mejor no mirar a los ojos. Al principio se habla de una chiquilla llamada Juana, que Ana añora mirando su bicicleta abandonada frente a su casa, donde la comida quedó servida cuando se la llevaron con sus padres. Huezo no muestra qué exactamente le hacen los narcos a las niñas. Enfoca mejor la cámara y el sonido en el rastro que van dejando los narcos, ya sea en las ruinas de los vecinos o en los balazos que irrumpen en el silencio de las montañas en la noche. Ese rastro sonoro ya es suficiente terror para saber que hay que esconderse. “¿Qué creen que nos pase cuando una de nosotras de repente se vaya?”, le pregunta Ana a sus amigas cuando las tres juegan en un bosque. Tampoco responden.
Sus madres, algunas mujeres solteras con maridos que partieron a Estados Unidos para conseguir dinero, trabajan en los campos de amapola o como trabajadoras domésticas, y hacen lo que pueden para resguardar a las pequeñas de los hombres armados: les cortan el pelo para que parezcan niños, les impiden que salgan a la calle, o sufren cuando las chicas crecen y empiezan a menstruar. “En México lo mejor que te puede pasar es ser una niña fea”, dice la protagonista de la novela en la que se basa la película.
Noche de Fuego es una película no sobre el narco sino sobre el control del cuerpo femenino en el territorio del narco. Es sobre huecos en el jardín o peluquerías que pueden masculinizar la imagen de las pequeñas como símbolos de resistencia. El cuerpo de Ana –que en un momento la niña describe como hecho con maíz y piedras, como las montañas que la rodean– debe esconderse, desfeminizarse, y ojalá no menstruar. Solo así, las niñas pueden salir a jugar. Y las niñas solo quieren eso en la película: jugar. En la película, que también está cargada de muchos momentos de ternura, Ana y su madre juegan a identificar los sonidos de la noche, y las tres amigas juegan a leerse la mente o a nadar en el río entrelazando sus manos.
“Es una película muy femenina, pero no me propuse hacer una película feminista ni militante. Mi objetivo principal era poder generar personajes complejos, mujeres reales, huir de los clichés a toda costa de la figura femenina como se ha dibujado muchas veces en el cine mexicano”, dice la directora a El PAÍS. “Pienso que ellas son niñas rebeldes, contestatarias, que adquieren un pensamiento crítico en la escuela del pueblo con los maestros rurales. Son niñas que cuestionan el mundo y que son como semillas, serán mujeres que puedan incidir en su realidad”.
Noche de Fuego es el primer rodaje de ficción de Huezo, una directora que se hizo conocer primero por sus documentales, especialmente Tempestad (2016), que representó entonces a México en los premios Óscar y los Premios Goya. Con Noche de Fuego, Huezo saltó por primera vez del documental a la ficción y llegó hasta Cannes.
“Pienso que hay ecos de mis trabajos anteriores en esta película: la naturaleza, el paisaje, que es fundamental para mí. Hay todo un entorno, un espacio cinematográfico que envuelve a la historia y para mí siempre es un aspecto fundamental poder trabajar el espacio,” cuenta. Además del miedo y la ternura de sus personajes, el color rural de las montañas mexicanas también se toma buena parte del protagonismo en el largometraje. Los amaneceres vestidos de un morado pastel, el rojo intenso de las flores de amapola, o el verde abundante de las montañas. Aunque la novela se basa en el estado de Guerrero, Huezo filmó en un pequeño pueblo llamado Neblinas, en la Sierra Gorda de Querétaro.
“Recorrí muchas montañas de México hasta que llegué a la Sierra Gorda, y me enamoré de este lugar. La naturaleza es algo que acompaña a las niñas, que envuelve su mundo mágico, el sonido de la naturaleza, las atmósferas de la hora mágica de los amaneceres, los atardeceres, esa luz que hay al final del día”, dice la directora. “Y está el viento, están las tormentas, que de alguna forma también siempre son elementos muy poderosos para acompañar la emoción de los personajes.”
La montaña es sin duda un símbolo central para la directora. Cuando empieza la película, lejos de la casa de Ana se alcanza a vislumbrar un cerro que está siendo explotado para minería, roto en su cima por un hueco enorme gris. Además de los balazos, se escuchan las explosiones de los mineros que intentan sacar más provecho de los recursos naturales que ofrece esta tierra, además de la amapola. En la película, mientras vemos crecer a las tres amigas, vemos también crecer el hueco más y más gris, tomándose todo el verde.
“En nuestra montaña nacían puros niños, y algunas se volvían niñas al rondar los once años”, dice la niña protagonista de Ladydi, la novela en el que se basa la película. Una montaña de amapola y minería disfrazada de algo que no es, porque busca sobrevivir. En esa montaña, muestra la directora en un par de escenas, el grupo de madres busca una señal de celular para llamar a los maridos que las dejaron atrás o a cualquiera que pueda ayudar. Pero no entra la llamada, o no hay señal, hasta que alguien finalmente se resigna a decir lo inevitable: “Tenemos que irnos de aquí”.
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