La caída en desgracia del “góber precioso”
Mario Marín, exgobernador de Puebla en prisión por las torturas a la periodista Lydia Cacho, fue alguna vez la esperanza del PRI en el centro de México
A Mario Marín le gustaba hablar de su origen humilde y de cómo, viniendo de una familia numerosa de 11 hermanos del pueblo de Nativitas Cuautempan, había llegado a ser el poderoso gobernador del Estado de Puebla. El hijo pródigo de la mixteca poblana espera esta noche en una prisión de Cancún la decisión de una jueza sobre su futuro. Marín (Coyotepec, 1956) está acusado de ordenar la detención ilegal y tortura de la periodista Lydia Cacho en 2005, cuando...
A Mario Marín le gustaba hablar de su origen humilde y de cómo, viniendo de una familia numerosa de 11 hermanos del pueblo de Nativitas Cuautempan, había llegado a ser el poderoso gobernador del Estado de Puebla. El hijo pródigo de la mixteca poblana espera esta noche en una prisión de Cancún la decisión de una jueza sobre su futuro. Marín (Coyotepec, 1956) está acusado de ordenar la detención ilegal y tortura de la periodista Lydia Cacho en 2005, cuando era ese opulento gobernante que lo podía todo. El político fue una estrella ascendente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) hasta una mañana de febrero de 2006, cuando todo México escuchó su voz en una llamada en la que le garantizaba impunidad al empresario textil Kamel Nacif, que participaba en una red de explotación sexual infantil que Cacho denunció. Marín siguió todas la reglas para el ascenso político de fin del siglo XX y acumuló poder como pocos han conseguido en México. Su caída en desgracia ha sido agónica, prófugo de la justicia y encontrando refugio en una barriada en el puerto de Acapulco, donde fue arrestado el miércoles.
Marín estuvo al lado de las personas correctas. Abogado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), acumuló la experiencia suficiente para hacer una carrera en los juzgados y luego en el PRI. Pasó la década de los años 80 al servicio de los más prominentes políticos de la región y fue secretario particular de varios de ellos. El joven de la mixteca –la región más pobre del Estado, con fama en Nueva York por ser el lugar de origen de buena parte de los inmigrantes que allí se establecen– formó un currículum impecable que le permitió llegar hasta la administración gubernamental. En esos años, al PRI en México no se le ponía en duda. Todos querían estar con el PRI, asumiendo que la opacidad era una forma de gobernar. En la década de los 90, Marín ya gozaba de una reputación y el entonces gobernador Manuel Bartlett –ahora director de la empresa estatal de luz, CFE– le eligió como su secretario de Gobernación.
Bartlett le catapultó primero para buscar la alcaldía de la ciudad de Puebla y después resultó casi natural que Marín optara por la gubernatura en 2004. Para entonces, el Estado entero ya estaba a su servicio, aborrecía a la prensa y el significativo crecimiento de su patrimonio era visible. Un modelo similar al del cacicazgo funcionaba en Puebla. Su imagen, incluso, llegó a un mural en el Ayuntamiento de Puebla en el año 2000: La fundación de Puebla –del pintor Fernando Rodríguez– mostraba a Marín como el arquitecto de la ciudad. Su rostro fue borrado años más tarde. Su nombre comenzó a servir para nombrar escuelas, mercados y calles. A pesar de que el Gobierno de la República estaba en manos de Vicente Fox, del conservador Partido Acción Nacional (PAN), buena parte de los gobiernos estatales estaban en la cuenta de los priistas, que como Marín habían hecho de sus regiones una especie de feudos. Viento en popa, alguna vez su hermana declaró a la prensa que el político tenía madera para Los Pinos, la antigua residencia presidencial.
Nada más comenzar su mandato en Puebla, Marín hizo la llamada que lo cambió todo. Un pinchazo telefónico desnudó al político. Kamel Nacif le agradecía que hubiese detenido a la periodista que en el libro Los demonios del edén le acusaba de participar en una red de explotación sexual de niñas. Marín le aseguró al empresario que Cacho recibió “un pinche coscorrón”, no sin antes pedirle a su amigo “dos botellas de coñac” a cambio del favor y asegurando que en Puebla “se respeta la ley”. La grabación fue el mayor escándalo político de México ese año, mostró la forma en la que el poder político se ejerce en el país con la marca del partido tricolor. Marín se hizo con el mote de “góber precioso” –porque Nacif le llamaba así en la llamada– y en un esfuerzo inútil por defenderse argumentó que había sido víctima de una trampa. “Esa voz de la grabación no es mía, es decir, sí soy yo, pero no es mi voz”, dijo al periodista Carlos Loret de Mola en una entrevista en televisión.
Una vez dinamitada su carrera política, siguieron cinco años de ostracismo. Cacho le denunció y llevó el caso hasta la Suprema Corte Justicia de la Nación (SCJN), donde los magistrados –entre ellos Olga Sánchez Cordero, la actual secretaria de Gobernación de México– dijeron no encontrar razones para juzgar al político. Para la periodista comenzó una vida al acecho y en huida, en varias ocasiones hacia el extranjero, ante las crecientes amenazas de muerte que recibía. Aunque Marín salvó su Gobierno y eludió cualquier acción legal en su contra, la puerta giratoria de la política mexicana ya no le dio otra oportunidad. El escándalo le había dado al traste al priismo en Puebla y varios políticos le culpaban a puerta cerrada. En las elecciones de 2010, el PRI perdió el Gobierno de Puebla, paradójicamente, contra un antiguo colaborador de Marín que se cambió de formación política al ver la debacle: Rafael Moreno Valle.
En una entrevista en 2011, el exgobernador aseguró sentirse “nostálgico” ante el fin de su Gobierno y anunció su retiro después de 33 años en cargos públicos. En Puebla se le vio ya muy poco. Si acaso en 2013 salió en las páginas de las revistas del corazón asistiendo a la fastuosa boda de su primogénito, Mario Marín García, en la Catedral de Puebla. Marín García le defendió en 2009 y aseguró que todo el caso alrededor de su padre había sido “una cuestión jurídica que se politizó”. Cada día, menos políticos se vieron al lado de Marín, algunos diseñaban ingeniosas respuestas al ser cuestionados sobre su destierro. La tranquilidad de la que gozó cambió súbitamente en 2019, cuando una juez en Quintana Roo ordenó su captura. El Gobierno de López Obrador pidió perdón a Cacho por las torturas y el abuso de poder, y prometió llevar a los responsables ante la justicia.
La tarde de miércoles 3 de febrero de 2021, Marín estaba en la casa de su hermana en Acapulco a donde llegaron los agentes que le detuvieron. Hacía más de un año que estaba en plena fuga, ya no volvió a Nativitas Cuautempan, ni siquiera al funeral de su padre. El gobernador actual de Puebla, Miguel Barbosa, celebró la detención del político y el uso de la inteligencia para lograrlo. Barbosa, que era el líder del Partido de la Revolución Democrática (PRD, de izquierda) cuando Marín gobernaba y ahora pertenece al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), ha pedido que no solo se le investigue por el caso Lydia Cacho sino también por la “enorme fortuna puesta en manos de prestanombres y hombres corruptos como él en todo el Estado”. “Hay muchas otras cosas, muchos delitos”, aseguró. Ante el silencio de la clase política de Puebla tras la captura de Marín, Barbosa les acusó: “Lo que quieren es barrer, poner todo debajo de la alfombra y todos callados”. En Puebla hay vergüenza, pero sobre todo silencio.