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Distritos de Innovación: una oportunidad para reconectar la ciudad y las personas

Que grupos empresariales impulsen espacios de innovación en zonas donde el Estado demora en llegar o el mercado no se interesa, supone una apuesta por activar talento local y democratizar el acceso a herramientas tecnológicas

Impulsado por el Ayuntamiento, hace 25 años el Distrito de la Innovación de Barcelona significó una profunda transformación del antiguo barrio industrial del Poblenou, que pasó de ser una amplia zona industrial obsoleta a uno de los polos de innovación más importantes de Europa.

El ejemplo catalán es uno de los casos exitosos de un fenómeno observable en diversos países, en el que empresas de tecnología, emprendedores, gobiernos locales y universidades promueven la generación de espacios en que la innovación se mezcla con la colaboración, la búsqueda del progreso y del bien común, así como con el inicio de nuevos emprendimientos desde la comunidad local.

Con una fuerza creciente, esto también está pasando en Chile, con un importante —y no siempre tan conocido— compromiso de privados. Un ejemplo icónico es la recuperación de una antigua casa patrimonial en Recoleta por parte de Fundación Mustakis, transformándola en un espacio físico que promueve la innovación urbana, educacional y social, y albergando a distintas organizaciones que impulsamos estas materias.

En una comuna con alta vulnerabilidad como Cerro Navia —donde su alcalde denunció recientemente “abandono” de la autoridad central ante el enfrentamiento de peligrosas bandas locales-, la Fundación Fibra apostó por crear un centro emprendedor como una manera de contribuir a la cohesión social, desarrollo comunitario y economía local. ¿Cómo? A través de programas de emprendimiento, cultura y rehabilitación de espacios físicos significativos, favoreciendo especialmente a mujeres que representan la mayoría de las MiPymes de la comuna.

En Pedro Aguirre Cerda, la iniciativa privada de Red Megacentro, permitió transformar el ex “elefante blanco” de un hospital de 80.000 m2 a medio construir, en un centro logístico y empresarial multiformato, con servicios públicos como el Registro Civil, oficinas, espacios de coworking, bodegas, supermercado, gimnasio, centro de salud, sala de cultura en convenio con la municipalidad y un bulevar comercial, entre otros servicios que revitalizaron esta zona de Santiago.

El ahora llamado Núcleo Ochagavía ganó el Premio Aporte Urbano 2015, a lo que se sumó un segundo reconocimiento en 2020 en la categoría Mejor Proyecto Inmobiliario de Regeneración o Rehabilitación Urbana. Estos ejemplos muestran algo que no debiera pasar desapercibido: la innovación, cuando se inserta en espacios urbanos vulnerables, deja de ser un concepto abstracto asociado exclusivamente a la tecnología y se convierte en un motor concreto de movilidad y encuentro. Un laboratorio de ideas en un barrio popular, un centro de emprendimiento en una comuna periférica o un espacio revitalizado en una construcción abandonada por décadas, no solo generan nuevas oportunidades económicas: también activan nuevas formas de mirar y habitar la ciudad.

Los distritos de innovación no son únicamente infraestructura física o clústers económicos: son focos de desarrollo, tejidos urbanos donde actores que normalmente no se encuentran —grandes empresas, vecinos, jóvenes o mujeres emprendedoras, organizaciones sociales— comienzan a compartir experiencias, recursos y visiones, generando vasos comunicantes que fortalecen la cohesión social. Las fronteras simbólicas entre “la ciudad que avanza” y “la ciudad que espera” se hacen menos rígidas.

Que grupos empresariales decidan impulsar espacios de innovación en zonas donde históricamente el Estado demora en llegar o el mercado no se interesa, supone una apuesta por activar talento local, democratizar el acceso a herramientas tecnológicas y formativas, y apostar a la oportunidad urbana como parte del desarrollo integral. En definitiva, es brindar oportunidades para reconectar la ciudad y las personas.

El círculo virtuoso que generan permite además la incubación de nuevas narrativas territoriales, pues sectores estigmatizados comienzan a ser asociados con creatividad, aprendizaje y trabajo colaborativo. Los propios barrios pueden además reescribir su identidad colectiva, fortaleciendo de paso la hoy golpeadísima confianza en las instituciones al robustecerse el vínculo entre ciudadanos, empresas y la autoridad. La experiencia internacional muestra que cuando estos proyectos se integran genuinamente al territorio, los resultados trascienden lo económico y se vuelven transformaciones urbanas y sociales duraderas. Por eso, más que cuestionarnos si Chile necesita distritos de innovación impulsados por privados, deberíamos preguntarnos cuántos, dónde y cómo.

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