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Chile: ¿El nacimiento de un nuevo clivaje?

Si a esta vieja izquierda no le está yendo bien, pues la explicación se encontraría en su propia vejez, al coincidir con la desaparición biológica y social de su electorado histórico, el que no está siendo reemplazado

Faltan muy pocos días para que tenga lugar la segunda vuelta de la elección presidencial chilena entre el candidato de todas las derechas José Antonio Kast (de la derecha ultra conservadora del Partido Republicano) y la candidata de todas las izquierdas Jeannette Jara (del nada renovado Partido Comunista). Como era de esperar, la campaña se polarizó, sin llegar nunca a los niveles de polarización afectiva de los Estados Unidos o de España. Como se sabía, el favoritismo se lo lleva Kast, y de lejos, al punto que la candidata Jara ha tenido que extremar los esfuerzos para desmarcarse del gobierno de nueva izquierda presidido por Gabriel Boric: si la popularidad del gobernante alcanza el 30% en las encuestas (nada despreciable por estos días), ese porcentaje mucho se parece a un techo cuando se enfrenta una elección presidencial. No es una casualidad si Jeannette Jara ganó la primera vuelta con poco más del 26% de los sufragios, un resultado pálido ante el 37% que alcanzaron todos los partidos en las elecciones de diputados que tuvieron lugar el mismo día de la primera vuelta.

Lo interesante en esta elección no es tanto el resultado (excesivamente predecible para instalar un ambiente lúgubre en las izquierdas), sino conocer lo que será el piso electoral de las izquierdas de ahora en adelante cuando su carta presidencial (comunista, en medio de una crisis de seguridad y migratoria, sumada una percepción de estancamiento económico) enfrenta una elección altamente exigente y hostil. No puede haber peor escenario para cualquier izquierda que la elección de 2025.

Hace pocos días atrás, el cientista político David Altman encontró las palabras precisas para describir lo que bien podría ser el gran cambio que surgirá de esta elección. En una larga entrevista concedida al diario argentino La Nación, Altman especuló sobre la aparición de un nuevo clivaje que estaría dejando definitivamente atrás al clivaje noventero dictadura-democracia (era que no, tras más de tres décadas de historía y la desaparición de una generación y media de electores). La especulación de Altman es relevante y, sobre todo, muy sugerente: para entenderla y calibrarla, es preciso detenerse en las condiciones históricas que la vuelven verosímil.

Sostengo que esta elección presidencial pondrá fin a seis años intensos de historia de Chile, los que se iniciaron con el estallido social de octubre de 2019 (un fenómeno social volcánico por sus expresiones y consecuencias), prosiguieron con dos acusaciones constitucionales abortadas al presidente de centro-derecha Sebastian Piñera (lo que le ha costado a la nueva izquierda frente-amplista y comunista, con actitud pasiva de los socialistas, ser acusada de “golpista”), la irrupción de la pandemia, el gatillamiento de dos procesos de cambio constitucional que fracasaron estrepitosamente y la llegada al gobierno de una nueva izquierda liderada por Gabriel Boric. ¿Cómo no ver que en este periodo pasó de todo? ¿Cómo dudar que, precisamente porque ocurrió de todo, no pueden no haber habido consecuencias políticas, sociales, electorales y culturales de largo plazo?

Partamos por definir lo que es un clivaje. Un clivaje es, en la literatura de ciencia política (especialmente toda esa tradición que se origina en el perímetro del inmenso libro de Lipset y Rokkan Party Systems and Voters Alignments), un punto de quiebre, una fisura generativa, una grieta producida por el propio funcionamiento de la sociedad (por ejemplo, entre católicos y clericales, trabajadores y capitalistas, etc.) que sirve como fundación para que emerjan partidos y sistemas de partidos. Es así como se explica, según Lipset y Rokkan, el origen de los sistemas de partidos europeos, los que son el resultado tanto de la revolución nacional (la que dará a luz a Estados nacionales) como de la revolución industrial.

Estos dos clivajes fueran extraordinariamente duraderos en occidente, también en Chile: Samuel J. Valenzuela utilizó el libro de Lipset y Rokkan para explicar el origen del sistema de partidos chileno (desde mi punto de vista, de modo excesivamente mecánico). Pues bien, con el tiempo, estos clivajes originarios que son de origen social comenzaron a ser desafiados por otros clivajes, especialmente de origen político. Eso es precisamente lo que ocurrió en Chile cuando la dictadura militar de Pinochet agonizaba: es en el contexto de un plebiscito por definición binario (entre el SI y el NO a la continuidad de Pinochet y su dictadura) que se va a originar un duradero clivaje politico, dictadura/democracia, la que va a ordenar por mucho tiempo tanto la organizción del sistema de partidos como las preferencias de los electores. Es difícil determinar cuánto tiempo duró este clivaje, pero difícilmente se puede negar que su existencia política y electoral duró diez años (en mi opinión mucho más). De lo que no cabe duda es que, hoy por hoy y desde hace rato, este clivaje dejó de existir.

Para que surja un nuevo clivaje, se necesitan condiciones históricas particulares. Pues bien, siguiendo la hipótesis de Altman, sostengo que esas condiciones se produjeron a partir del estallido social de 2019, y se materializaron electoralmente en el primer plebiscito en el que se encontraba en juego la aprobación o rechazo de una propuesta de texto constitucional con características muy avanzadas, progresistas y de izquierdas: es en ese plebiscito de 2022 que el nuevo texto es abrumadoramente rechazado (62%-38%), a continuación de una Convención Constitucional de 155 miembros elegidos al sufragio universal voluntario en 2021, cuya actividad performática molestó a muchos.

Lo grave es que ese primer plebiscito fue con voto obligatorio (votaron 5 millones de personas más que en la elección de la Convención Constitucional de izquierdas de 2021). Es cierto que hubo un segundo plebiscito un año después, en este caso con un Consejo Constitucional dominado por la extrema derecha, cuya propuesta de nueva Constitución fue también rechazada (55%-45%). Sostengo que esta eleccion presidencial de 2025 se inscribe en el perímetro histórico de estos seis años de historia de Chile, y bien podría ser el resultado de un nuevo clivaje originado en la coyuntuta post-estallido social y la primera Convención Constitucional, cuya propuesta de carta magna fue repudiada.

De tratarse de un nuevo clivaje, entonces todas las izquierdas tienen que afirmarse y tomar en serio todo lo que hagan a partir de ahora: un clivaje no es cualquier tipo de fisura en la sociedad y la política. Se trata de una fractura que es históricamente duradera. No sabemos cuanto dura: pero su esperanza de vida no es corta. A este clivaje doméstico entre partidarios del Apruebo y Rechazo a un texto de nueva Constitución que terminó siendo considerado por la mayoría de los chilenos como maximalista (y para la derecha como “refundacional”, toda una exageración), se suma otro clivaje, más universal: el clivaje pueblo-élite, que ha servido en muchas partes como fuente de alimentación para liderazgos populistas de todo tipo.

En Chile, la votación en primera vuelta del candidato populista del Partido de la Gente Franco Parisi, rozando el 20% de los votos, viene a consolidar este clivaje pueblo-élite: si en 2013 Parisi alcanzó el 10,11% de los votos, en 2021 se empinó por encima de los doce puntos (12,80% de los votos)…sin nunca haber pisado suelo chileno (vivía en Estados Unidos y no hizo campaña presencial por motivos judiciales). El fenómeno fue alucinante, con pocas comparaciones en los tiempos de hoy: una campaña completamente digital, con hologramas incluidos, en donde el candidato se des-materializa…ganando votos.

Todas estas cosas deben llevar a las izquierdas a una seria reflexión, interrogando además un último elemento: no solo su pérdida de conexión con las clases populares (un fenómeno evidente del que se viene hablando desde hace una década), sino también su posible crisis demográfica: especialmente de los socialistas y pepedés (Partido por la Democracia), más los primeros que los segundos ya que han perdido en una década cerca de la mitad de su electorado. Esto bien podría deberse a un fenómeno que también ser observa en las socialdemocracias europeas: si a esta vieja izquierda no le está yendo bien, pues la explicación se encontraría en su propia vejez, al coincidir con la desaparición biológica y social de su electorado histórico, el que no está siendo reemplazado.

Es tal el nivel de confusión de las izquierdas que su candidata, Jeannette Jara, ha cumplido un rol encomiable: infundir ánimo, sobre-ponerse a su mal resultado en primera vuelta, aplacar la heterogeneidad de su coalición bastarda (cuyo nombre es administrativo y nadie lo conoce), marcar distancia con el gobierno del que ella fue ministra sin criticar al presidente Boric…quien tiene una gran responsabilidad en todo este cuadro de posible debacle.

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