En la trampa del lobo
En ‘Comerás flores’, la primera novela de Lucía Solla Sobral, la violencia de pareja es el tema principal. Se aborda especialmente esa violencia soterrada, silenciosa, que no se manifiesta en golpes ni empujones
Marina es una gallega de 25 años que, al comenzar Comerás flores, debe hacer frente a la enfermedad y muerte de su padre. Al poco andar, golpeada por el luto y la pérdida, conoce a Jaime, un hombre dedicado a la decoración de interiores o, como él prefiere decir, a la “composición de atmósferas”. Se enamoran de inmediato, y para Marina se abre un mundo que nunca conoció con ninguno de sus novios anteriores. Jaime es sofisticado y sibarita, rico e intenso en sus sentimientos. Jaime es guapo, inteligente, seduce a todos en cada lugar que frecuenta, y tiene el talento de volverse siempre el centro de atención. Jaime es veinte años mayor que Marina, maneja un Bentley y tiene un departamento elegante en Pontevedra y un trabajo en el cual es tremendamente exitoso. Sin embargo, Jaime es dominante, controlador e iracundo, incapaz de contener sus ataques de rabia, aunque intente luego tapar sus exabruptos con flores y desayunos a la cama, con invitaciones a restaurantes con estrellas Michelin y fines de semana en Portugal. Así, aunque para todos los demás parezca el hombre perfecto, Marina sabe que está lejos de serlo y se esfuerza en no reconocerlo.
En Comerás flores, la primera novela de Lucía Solla Sobral (1989), la violencia de pareja es el tema principal. Se aborda especialmente esa violencia soterrada, silenciosa, que no se manifiesta en golpes ni empujones, pero que llega, igualmente, a anular del todo a la otra persona. Una vez que pase el encantamiento inicial, la relación de Marina y Jaime estará atravesada por esa violencia, una que a pesar de sus advertencias sutiles y de su creciente frecuencia, la protagonista esconde debajo de la alfombra pues elige quedarse al lado de alguien que la quiere, la llena de regalos caros y le promete que, en adelante, las cosas serán distintas: “Yo siempre quise urgente, buscaba amores que se atragantasen de ganas, que hirviesen, que no diesen tiempo a nada más que a querer”. Aunque a ratos la novela roce el facilismo y la relación entre ambos personajes se convierta en una denuncia de una realidad atroz, Comerás flores funciona bien a la hora de mostrar la angustia de Marina, una mujer enamorada que ve cómo sus vías de escape se reducen a pasos agigantados. La novela, además, logra superar la actualidad y gravedad de su historia para mostrar cómo el infierno puede estar escondido también detrás de la apariencia más romántica del amor.
La trama construye con gran habilidad el laberinto en el cual Marina se adentra por su propia voluntad. Si al principio la vemos acompañada de Diana y su grupo de amigos que, como buenos veinteañeros, están recién conquistando algo de independencia económica, la relación con Jaime modificará profundamente el escenario. Él tiene 45 años, una hija de la misma edad que su nueva novia, y mucho mayor interés por cultivar su vida de pareja que por salir a comer kebabs y tomar cubatas al local de la esquina. El encantamiento del departamento amoblado con lujo, la belleza física y un sutil cuidado de las formas del galanteo —rasgos que hacen parecer a Jaime como un conquistador de cuento oriental o como Christian Grey (de la saga de las Cincuenta sombras…) del otro lado del océano— hacen que las aprensiones de su amiga Diana se traduzcan en distancia entre las mejores amigas, o que su madre y sus hermanos caigan rendidos a los pies de Jaime y no acepten ninguna crítica hacia él. Así, lo que comienza como un enamoramiento genuino se transforma crecientemente en una relación asfixiante, donde Marina se ve totalmente anulada e incapaz de decir aquello que realmente siente: “Pensaba: ¿a qué viene esto, Jaime? Decía: perdón, no sabía que te molestaba. Pensaba: ¿eres de esos a los que les molesta que su pareja salga? Decía: pero si apenas salgo con Diana desde que estoy contigo. Pensé: joder, no esperaba esto de él. Dije: prefiero estar contigo”. Sus preferencias importarán cada vez menos, y lo único que importará será complacer a Jaime y no tentar su mal carácter, aunque eso implique a Marina olvidar su dieta vegana, ocupar la ropa cara que él le regala aunque no sea de su gusto, o dejar de lado sus antiguas relaciones.
Con todo, la novela no se reduce solamente a la cuestión de la violencia latente en una relación insana, sino también en las dificultades de la adultez, sobre todo cuando ellas vienen acompañadas de la pérdida del padre. Es el espacio doméstico el que se ve disminuido, pues la gran figura de complicidad y refugio ya no está presente. Todo eso, además, en un momento en que Marina lo que necesita es seguridad y estabilidad: “Me quedaba atrás y no sabía ni en qué. Ya no era la más lista de la familia, ya no era tan pequeña ni tan graciosa, ya no celebraban mis ocurrencias, mis diplomas, mis muecas. (...) Se esperaba de mí que fuera la que timbraba algún que otro domingo. La que abría la puerta de casa y aparecía con una matrícula de honor. La que abría la puerta de casa y tenía la cabeza rapada. La que volvía con una mochila, con otra ruptura, con una perra. La que abría la puerta de casa y se iba. Otra vez. A dónde. Quería romper la tradición silenciosa que había en mi casa, una que decía que era mejor que todos estuviésemos cerca y aburridos que lejos unos de otros”.
En Comerás flores, Lucía Solla Sobral toca un tema cuya importancia narrativa también ha sido corroborada por otras autoras jóvenes en lengua castellana, como Ariana Harwicz, Fernanda Melchor, Agustina Bazterrica o Paulina Flores, quienes en novelas recientes también han explorado —aunque en claves distintas como el suspenso, la distopía o el humor— el modo en que los vínculos sentimentales más esenciales muchas veces están atravesados por la violencia. Y aunque la relación de Jaime con Marina toca también otros temas adyacentes sumamente relevantes —la infidelidad, el control digital sobre el otro, los trastornos alimenticios—, el centro de la obra radica en ese tema urgente que está, en muchas ocasiones, a punto de convertirse en una correcta prédica en contra de la violencia doméstica. A pesar de todo, la fuerza de una protagonista que logra sobreponerse a su situación y una pulcra prosa logran salvar la novela de aquello que podría haber sido su perdición.