La responsabilidad de los intelectuales

A cinco años de ocurrido el estallido social, algo tendrán que decir sobre sí mismos y sobre el futuro deslumbrante que no ocurrió

Una protesta durante el tercer aniversario del estallido social en Chile, el 18 de octubre de 2022, en Santiago.Cristobal Escobar (AP)

En poco más de un mes, se conmemorarán cinco años de ocurrido el así llamado estallido social del mes de octubre de 2019. No sabemos muy bien cuándo realmente comenzó, tampoco tenemos seguridad de cuando terminó. Lo que sabemos es que ocurrió.

Lo que se viene es un tiempo de explicaciones e interpretaciones.

Fue tal la magnitud del estallido que la academia y sus intelectuales públicos no tardaron en ensayar explicaciones e interpretaciones, a partir de la premisa meteorológica de que no lo vieron venir, a pesar de todos los diagnósticos que venían siendo publicados desde hace años. Seamos claros. Las alertas generadas por numerosos estudios existieron: lo que se olvida es la nula capacidad predictiva de las ciencias sociales, a menos de sostener (de modo absurdo) que el estallido social se encontraba ya pronosticado…desde 1998 (año en el cual fue publicado un importante informe del PNUD, el que tuvo una enorme repercusión en el mundo de la política al punto de generar un intenso debate al interior de las elites de la Concertación entre auto-flagelantes y auto-complacientes), o desde las protestas estudiantiles de 2011 (esto es 20 o 10 años antes del acontecimiento, lo que se ajusta más a un juego adivinatorio que a una predicción meteorológica). Además de lo anterior, resulta difícil estimar una predicción de este evento considerando el carácter multifactorial que condicionó el desarrollo del estallido: desde el descontento social con el costo de la vida y la desigualdad económica, hasta temas relacionados con la reafirmación de identidades de género y étnicas, pasando por percepciones de la desigualdad, experiencias de injusticia y tantas otras cosas. No es una casualidad, entonces, si buena parte de la academia profesional y el círculo selecto de intelectuales públicos sucumbió al embrujo del estallido social, a menudo en modo delirante, viendo en el fenómeno…un acontecimiento prácticamente revolucionario, virtuoso, redentor.

Es esta dimensión de liberación y de devolución del poder político a quien lo origina, pueblo, plebe o multitud dependiendo de las referencias intelectuales, la que se observa en ensayistas tales como Mario Garcés (historiador), Carlos Ruiz (sociólogo), Nelly Richard (teórica cultural) o Rodrigo Karmy (filósofo) entre muchos otros, apelando a autores tan distintos como Foucault, Agamben, Negri y Hardt, para nombrar solo a los más citados. En todos estos intelectuales públicos se aprecia un intento de interpretar lo que origina el estallido y lo que movió a quienes protestaron, sin nunca movilizar datos empíricos ni detenerse en la articulación entre estructura y agencia humana: solo se interpreta, y sobre-interpreta, a quienes manifiestan, suponiendo en ellos malestares, quejas y rabia.

Qué duda cabe. Rabia hubo, y mucha, la que derivó en expresiones de violencia y en episodios de destrucción sin precedentes: aún no sabemos explicar cómo pudo ocurrir la quema de varias decenas de estaciones de Metro de modo simultáneo (lo que marca un fracaso estrepitoso de la investigación policial y un nudo ciego para las ciencias sociales).

Pues bien, muchos intelectuales públicos chilenos sucumbieron a la belleza bruja del acontecimiento, renunciando a explicarlo con el fin de justificarlo y conducirlo mediante interpretaciones abstrusas destinadas al público más educado y politizado. Es en este sentido que en el desarrollo del estallido, que duró meses, hay una responsabilidad de los intelectuales en su interpretación, buscando que se introdujera en el estallido para ir más allá del momento destituyente, de subversión del orden social y legal.

No ignoro que entre los intelectuales públicos chilenos habían interpretaciones divergentes de lo que estaba ocurriendo: los libros escritos durante el estallido y que fueron rápidamente publicados son fiel testimonio de esas divergencias, pero también de la gran sobre-interpretación de un acontecimiento objetivamente volcánico. El intento de que esas interpretaciones ingresaran al estallido y lo orientaran es fascinante: no solo a través de libros, sino también mediante columnas de opinión, entrevistas de prensa escrita y radial, debates en las universidades, inmersión en el estallido mismo. Todas esas estrategias merecen ser analizadas: Chile no había visto tanto activismo intelectual en medio siglo, desde el golpe de Estado de 1973.

Pero así como se incursionó en el activismo intelectual mediante interpretaciones y sobre-interpretaciones de lo que estaba ocurriendo con el fin de incidir en el tiempo corto y largo del acontecimiento, lo que no se hizo fue rendir cuentas por los errores de interpretación.

Es cierto: se podrá decir -correctamente- que el ensayismo no pretende alcanzar la exactitud de un análisis, sino más bien articular interpretaciones verosímiles a los ojos del pueblo o de la multitud que está manifestándose. Pero al mismo tiempo, los productores de interpretaciones del estallido-que-está-ocurriendo con el fin de incidir en él deben rendir cuentas, por honestidad intelectual, de su fracaso y del fatal destino histórico del estallido social.

Las cosas de la política y de la historia se miden por sus resultados. Pues bien, el resultado histórico del estallido fue fatal: no solo no se produjo algún tipo de cambio político y constitucional, tampoco social, sino que derivó en una forma de restauración del antiguo orden que, convengamos, no logra consolidarse. En ese desenlace, ciertamente no hay nada definitivo: pero en la explicación del fracaso de lo que el estallido social prometía, hay mucha responsabilidad de los intelectuales públicos.

A cinco años de ocurrido el estallido social, algo tendrán que decir sobre sí mismos y sobre el futuro deslumbrante que no ocurrió.

En cuanto a los intelectuales públicos de derecha, que también los hay (y cada vez más), es el reflejo exactamente inverso que predomina: criminalización de la protesta, desfiguración del sentido del estallido, completa incapacidad para decir algo interesante sobre el acontecimiento.

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