Fragmentos de otra ‘izquierda’

Desde hace un par de años observamos la irrupción de dirigentes de partidos de izquierda denunciando excesos retóricos de las políticas de la identidad y el consiguiente abandono de la base popular

Sahra Wagenknecht en la rueda de prensa inaugural de partido de izquierda alternativa, el 8 de enero en Berlín.FILIP SINGER (EFE)

Desde hace tiempo, y en muchos países, se están haciendo sentir expresiones de molestia en las izquierdas tradicionales, sean estas socialistas, socialdemócratas, laboristas o comunistas, con su propia agenda de luchas que a menudo no resienten como propia. La explicación es muy simple: tras el fin del comunismo y la debacle socialdemócrata, todas las izquierdas (incluidas las nuevas, desde Syriza en Grecia hasta el Frente Amplio en Chile, p...

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Desde hace tiempo, y en muchos países, se están haciendo sentir expresiones de molestia en las izquierdas tradicionales, sean estas socialistas, socialdemócratas, laboristas o comunistas, con su propia agenda de luchas que a menudo no resienten como propia. La explicación es muy simple: tras el fin del comunismo y la debacle socialdemócrata, todas las izquierdas (incluidas las nuevas, desde Syriza en Grecia hasta el Frente Amplio en Chile, pasando por la Francia Insumisa) han buscado un refugio en las luchas emancipatorias de grupos marginados y minoritarios. Es el tiempo de la identity politics, en donde las luchas por la aceptación y el reconocimiento de identidades marginadas rivaliza en centralidad con la política de la redistribución. Si las primeras luchas suelen ser asociadas a valores y causas post-materiales (desde la crisis climática hasta la paz mundial, pasando por el feminismo y las minorías sexuales), las segundas siguen apegadas a causas y valores materiales (desde las reivindicaciones salariales hasta las exigencias de condiciones laborales dignas): en todos los países la sociología nos enseña que los distintos grupos y clases de la sociedad no se distribuyen al azar en el eje que dibujan las políticas del reconocimiento con las políticas de la redistribución. Aún falta, y mucho, para organizar todas estas luchas en un proyecto político coherente, con líderes que logren poner coto a ese otro universo de la política de la identidad que es el nacionalismo chovinista y, sobre todo, el nativismo populista de derechas que no duda en discriminar por género, raza, lengua o etnia, reservando los beneficios de los programas estatales de bienestar a la población autóctona, y que además promete mano dura en el combate por la seguridad física.

Hasta ahora, las izquierdas han oscilado con poco éxito electoral a lo largo del eje reconocimiento/distribución: se trata de dos principios de acción política que se encuentran en tensión y que no son fáciles de armonizar, como bien lo prueba el fascinante debate que protagonizaron Axel Honneth y Nancy Fraser en 2004 (Redistribution or Recognition? A Political-Philosophical Exchange), y a pesar de los esfuerzos de esta última en conjugar todas estas luchas de modo coherente. Entretanto, la derecha se hizo cargo de los problemas derivados de la inmigración, el crecimiento económico, la patria y la seguridad física, con un éxito electoral (lo que no significa que las políticas públicas impulsadas hayan sido correctas y satisfactorias en sus resultados) que aún no toca techo.

Pues bien, desde hace un par de años observamos en varios países la irrupción de dirigentes de partidos de izquierda denunciando excesos retóricos de las políticas de la identidad y el consiguiente abandono de la base popular a la que no le hacen sentido las luchas por el reconocimiento, pero sí las ofertas de seguridad y de segregación de la población inmigrante. Es así como en Chile, el alcalde frenteamplista de la populosa comuna de Maipú, Tomás Vodanovic, no ha vacilado en solicitar públicamente “apoyo militar para ciertas labores de seguridad” en su municipio. No muy distinta ha sido la postura del diputado socialista Daniel Manoucheri quien propuso, en medio de la polémica por el asesinato de un militar venezolano en el país por razones posiblemente políticas, prohibir el ingreso de venezolanos al territorio nacional por 24 meses y restringir los envíos de dinero desde Chile a Venezuela y desde Venezuela a Chile. De modo más vulgar, el diputado del Partido por la Democracia Raúl Soto pidió que los carabineros “salgan a disparar y matar si es necesario, a perseguir y llevar a la justicia a estos delincuentes y criminales”. Estos tres ejemplos son tan solo botones de muestra de voces cada vez más numerosas desde las izquierdas cuyo denominador común es abrazar un tema de gran importancia para los chilenos, la seguridad física, rivalizando con la derecha en la retórica y el contenido de las propuestas.

Se trata de tres ejemplos dispares a los que le falta lo esencial: un líder de izquierdas que unifique la agenda de causas distributivas, sume una agenda nativista blanda y licúe las políticas del reconocimiento para que “otra izquierda” sea posible. Hay que tenerlo claro: esa otra izquierda no será necesariamente una buena izquierda, pero es una posibilidad.

Pues bien, otra izquierda está emergiendo en Alemania precisamente en los términos que estoy señalando. En octubre de 2023, la diputada Sahra Wagenknecht abandonó junto a nueve parlamentarios el partido Die Linke (“La Izquierda”), denunciando derivas identitaristas. En una reciente entrevista concedida a la New Left Review, la líder de este nuevo partido que lleva su nombre (Alianza Sahra Wagenknecht - Por la Razón y la Justicia) marca distancia tanto con su antiguo partido como con el Partido Socialdemócrata (SPD) gobernante, criticando la militarización de la política exterior alemana y abogando por un acercamiento con Rusia, relevando la importancia de la libertad de expresión, pronunciándose por un giro “hacia la justicia social sin quedar atrapados en el discurso identitarista”, mostrándose “interesada por explorar terceras opciones, entre la propiedad privada y la propiedad estatal”, enfrentando de modo decidido el problema de la inmigración. Puede entenderse entonces que Wagenknecht defina a su partido “como una izquierda conservadora”.

La naturaleza extraña de este partido de características personales (en su nombre) y de izquierda conservadora (en su orientación) debiese alertar a la política: estamos viviendo tiempos de grandes turbulencias y de alta volatilidad electoral. Este es el primer ejemplo de un partido de izquierdas que toma distancia tanto de los socialdemócratas como del partido de La Izquierda, con una gran hostilidad hacia los verdes: su primera gran medición serán los próximos comicios europeos del mes de junio. Según las encuestas, no le irá nada de mal a este nuevo partido: de confirmarse, será otro factor en la larga ruta por reinventar a la izquierda en un mundo en el que el eje derecha/izquierda no dice mucho por sí mismo.

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