Nos vemos todas el 8-M

Cuando las sociedades se caen a pedazos, nos arrebatan nuestros derechos, nuestra voz y voto. Lo único que nos queda, somos nosotras

Mujeres en la marcha del Día Internacional de la Mujer en Valparaíso (Chile), en 2023.Adriana Thomasa (EFE)

“Ahora que estamos todas” se escucha atrás tuyo, a no más de un par de metros. Una voz que se alza en un mar de conversaciones, risas, otros gritos. Es una voz potente, una alarma que generará en cosa de segundos un efecto dominó que movilizará a miles de mujeres; bailarinas, profesoras, doctoras, científicas, abogadas, escritoras. Mujeres. ...

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“Ahora que estamos todas” se escucha atrás tuyo, a no más de un par de metros. Una voz que se alza en un mar de conversaciones, risas, otros gritos. Es una voz potente, una alarma que generará en cosa de segundos un efecto dominó que movilizará a miles de mujeres; bailarinas, profesoras, doctoras, científicas, abogadas, escritoras. Mujeres. Mujeres con sus madres, con sus hijas, con sus hermanas y nietas. Mujeres con sus amigas, con algunas que acaban de conocer, con esas que han conocido toda la vida.

Una niña que por primera vez logró convencer a sus padres para que la dejen salir a marchar. Una mujer en sus 74 años llora desconsoladamente cuando una niña le tomó la mano y le preguntó: ¿estás bien? Una madre llevando entre sus brazos la foto de su hija víctima de feminicidio, abrazando tan fuerte el marco que sus dedos toman un tono amarillo. Una niña llevando a su abuela a marchar, emocionada por contarle sobre las ramas del feminismo y la otra, esforzándose por recordar los cánticos de marcha que su nieta le mostró la semana pasada.

El 8 de marzo son historias, son dolores, son rabias, son alegrías, es un espacio seguro. Es un lugar en donde independiente de dónde venimos, dónde crecimos y dónde nacimos, nos juntamos en una determinada calle a una determinada hora para luchar por un futuro mejor. Nuestro futuro y el de las niñas, jóvenes, adolescentes y mujeres de mañana.

“¡Ahora que si nos ven!”, responden otras. Esta vez, son muchas voces, que se levantan como una ola profunda de las entrañas de Carelmapu, una ola de Mar Brava. Voces fuertes que, si escuchas con atención, encontrarás matices.

Unas lo gritan con felicidad, saltan con alegría. “¡Nos ven! ¡Nos están mirando!”. En un mundo que por tanto tiempo dejó a mis antepasadas en una segunda plana en la historia, calladas, censuradas, escondidas en un rincón o usando un seudónimo. Hoy me están viendo, saben que estoy aquí para cambiar la historia. Saben que no me voy a quedar conforme hasta que no solo algunas salgan adelante, si no todas lo hagan.

Cambiar la historia y asegurarme de no repetirla.

En otras voces, se siente un enojo profundo; un grito lleno de rabia, de frustración. Enojadas con el sistema que las ha olvidado por tanto tiempo, con el papito corazón que no se hizo cargo, con el político que niega rotundamente ser machista cuando días atrás cuestionaba el voto femenino, con el tío que cada comida familiar abraza a su sobrina apretándole el muslo, con el hombre que se creyó con el derecho de sacarle una foto en el metro por debajo de la falda escolar, con su expareja que se consideraba a sí mismo pro mujer, pero al enojarse dejaba un hoyo en la pared del salón principal, con aquellos que se oponen a los derechos sexuales y reproductivos por sus creencias religiosas, nunca deteniéndose a ver ni un segundo los cientos de estudios que empíricamente, demuestran su importancia.

Rabia, pena, frustración. Rabia, rabia, rabia.

Pero entonces, llega la segunda parte del cántico.

“Abajo el patriarcado que va a caer, que va a caer …”

“¡Y arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer!”

La rabia, la esperanza, el optimismo, la incertidumbre y la sororidad se vuelven una en una alza de pañuelos, se encuentran para seguir avanzando, seguir avanzando juntas.

Porque cuando las sociedades se caen a pedazos, nos arrebatan nuestros derechos, nuestra voz y voto. Lo único que nos queda, somos nosotras. Esa ola que se sana las heridas, conversa, busca acuerdos, se reorganiza y vuelve más fuerte que nunca a pasar de la pancarta a la acción.

Para algunos, el 8 de marzo es un día marcado por la violencia, el odio, y por las locas que rayan monumentos.

Si es usted, lector, es una de esas personas, déjeme contarle en la intimidad de esta columna que para mi, el 8 de marzo es donde más segura me he sentido en la vida.

En donde te encuentras con fundaciones que trabajan incansablemente por llevar a cabo planes de acción que mejoren la calidad de vida de mujeres, jóvenes y adolescentes. Profesoras que se esfuerzan por hacer participar a sus alumnas en clases, fortalecer su autoestima. Deportistas que crecieron sin modelos femeninos a seguir, por lo que ellas se volvieron ese role model para las nuevas generaciones. Científicas que cada miércoles y sábado se conectan con niñas de diversas regiones para enseñarles a codificar, incentivando la participación STEM desde la temprana edad. Esa madre que llora a su hija asesinada, que efectivamente quiere quemarlo todo, romperlo todo, pero también sabe que no está sola, que está en esa calle acompañada de miles de mujeres que no olvidarán el nombre y apellido de su hija, no olvidarán al agresor, no olvidarán y se movilizarán hasta que se haga justicia y no tenga que ocurrir otra tragedia para que el país se de cuenta que hay que actuar.

Mamá, hermana, sobrina, tía, nieta...

Nos vemos en las calles.

Nos vemos este 8 de marzo.

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