El tercio irreductible: de Astérix a Boric
Contra viento y marea, alrededor del 30% del electorado chileno dice apoyar tanto al presidente como a su Gobierno
Hay algo extraño y potente en los apoyos al Gobierno del presidente Gabriel Boric: contra viento y marea, alrededor del 30% del electorado chileno dice apoyar tanto al presidente como a su Gobierno. Digo que es extraño y potente por la sorprendente regularidad que es registrada por todas las encuestas: unas más que otras y con total independencia del tipo de diseño muestral utilizado, todos estos estudios de opinión revelan un tercio irreductible (entre el 28% y el 3...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Hay algo extraño y potente en los apoyos al Gobierno del presidente Gabriel Boric: contra viento y marea, alrededor del 30% del electorado chileno dice apoyar tanto al presidente como a su Gobierno. Digo que es extraño y potente por la sorprendente regularidad que es registrada por todas las encuestas: unas más que otras y con total independencia del tipo de diseño muestral utilizado, todos estos estudios de opinión revelan un tercio irreductible (entre el 28% y el 33% de apoyo) ante la adversidad, un poco como el pequeño pueblo galo de que resiste el asedio de cuatro campamentos romanos. En ningún otro gobierno de izquierdas, de orientación moderada (Ricardo Lagos entre 2000 y 2006 y Michelle Bachelet entre 2006 y 2010) o más de avanzada (el segundo gobierno de Bachelet, entre 2014 y 2018), habíamos visto algo parecido: si bien ese tercio de las encuestas ha capturado siempre la retina de los analistas (a partir de un inconsciente referido a la permanencia de tres tercios históricos asignados a la izquierda, al centro o a la derecha, una tesis que nunca ha sido realmente verificada más allá de los resultados agregados de las elecciones), las presidencias de Lagos y Bachelet siempre promediaron un apoyo superior al tercio irreductible de Boric. ¿Cómo explicar la persistencia de ese tercio de chilenos que, a pesar de los escándalos, contradicciones e inconsistencias de la administración Boric, sigue allí, impertérrito?
La respuesta no es fácil. Casi en modo reflejo uno podría argumentar que se trata de un gobierno que se ha deliberadamente propuesto consolidar su piso electoral, como si se tratara de un electorado sociológico tallado en la piedra de la cultura política chilena. Efectivamente, el presidente Boric ha oscilado inteligente y estratégicamente entre el pragmatismo del Socialismo Democrático (ese conjunto de fuerzas de centroizquierda hegemonizado por el Partido Socialista) y la utopía práctica de la nueva izquierda frenteamplista aliada con el Partido Comunista. Para expresarlo en términos concretos, el jefe de Estado se ha movido entre la conducción realista para enfrentar las correlaciones de fuerza parlamentaria que le son hostiles, y la ensoñación de los ideales atribuidos al estallido social de octubre de 2019 que llevan al presidente a promover políticas altamente controversiales y de salida incierta (indultos a un puñado de participantes del estallido con antecedentes delictivos que secuestran al presidente Boric durante todo su mandato, pensiones de gracia con perspectiva de reparación por violaciones a los derechos humanos concedidas a personas con prontuario policial, etc). Si uno tuviese que resumir el actual mandato presidencial, me parece que estas son las coordenadas esenciales: las acusaciones de frivolidad dirigidas a sus ministros y parlamentarios más cercanos no alcanzan a penetrar la superficie de lo que realmente es este experimento de izquierdas sin parangón. ¿Cómo no ver que hay allí una racionalidad?
Como en todas las cosas, la racionalidad de la acción de un gobierno está sujeta a crítica, pero también a conceder que hay en ella metas legítimas. Desde la perspectiva del gobernante, ¿qué puede significar este tercio irreductible? En primer lugar, atrincherarse en un tercio del electorado que no tiene nada de despreciable, lo que le permite a las izquierdas competir en elecciones no para ganar, sino para resistir una posible ofensiva de derechas hegemonizada por su fracción más extrema, encarnada en el Partido Republicano y su líder José Antonio Kast. Eso es racional, aunque no razonable, sobre todo porque quedan muchas alternativas abiertas, una de las cuales es la distribución de ese tercio irreductible entre partidos con historias e identidades muy distintas. Pero, en segundo lugar, gobernar teniendo en la mira al tercio del electorado es renunciar a gobernar haciéndole sentido a todos los chilenos: sin duda alguna, este es el aspecto menos razonable de la racionalidad del tercio de Astérix, puesto que supone renunciar -y regalar- el 70% del electorado no solo a las derechas, sino también a todo tipo de emprendimientos populistas que buscan superar al eje derecha/izquierda.
Hay algo muy preocupante en esta racionalidad gubernamental que coquetea con lo que es poco razonable: es el componente generacional del problema. No es lo mismo que a la generación treintañera que conduce al actual gobierno con sus extensiones parlamentarias le de igual ser derrotada en las urnas (en la medida en que tienen por delante 30 o 40 años de vida política activa), ante un Socialismo Democrático (incorporo en esta disyuntiva al Partido Comunista) cuya historia es muy antigua, que es lo que le permite dimensionar las consecuencias de renunciar a gobernar. Si la crítica a la frivolidad de quienes gobiernan a Chile tiene algún sentido, no tiene mucho que ver con estilos diletantes y poco serios: lo verdaderamente relevante es la concepción estrecha del futuro legado del gobierno de Boric, y a partir de ella el enfoque derrotista de las elecciones que vienen, especialmente la madre de todas ellas que es la elección presidencial de 2025.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS Chile y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.