Los altos precios de la vivienda en Chile: sueños quebrados para los sub 40

Las nuevas generaciones ven cada vez más lejana la opción de comprar una propiedad y buscan distintas alternativas para sortear los altos costos de alquilar en las grandes ciudades. Aquí, cinco historias detrás de esta crisis

Jahnavi Zapata, en el departamento que arrienda en el sector poniente de Santiago de Chile.Cristobal Venegas

Volver a vivir con los padres, arrendar entre varios, buscar una pieza, recorrer diariamente los portales inmobiliarios para encontrar una oferta alcanzable. El panorama para dar con una vivienda para las personas jóvenes en Chile es hoy, ante todo, un juego de malabares donde prima la angustia por no poder independizarse. A diferencia de Europa y otras zonas del planeta, se trata de un fenómeno más bien nuevo.

Gran parte de los j...

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Volver a vivir con los padres, arrendar entre varios, buscar una pieza, recorrer diariamente los portales inmobiliarios para encontrar una oferta alcanzable. El panorama para dar con una vivienda para las personas jóvenes en Chile es hoy, ante todo, un juego de malabares donde prima la angustia por no poder independizarse. A diferencia de Europa y otras zonas del planeta, se trata de un fenómeno más bien nuevo.

Gran parte de los jóvenes chilenos no tiene más opción que el arriendo, que ha ido en alza en el país sudamericano. “En Chile, el porcentaje de personas arrendatarias antes rondaba el 17%. Hoy, en ciudades como Santiago, está bordeando el 30%”, dice Felipe Link, sociólogo e investigador del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales (IEUT) de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Link profundiza en la evolución de este fenómeno: “No es un tipo de tendencia que se vaya a estancar, sino que, al contrario, cada vez hay más personas que optan por el arriendo. La razón tiene que ver principalmente con los aumentos de precio y la dificultad de acceso a créditos para la compra de viviendas”.

Para las personas menores de 40 años, la situación es más compleja: “Para estos profesionales jóvenes, que están recién egresados o trabajando hace muy poco, es muy difícil que construyan ese ahorro para poder destinarlo al pie de una vivienda. Por lo tanto, crece el arriendo y este es un mercado relativamente desregulado en Chile”. Sobre esta falta de normativa, el sociólogo agrega: “Los profesionales jóvenes están al arbitrio de una relación desregulada donde el mercado es el que se encarga de poner los requisitos, pedirte un aval, datos importantes personales y eso no está regulado. El arrendador podría pedir hoy día prácticamente lo que se le ocurra”, sentencia.

A pesar de que los precios de los arriendos han tendido a ir a la baja durante este año, después de una fuerte subida tras la pandemia, el panorama no es alentador. Según informó el Banco Central, las tasas hipotecarias alcanzaron su valor más alto desde mediados de diciembre de 2022, posicionándose en 4,52% en la segunda semana de octubre. Así, el sueño de la casa propia instaurado en generaciones anteriores se ha ido diluyendo.

EL PAÍS conversó con cinco chilenos para conocer esta realidad.

Julián Suzarte, 36 años: “El sueño de la casa propia se desarmó”

“Yo solo no podría arrendar un espacio así. Y ahí viene el miedo constante de que esto se acabe”, dice Julián Suzarte sobre la casa que arrienda con tres amigos en la comuna de Macul, al suroriente de Santiago de Chile. Él, licenciado en Historia de la Universidad de Chile, pero dedicado a dar talleres sobre agricultura orgánica, ha recorrido múltiples viviendas, hasta que llegó a esta casa donde lleva seis años. Compartir un mismo techo lo ha visto como la manera de poder a optar a mejores espacios, como este en Macul que tiene un jardín donde puede cultivar una pequeña huerta, por el que pagan entre los cuatro $750 mil pesos mensuales (unos 795 dólares). Sobre esta fórmula de convivir, dice: “Es buena en la medida en que tienes una expectativa y una forma de vivir que sea compartida”.

Mientras toma una taza de té lentamente, Julián explica que el ideal de la casa propia se ha ido acabando: “Creo que eso se desarmó. Ese sueño de la casa propia se iba dando por el ideal de tener un empleo en el cual tú pudieras pasar mucho tiempo de tu vida y que te permitía ahorrar. Eso se ha quebrado en mi generación”. Y agrega: “Esa angustia con respecto al arriendo y a los sueldos veo que es transversal en mi círculo de amigos. Yo creo que mi generación es más pobre que la de mis padres porque tenemos que sacrificar mucho más de nuestro tiempo para vivir bien”, explica Julián.

Julián Suzarte, en la casa que arrienda junto a tres personas en Santiago.sofia yanjari

Jahnavi Zapata, 35 años: “Somos la generación del endeudamiento”

En el departamento de Jahnavi Zapata, en el centro de Santiago de Chile, un mismo espacio funciona como sala de juegos de su hija de tres años, living, lugar de trabajo y comedor. Ella, profesora de yoga hace más de una década, sueña con poder irse a un departamento más espacioso: “Siempre estoy viendo otros lugares donde arrendar, pero es desesperanzador. Te piden muchos papeles, experiencia de trabajo, dinero para poder tener un respaldo”, dice. Ha barajado posibilidades de cambiarse a comunas más periféricas donde los arriendos son más baratos, pero le afectaría profesionalmente: “He priorizado quedarme acá porque, como soy independiente, en el centro de Santiago puedo tener más escenario para mostrar mi trabajo. Además, si me muevo más lejos, el precio que pago por transporte subiría considerablemente”.

Por este departamento, de una pieza y un baño, de alrededor de 40 metros cuadrados, le cobran alrededor de $350 mil pesos chilenos (unos 371 dólares). “Cuando uno se arriesga a independizarse caes en una rueda de hámster de ganar para pagar y se ve lejana la opción de tener una casa propia”, comenta sobre sus cada vez más intangibles aspiraciones a futuro. Y dice: “Somos la generación más del endeudamiento que del obtener”.

Jahnavi Zapata y su hija, en el departamento que arriendan en el sector poniente de Santiago.Cristobal Venegas

Juan Carlos Moyano, 29 años: “No me mata el ideal de tener una casa para recién a los 70 años poder disfrutarla”

Un mes vivió Juan Carlos Moyano, quien estudió administración de empresas y trabaja en una empresa de envíos, en una casona donde arrendaban piezas alrededor de 20 personas, en el centro de la capital chilena. Las malas condiciones del lugar y la inseguridad —le robaron su bicicleta— le hicieron dejar la casa y pensar en trasladarse a San Bernardo, una comuna en la zona sur de la capital. Ahí fue cuando llegó su actual compañera de piso, Ximena Sepúlveda (50 años). Se conocían porque ambos eran voluntarios en un comedor ciudadano y, cuando Ximena supo de su situación, le dijo: “Cómo te vas a ir tan lejos, vas a perder la vida en el centro y lo que implica vivir aquí”. Ximena arrendaba un departamento con una pareja de amigos, pero ellos habían decidido mudarse. Tenía habitaciones libres y se lo comentó a Juan Carlos. Desde noviembre de 2022 viven juntos.

En su trayectoria de arriendo, Juan Carlos dice que los precios suben cada vez más y no se condicen con la calidad ofrecida: “Antes en este barrio podías encontrar habitaciones por $150 mil pesos (unos 160 dólares) y hoy ya no es así. El año pasado a mí me cobraban $180 mil pesos (unos 190 dólares) por una habitación, pero éramos muchas personas viviendo en el mismo lugar y las áreas comunes estaban mal cuidadas”, dice. Por ahora, se encuentra tranquilo viviendo con Ximena. Sobre el sueño de algún día tener una propiedad con su nombre, explica: “No me mata el ideal de tener una casa, porque, si lo hago, voy a estar pagando por 40 años un dividendo para recién a los 70 años poder disfrutar mi casa”.

Juan Carlos Moya y Ximena Sepúlveda, en un departamento en el sector poniente de la ciudad de Santiago.Cristobal Venegas

Camila Millán, 33 años: “Para un matrimonio joven pesa la falta de privacidad”

Desde que se casó con César, en diciembre de 2022, Camila vive en una habitación dentro de la casa de sus suegros en la comuna de La Florida, al suroriente de Santiago de Chile. Y, en una construcción en el patio de la casa, también vive su cuñada y sus dos hijos.

Para Camila y César, a pesar de tener una buena relación con la familia, la falta de privacidad les pesa. Han barajado distintas posibilidades para independizarse, pero el bolsillo siempre es complicado. Ella, licenciada en Teatro, trabaja como garzona full time y hace talleres de danza. Su marido es técnico en construcción y se dedica a ser contratista independiente. “Al principio me sentía incómoda viviendo acá porque hay harta gente. A veces le digo a mi marido que arrendemos, pero todo está tan caro. Entonces, decidimos esperar un poco y seguir ahorrando”, comenta Camila. Han visto departamentos en La Florida y Puente Alto —al sur de Santiago—, de una habitación, un baño y estacionamiento, y les cobran alrededor de $450 mil pesos (uno 477 dólares).

También, hace dos años son parte de un comité de vivienda para poder optar a una casa, pero el proyecto aún no se ve tangible. Sin embargo, el sueño de Camila y César es irse a vivir, de aquí a 10 años, a Villarrica, al sur de Chile. La familia paterna de ella tiene terrenos en esa zona y dice que le venderían una parcela a buen precio, pero de todas formas necesita un crédito hipotecario, y no han logrado obtenerlo. Y ahí entra un punto que para ella es fundamental, la educación financiera: “Salí del colegio sin saber hacer un cheque, no saber hacer boletas de honorarios. Nadie le explica a la gente y es algo fundamental para poder proyectarse a futuro”. Dice que le hubiese facilitado el proceso de independizarse saber cosas como qué tipo de cuenta conviene abrir en el banco o cómo ahorrar de mejor manera.

Camila Fernanda Millan, en la casa de sus suegros donde conviven ocho adultos y un recién nacido, en el sector sur de la ciudad de Santiago.Cristobal Venegas

Carolina Rojas, 30 años: “El arriendo que pago me deja con cero capacidad de ahorro”

Tras el cese de la convivencia con su expareja, a finales de mayo de 2022, Carolina comenzó una apurada búsqueda para arrendar un departamento sola. A través de portales inmobiliarios online veía lugares que se ajustaran a su presupuesto: “Traté de buscar un rango de precios que no fuera más de un tercio de mi sueldo, que es lo que en teoría se recomienda, pero era muy complicado”, comenta Carolina, quien es dentista dedicada a la investigación en dos universidades. En cuanto veía un departamento que se ajustaba a sus necesidades, agendaba una visita: “Sabía que si me demoraba un poco, ya no estaría disponible”, dice sobre el proceso que muchas veces se transforma en una competencia entre los posibles arrendatarios.

Encontró un departamento en la comuna de Ñuñoa, en el sector oriente de Santiago, que le quedaba a una distancia razonable de sus dos trabajos, además contaba con un jardín. Juntó los múltiples papeles requeridos y su papá se transformó en su co-aval. Los primeros meses de arriendo sus papás la ayudaron económicamente hasta que pudiera estabilizarse. Le cobran $660 mil pesos chilenos (unos 700 dólares), sin contar los gastos comunes, y le gustaría más adelante mudarse a un departamento más barato: “No me arrepiento de haber arrendado acá porque me gusta mucho el lugar, pero el arriendo que estoy pagando me deja demasiado justa todos los meses, con cero capacidad de ahorro y, obviamente, nadie quiere eso, así que trato de verlo como si fuera algo temporal”, dice Carolina.

Ante el sueño de ser propietaria de una vivienda, comenta: “Lo veía como una meta posible hasta que me independicé. En mi mente ilusa, antes de irme de la casa de mis papás, pensaba que trabajando cinco años iba a poder ahorrar plata para un pie y eventualmente sería elegible para un crédito. Eso cada vez lo veo más lejano. No soy híper pesimista, pero no lo veo para nada en un corto plazo”. Y, tras pensar un poco, dice: “No sé si es el sueño de mi vida, pero sí sería algo que me gustaría mucho lograr. Pero, si no lo logro, no sería como el máximo fracaso porque sé que el mercado, la vida, el costo de todo y las pegas [los trabajos] están difíciles”.

Carolina Rojas y su perro Mortis, en su departamento en el sector oriente de Santiago.Cristobal Venegas


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