San Pedro, la ciudad argentina que se entrega al dinero fácil de una posible estafa piramidal
Una plataforma virtual para comerciar criptomonedas atrajo a miles de personas con ganancias exorbitantes y, tras las primeras denuncias, bloqueó el retiro de capitales
A 170 kilómetros de Buenos Aires, en la tranquila ciudad de San Pedro viven cerca de 70.000 personas. Unas 12.000 de ellas, calculan las autoridades locales, entraron como inversores en un sistema de compra y venta de criptomonedas sospechado de ser una monumental estafa piramidal. “Mirá lo que me regaló la china”, sonríe Carlos y muestra un abrigo que, cuenta, le costó 200.000 pesos (unos 200 dólares), pagados con las ganancias que obtuvo en pocos días. “La china” es el apodo que los sampedrinos le pusieron a quien se hacía llamar Ali, la cara visible de Rainbow Exchange, la plataforma virtual que esta semana, ante las crecientes versiones sobre un millonario timo, congeló los activos de sus clientes y anunció que no podrán retirar fondos por al menos 14 días hábiles. La trama incluye la participación de actores extranjeros que habrían simulado ser empresarios —incluida “la china” Ali—. La Justicia ya investiga el caso, se realizaron dos allanamientos en la ciudad, este jueves tres damnificados presentaron las primeras denuncias y este viernes se ordenó el bloqueo de los sitios web de la plataforma RainbowEx.
El perfume distingue a San Pedro. Sus calmas calles están colmadas de naranjos y, en plena primavera, los árboles lucen cargados de frutas maduras. Pero son plantas silvestres, las naranjas son amargas. Aunque no parece fácil resistir la tentación, nadie las come —unos pocos las usan para hacer dulce o las exprimen para tomar jugo—. Muchos sampedrinos, en cambio, se dejaron tentar por las ganancias fáciles, de hasta el 2% diario en dólares, que ofrecía Rainbow Exchange. Los que no pudieron sacar su dinero conviven ahora con un amenazante regusto amargo.
En esta ciudad bonaerense ubicada a orillas del río Paraná, donde desemboca el río Arrecifes, el aparente negocio de las criptomonedas comenzó a florecer hace poco más de un año, promocionado boca a boca. Rainbow Exchange se presenta como una plataforma de servicios de “trading blockchain” dependiente de un emprendimiento más amplio: Knight Consortium, una empresa creada —según su página web— en 2010 en Singapur, dedicada a la “competencia leal en el sector financiero”, dirigida tanto a “inversores minoristas” como a “banqueros”.
El interesado en operar debía descargar en su teléfono móvil la aplicación de RainbowEx, ausente en las tiendas oficiales, es decir, sin respaldo institucional. Luego tenía que validar su identidad e informar el aval de otro asociado, quien cobraría una comisión de sus futuras inversiones. Entonces sí podía empezar a inyectar dinero, a través de billeteras virtuales.
“Te pedían un mínimo de 50 dólares para arrancar. Yo puse plata, la recuperé y gané. Sirvió, duró lo que tenía que durar. Algún día se iba a caer”, dice Martín, mientras come una empanada al sol del mediodía, en pleno centro de San Pedro. Como la mayoría de los consultados este miércoles, durante una recorrida por la ciudad, prefiere preservar su nombre completo. No está claro aún cuáles serán las derivaciones judiciales del caso y, aunque muchos de los inversores siguen defendiendo a RainbowEx porque les permitió ganar dinero, la cautela prevalece.
Las operaciones consistían en el comercio de criptomonedas de las que, según alertan ahora los expertos, no se conocen referencias confiables —se sospecha que, en realidad, no existen—. La decisión de comprar o vender la tomaba cada inversor pero siguiendo “señales de trading” que impartía “la china” Ali todas las noches, con mensajes de la aplicación Telegram. Cuando llegaban sus indicaciones, cuentan los vecinos, San Pedro quedaba en suspenso.
En una economía argentina en recesión y con la pobreza en aumento, el negocio sedujo tanto a personas necesitadas como acomodadas. Su principal atractivo era la promesa de ganar un interés de hasta 2% al día en dólares. Además, los inversores podían retirar sus fondos cuando quisieran. Si lo hacían, podían optar por convertir las criptomonedas en pesos que retornaban a la billetera virtual de origen, o podían canjearlas en determinadas agencias financieras por dólares o pesos. Las agencias se quedaban con una comisión del 5%.
“Puse 500.000 pesos y saqué mucha plata. No trabajo desde junio, estoy de vacaciones”, cuenta alegremente Gustavo, un joven de 25 años. “Yo no me metí y la verdad, lo lamento, hace diez años que mi jubilación pierde poder adquisitivo”, dice Luis, pensionado. “Tengo una amiga que gracias a ‘la china’ renovó el auto.” Entre los consultados, nadie lo reconoce en primera persona, pero todos hablan de un pariente o un conocido que no pudo sacar su dinero y hoy teme haberlo perdido. “A mí me fue bien, entré y salí rápido. Pero un cliente vendió la casa e invirtió 50.000 dólares. Hay que mucha gente que sacó préstamos en el banco para invertir”, dice Marcelo, de 42 años, comerciante. A la sombra de un naranjo, agrega: “El problema son los últimos que entraron”.
En los timos basados en el llamado “esquema Ponzi” (por Carlo Ponzi, famoso estafador italiano), los inversores iniciales ganan con los supuestos intereses que, en realidad, provienen del capital aportado por los nuevos socios. Cuando se corta o reduce el ingreso de aportantes, o cuando muchos socios deciden retirar su capital, la fachada se desmorona.
Pero, en este caso, no ocurrió eso. Las primeras sospechas las plantearon algunos especialistas en informática y en finanzas desde las redes sociales; luego las reprodujeron los medios de comunicación locales. En cuanto se rompió el hechizo, las inconsistencias se hicieron evidentes. Así trascendió que los dos directivos de Knight Consortium que encabezaron una fastuosa celebración de la empresa el 21 de septiembre, en un hotel de Buenos Aires, eran en verdad dos actores polacos. También así se difundió que la imagen conocida de “la china” Ali sería la de una actriz indonesa, que ofrece su rostro para campañas corporativas.
Antes de que la Justicia tomara alguna medida, RainbowEx envió un comunicado a sus inversores el martes y les anunció que limitaba su actividad por 14 días hábiles “debido a informes engañosos de medios locales en Argentina” y a los supuestos requerimientos de organismos reguladores. “Para garantizar la seguridad de los fondos y cooperar plenamente con la investigación, suspenderemos temporalmente los servicios de retiro solo para usuarios en Argentina y sus cuentas asociadas”, argumentó la plataforma. No suspendió ni el ingreso de fondos ni las operaciones con criptomonedas.
En los tribunales ya hay dos pesquisas abiertas. La Justicia federal investiga si se cometieron delitos como lavado de dinero o intermediación financiera ilegal. En ese marco, el miércoles se realizaron dos allanamientos, en una de las agencias financieras involucradas, Overcash, y en un domicilio particular. Este viernes, la fiscalía federal de San Nicolás ordenó el bloqueo de los sitios de Internet vinculados con RainbowEx. Antes, en respuesta a un pedido de informes, la Comisión Nacional de Valores había detallado que esa plataforma y Knight Consortium “no se encuentran registradas en el Registro de Proveedores de Servicios de Activos Virtuales y tampoco han presentado una solicitud de inscripción”, por lo que su actividad sería irregular. En simultáneo, la Justicia provincial investiga el posible delito de estafa: la fiscal de San Pedro, María del Valle Viviani, confirmó que este jueves se presentaron los tres primeros denunciantes.
La ciudad conserva su calma, pese a que entre la gente no parece haber consenso sobre RainbowEx. Están los que ven una flagrante estafa y están los que siguen teniendo fe. “Hay que armar otra aplicación, cambiarle el nombre y empezar de nuevo, que cada uno pueda recuperar lo que tenía”, dice sin dudar el playero de una estación de servicio. “Si todos estábamos ganando plata, ¿por qué no podemos seguir?”. Al atardecer, los naranjos siguen perfumando las calles de San Pedro, pero los peatones tienen que esquivar los frutos caídos durante el día.
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