Miedo y esperanza en las dos Argentinas que esperan a Javier Milei

Casi el 80% de los habitantes de Río Segundo, en Córdoba, votó por el ultraderechista. El 83% de los vecinos de la Isla Maciel, una barriada pobre de los suburbios de Buenos Aires, eligió al peronista Massa. Todos ven el futuro con incertidumbre

Una imagen de propaganda de Sergio Massa en Río Segundo. A la derecha, un seguidor de Milei muestra una entrevista en redes sociales.Sebastián López Brach

El ultraderechista Javier Milei ha roto el mapa político de una Argentina que hoy le espera sumida en la incertidumbre. Quedó segundo en las elecciones de octubre con el 30% de los votos, pero ganó la segunda vuelta con un 56% que buscó “un cambio”. La incertidumbre la sienten los votantes de ciudades como la cordobesa Río Segundo, en el corazón agroindustrial del país, donde arrasó con el 79% de los votos; también en los distritos más postergados, como Isla Maciel, una viej...

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El ultraderechista Javier Milei ha roto el mapa político de una Argentina que hoy le espera sumida en la incertidumbre. Quedó segundo en las elecciones de octubre con el 30% de los votos, pero ganó la segunda vuelta con un 56% que buscó “un cambio”. La incertidumbre la sienten los votantes de ciudades como la cordobesa Río Segundo, en el corazón agroindustrial del país, donde arrasó con el 79% de los votos; también en los distritos más postergados, como Isla Maciel, una vieja barriada portuaria en el cordón sur de la ciudad de Buenos Aires, donde el 83% eligió al peronista Sergio Massa en las elecciones. Esas dos Argentinas se asoman a un país nuevo desde este 10 de diciembre y, aun en veredas opuestas, coinciden en que los años que vienen serán muy duros.

Un niño compra helado en las calles de Isla Maciel. Amanda Cotrim

“Ahora, Milei tiene una misión”, dice Milton Palacios, un peluquero de Río Segundo de 34 años. Como muchos en la ciudad, junta las manos sobre el pecho y se encomienda al presidente electo mirando el cielo cuando habla sobre los próximos cuatro años. Está ilusionado. Sigue a Milei desde hace dos años, cuando el ultra era solo un economista mediático y Palacios viajaba 70 kilómetros hasta la ciudad de Córdoba para asistir a sus mítines y charlas.

Es miércoles 6 de diciembre, faltan cuatro días para que Milei tome posesión y Palacios afirma que vivió su victoria contra el peronista Sergio Massa como el final de “una gran batalla”. “Un superaparato contra un espacio nuevo, impulsado a pulmón”, cuenta. Desde Río Segundo, él hizo su parte. Empezó visitando conocidos en bicicleta para hablarles de liberalismo y después los vecinos empezaron a llegar solos hasta su peluquería. Se ofrecían para controlar la votación para La Libertad Avanza, el partido de Milei, y pasaron de ser 12, en las primarias de agosto, a ser más de 80 en la segunda vuelta. Afirmaban, entonces, que querían “cuidar la democracia”.

El descontento convenció a muchos en esta ciudad de involucrarse en política y votar por Milei. Río Segundo tuvo su auge a finales del siglo XIX, con la expansión de la producción agropecuaria y la llegada de las primeras fábricas y del ferrocarril. Pero hoy es otra ciudad postergada del interior del país. Con 25.000 habitantes y enclavada en una de las provincias más conservadoras del país, Río Segundo es un departamento agrícola, pero tiene también un perfil industrial. La fábrica más importante es la alimenticia Georgalos. Hubo épocas, recuerda una de sus vecinas, en las que la ciudad también recibía más turistas. Pero la construcción de una autopista hace dos décadas desvió hacia otro lado el flujo de viajeros que llegaban desde las ciudades pujantes como Rosario o Buenos Aires.

Milton Palacios en su peluquería de Río Segundo, Córdoba.Sebastián López Brach

Alejandro Casares, que es operario en la fábrica de Georgalos y delegado sindical, muestra con un ejemplo por qué votó a Milei. Estudió una tecnicatura superior en motores y sueña con armar su propio taller de reparación de automóviles en el frente de su casa. “Desde hace 10 años no alcanzo el presupuesto para hacerlo”, afirma este hombre de 40 años, padre de dos niños. Al principio, necesitaba 320.000 pesos. Cuando logró ahorrarlos, el presupuesto había subido hasta los 1,7 millones. Volvió a juntar el dinero, pero la cifra necesaria ya era de 5,4 millones de pesos. “Trabajo, me levanto a las tres y media de la mañana y no llego”, dice. El enojo que sintió el día que volvió de recibir el último presupuesto lo conectó con Milei: “Nos representa a todos los que estamos desbordados”.

Alejandro Caseres, delegado sindical y trabajador de la fábrica Georgalos.Sebastián López Brach

Los argentinos repiten historias similares sobre sueldos que no alcanzan, precios que no paran de crecer, el agotamiento, la frustración, los jóvenes que se van por falta de oportunidades. Las cifras salen de memoria: la inflación interanual supera el 142%, cuatro de cada 10 personas viven en la pobreza, y el salario mínimo, hoy en 159 dólares, pasó en ocho años del primero al penúltimo de la región detrás de Venezuela. Milei ha atacado los consensos democráticos construidos tras la dictadura, ha prometido privatizar empresas públicas y mano dura a quien se le oponga, pero ninguna de sus promesas ha cautivado tanto al electorado como la de ajustar el gasto público para sanear una economía que cae en picado. “No hay plata”, repite estos días entre aplausos. No todos, sin embargo, han elegido seguirlo a esta tierra desconocida.

“Votamos a Massa, no había de otra”

Eduardo y Florencia, de 28 y 22 años, acaban de alquilar un cuarto en un viejo conventillo de la Isla Maciel, un barrio de casas de chapa y madera separado de la ciudad de Buenos Aires por el río Matanza, en la cuenca del Riachuelo, una de las más contaminadas del mundo. No tienen un contrato, los aceptaron con la promesa de reformar la casa que hace unos meses fue consumida por el fuego, y no saben cuánto pagarán de alquiler el próximo mes. En diciembre fueron 40.000 pesos, unos 40 dólares, la mitad del ingreso que reciben: una pensión por invalidez tras un accidente laboral que dejó a Eduardo ciego de un ojo. “A Milei no le tengo fe. Van a subir mucho las cosas, pero por suerte en este barrio hay muchos comedores, gente buena que te ayuda con las cosas”, dice ella. “Estamos bancándola. Hay que ver qué hace Milei... Yo agarro cualquier laburo que puedo, aunque sea por un día. Pero si me quitan el ingreso fijo no sé qué vamos a hacer”, dice Eduardo. Esta pareja, como casi todas las 4.800 personas que votan en Isla Maciel, eligió al peronista Sergio Massa en las pasadas elecciones. “No había de otra”, afirma Florencia.

Eduardo y Florencia, en su cuarto de Isla Maciel. Amanda Cotrim

La historia de la ciudad de Buenos Aires se empieza a contar desde barrios como Isla Maciel, levantados entre los conventillos, astilleros y fábricas construidas por inmigrantes que a mediados del siglo XIX llegaron a la ciudad y abarrotaron el puerto que les daba trabajo. La fiebre amarilla, entre 1850 y 1870, empezó a llevarse el dinero hacia norte de la capital, y el desarrollo siguió ese camino hasta hoy. En Isla Maciel conviven barrios de emergencia sin servicios básicos, complejos habitacionales donde proliferan la droga y la violencia, y un casco histórico gemelo de otro barrio con la misma historia y que lo mira desde la otra vera del Riachuelo, La Boca.

El voto peronista en la Isla se explica, en parte, porque muchos de sus habitantes dependen de las ayudas económicas que impulsaron los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner desde 2003. Pero no solo, también por el tejido comunitario que sostiene a sus vecinos: clubes que atienden a los niños mientras sus padres trabajan, organizaciones que impulsan desde orquestas musicales hasta servicios dentales, y comedores que reparten comida todos los días. Uno de ellos, respaldado por la Fundación Isla Maciel, prepara hasta 300 platos por día.

Un vecino observa la lluvia desde la entrada de su casa en la Isla Maciel. Amanda Cotrim

Lo explica Andrea Benítez, de 55 años, que es una de las cocineras desde hace ocho años. “Me ayudó a levantarme”, dice. Comenzó como voluntaria después de la muerte del mayor de sus siete hijos, Jonathan, asesinado a sus 21 años en un enfrentamiento entre las bandas que venden droga en la periferia del barrio. Después se convirtió en su trabajo, por el que cobra a través de un plan del Estado. “Todos mis chicos se criaron en el barrio. Pero hay mucha droga, muchas malas amistades. Poder trabajar acá y no tener que irme me ayuda a estar siempre pendiente”, cuenta Benítez. Pero los cambios se notan. Milei ha asustado con sus promesas de dolarizar la economía, y los precios aumentan todos los días mientras el presidente electo amenaza con recortar las ayudas sociales que muchos de sus votantes ven solo como un gasto político en busca de votos. “Se está complicando conseguir comida y ya cerraron varios comedores”, dice Benítez. “Antes había siete en todo el barrio, hoy quedan dos”.

“Para sacar un mal votás otro mal”

A casi 700 kilómetros, en una provincia conservadora como Córdoba, la ciudadanía rechaza al kirchnerismo que potenció esas ayudas sociales. El enfrentamiento entre el sector agropecuario y el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en 2008 terminó de consolidar esa antipatía. Tercer distrito electoral del país, la provincia le dio la elección a Mauricio Macri en 2015 y desbancó al kirchnerismo. Los cordobeses volvieron a votar en masa al conservador en 2019 en contra de la mayoría del país que eligió al peronista Alberto Fernández y en esta elección se volcó con Milei. En Río Segundo, con más o menos convicción, han puesto su esperanza en Milei.

Gabriel Ariosa, carpintero, posa en su taller ubicado en la localidad de Río Segundo.Sebastián López Brach

“Ojalá que tengamos suerte y cumpla todo”, desea Zulema Barrionuevo, kiosquera, de 74 años. Sus vecinas, le han contado, tienen “terror” de perder la jubilación con los recortes que promete Milei. “Yo no creo que la quite”, valora Barrionuevo. Ailin Cuartara, estudiante, de 18 años, le pide a Milei que “cambie la economía”. En los últimos meses, dejó de estudiar y empezó a trabajar como camarera. Ese empleo fue para ella un salvavidas porque había noches en las que se iba a dormir habiendo cenado pan y una infusión. Gabriel Ariosa, carpintero, 58 años, siente que hace demasiado tiempo que no progresa. Ha visto a jóvenes, como sus sobrinos o sus hijos, hacer planes para irse del país y espera que ahora, tras el triunfo de Milei, “se puedan quedar”. En su almacén al borde de la carretera, Carina Tesela, de 52 años, piensa todos los días en cerrar. Votó a Milei “porque no había otra cosa”: “Para sacar un mal votás otro mal”. “No me gusta, es un poco agresivo y denigra a la mujer, pero espero que saque a los acomodados”, pide Tesela.

“Siempre puede ir a peor”

“Acá nadie te va a decir que lo vota a Milei, pero hay”, afirma Liliana Romano, de 55 años, que atiende un almacén en la puerta de su casa familiar en Isla Maciel. “¿Cómo no va a haber? Entre los jóvenes, sobre todo. Es difícil decirles algo si hace años que está todo mal”.

Liliana Romano en la puerta de su casa. Amanda Cotrim

Llovió todo el miércoles en Isla Maciel y hay tiempo para charlar. Romano dice con orgullo que fue votante de los Kirchner, que durante esa época fue profesora voluntaria y que militó en el movimiento de trabajadores de la economía popular. En 2015, cuando Macri llegó a la presidencia, lo dejó y puso un almacén. “Me da vergüenza cuando tengo que subir precios, pero todos los días me los aumentan los distribuidores a mí”, dice. A Romano le gustaría volver a militar políticamente, pero hoy no sabe a quién. “Massa no era mi primera opción. Me parece que Cristina presentó un candidato perdedor”, dice sobre el ministro de Economía del Gobierno que cederá el poder este 10 de diciembre. “Yo lo vi a Milei en la tele hace años y me gustaba. Decía que no había plata, que iban a faltar cosas. Tenía razón. Pero desvaría y no tiene corazón. Creo que mucha gente no se da cuenta de que el ajuste lo vamos a pagar nosotros y muchos van a quedar en la calle”.

Enrique Elizondo, de 53 años, toma una cerveza en un banco frente al almacén y tiene su propia visión sobre el abismo que ha abierto Milei. “Yo trabajo de limpieza todos los días ahí en los astilleros”, dice. “Lo militamos a Massa. Muchos compañeros sabemos que aunque estemos mal, si nos quedamos solos, puede ir peor. Pero otros, que nunca lo van a admitir, hablan de cambio y yo sé que votaron a Milei. Entiendo, hace años que no me alcanza”, dice, y toma un trago de la litrona. “Ni qué hacer, puede ser el último año que me pueda dar el gusto de aunque sea tomar cerveza”.

Arte urbano en los murales de Isla Maciel.Amanda Cotrim

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