Argentina se rinde, otra vez, ante ‘Gran Hermano’
El programa de telerrealidad rompe todos los récord de audiencia a siete años de su última emisión en el país sudamericano
Argentina ha entrado en 2023 envuelta en la incertidumbre. El país atraviesa sequías, olas de calor, incendios forestales y una grave crisis económica. En octubre habrá elecciones presidenciales, y mientras las televisoras agitan la guerra entre el peronismo gobernante y la derecha, un fantasma de principios de siglo ha irrumpido en la pantalla. Gran Hermano ha vuelto a la televisión después de siete años y ha roto récords de audiencia.
El reality más famoso de la televisión mundial ha regresado a su cuna latinoamericana con...
Argentina ha entrado en 2023 envuelta en la incertidumbre. El país atraviesa sequías, olas de calor, incendios forestales y una grave crisis económica. En octubre habrá elecciones presidenciales, y mientras las televisoras agitan la guerra entre el peronismo gobernante y la derecha, un fantasma de principios de siglo ha irrumpido en la pantalla. Gran Hermano ha vuelto a la televisión después de siete años y ha roto récords de audiencia.
El reality más famoso de la televisión mundial ha regresado a su cuna latinoamericana con todo su desparpajo de siempre: hace un mes, el tema candente fue el maltrato de una de las finalistas a sus mascotas. Julieta Poggio, una modelo de 21 años, afirmó que su familia viajaba sin preocuparse de quién alimentaba a sus perros y desató la indignación de las redes sociales. Unos días después, la producción decidió ingresar dos cachorros para que convivan en la casa. Uno de ellos casi se ahoga en la piscina.
El programa televisivo que desde octubre sigue las crisis y amores y desamores de 20 personas encerradas en una casa está a punto de llegar a su final. Quedan seis participantes en el concurso de popularidad. La televisión abierta agoniza desde hace años en todo el mundo, pero el Gran Hermano argentino ha vuelto a llenarla de puntos de ráting: más de 700.000 hogares siguen sus programas decisivos cada domingo por la noche, sin contar los cientos de miles que lo siguen por Youtube y la transmisión en línea que permite ver la casa durante las 24 horas.
El primer país de Latinoamérica en despenalizar el aborto y legalizar el matrimonio homosexual, uno de los pocos que todavía no le ha dado chances reales a la ultraderecha en las elecciones, tiene toda la atención puesta en quien se llevará el premio millonario en Gran Hermano: los favoritos son la joven modelo de redes sociales, una antigua diputada nacional y un estudiante de Derecho católico, callado y fiel al gimnasio.
“Uno de los grandes mitos de Gran Hermano es que está representada toda la sociedad”, dice Yamila Heram, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet). “Es una construcción como cualquier otro producto de ficción”, analiza. “El casting está bien hecho en el sentido de que elige estereotipos que cumplen con un rol para garantizar el conflicto, pero no me atrevería a decir que muestra como es la sociedad argentina”.
Uno de los eliminados hace unas semanas confirma su teoría. Wálter Santiago, un comerciante de 60 años que se impuso el mote de Alfa, dominó la casa de Gran Hermano durante casi tres meses. Su primera polémica casi termina en una crisis de Gobierno: al tercer día dentro de la casa afirmó que conocía al presidente Alberto Fernández hace 35 años y lo llamó coimero, como se le dice en Argentina al que paga o recibe sobornos. La conversación no había salido en las transmisiones televisivas, pero el corte viralizado en redes sociales obligó a la vocera presidencial a aclarar que el presidente no conocía a Alfa.
Alfa tomó vuelo: contó que había tenido relaciones con varias personas de la farándula nacional, se negó a apoyar a la selección argentina durante el mundial, insultó a una de las chicas de la casa por tener relaciones sexuales con un compañero y se insinuó a otras dos en distintos momentos. Llegó al límite de la polémica y fue eliminado tras una pelea con otra jugadora y cuando sus comentarios sobre el cuerpo de otro compañero rebasaron los límites del público.
“El programa puso de relieve muchísimos temas como la cuestión de la gordofobia y el acoso”, analiza Heram. “Hubo una oportunidad para hablar de esos temas que terminó banalizando una situación muy compleja. Me dirán que eso no se le puede pedir a la televisión y que lo que vende es la pelea, pero creo que deberíamos exigir que toque estas cuestiones de acuerdo a la coyuntura que corre y a los tiempos que vivimos”.
El éxito del programa se ha replicado en las redes sociales, donde se multiplican las escenas más polémicas entre burlas y chicanas. Una de las relaciones más apasionadas del programa, la de Thiago, un cartonero de 19 años, y Daniela, una maquillista de 26, fue la que levantó más comentarios, sobre todo racistas. Thiago ha intentado tras ser eliminado aprovechar el bum del programa para hacer publicidad desde sus redes sociales, sin éxito alguno. Daniela, en cambio, es una de las favoritas de los medios.
“Ahí hay otro mito que vende el programa”, acota la investigadora Heram. “El que siempre termina monetizando es el programa. Muy pocos tienen un éxito prolongado y, en todo caso, son más los que terminan contando cómo la fama rápida les terminó llevando al exceso y a la tristeza”, dice.
El programa termina el 12 de marzo con el premio de una vivienda prefabricada y 15 millones de pesos argentinos. Siguiendo la inflación argentina de los cuatro meses que ha durado el programa, su valor ya se ha devaluado en un 22% y hoy equivale a unos 75.000 dólares al cambio oficial, la mitad si los jugadores pretenden tomar ese dinero y buscar convertirlo a dólares en el único lugar posible: el mercado negro. El premio inalterable sigue siendo la fama eterna.
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