La violencia digital contra mujeres y niñas es real y requiere acciones urgentes
La mayoría de los Estados aún carece de leyes que reconozcan la violencia facilitada por la tecnología como una forma de violencia de género
Este año, en el marco de la campaña ÚNETE y los 16 Días de Activismo contra la Violencia contra las Mujeres y Niñas, las Naciones Unidas ponen el foco en una forma de violencia que se expande con sigilo, pero con alarmante velocidad, sin marcos claros que la contengan, y con efectos ...
Este año, en el marco de la campaña ÚNETE y los 16 Días de Activismo contra la Violencia contra las Mujeres y Niñas, las Naciones Unidas ponen el foco en una forma de violencia que se expande con sigilo, pero con alarmante velocidad, sin marcos claros que la contengan, y con efectos que afectan nuestra vida cotidiana.
La misma misoginia que existe en el mundo físico se traslada a los espacios digitales, donde encuentra un terreno fértil gracias a la rapidez, el anonimato y el gran alcance. Pese a esto, las tecnologías todavía no ofrecen suficiente protección ni seguridad para quienes las usan.
Desde su creación, el mundo digital y el físico han sido interdependientes. Lo que ocurre en línea atraviesa la pantalla y tiene consecuencias en la vida cotidiana.
Cuando lo que se experimenta en línea es una o varias formas de violencia, esas consecuencias son profundas, y pueden llevar a riesgos muy reales, al miedo, a la autocensura y al aislamiento.
Aquellas mujeres que son más visibles en la esfera pública cargan con un riesgo desproporcionado. Periodistas, activistas, políticas, defensoras de derechos y creadoras de contenido reciben ataques que buscan no solo silenciarlas, sino también desacreditarlas y quebrar su presencia. Basta con ver la experiencia de las periodistas, un sector donde el 73% ha sido víctima de violencia digital.
Las interacciones en redes sociales afectan la salud mental y muchas veces levantan nuevas barreras, creando un entorno hostil que desalienta la participación de las mujeres en la vida pública de sus comunidades. La violencia digital no solo daña a las víctimas, también atenta contra la libertad de expresión y debilita la vida democrática.
Pero esta amenaza no se limita a los perfiles públicos. Ninguna mujer, ninguna niña está completamente a salvo. El alcance es demasiado amplio.
Los números, como suele ser cuando hablamos de violencia basada en género, revelan realidades perturbadoras. La mayoría de las mujeres ha experimentado alguna forma de violencia en línea, ya sea mediante la desinformación, el acoso o los discursos de odio. En el caso de la difusión no consentida de imágenes íntimas, 9 de cada 10 víctimas son mujeres. Pese a esto, esta forma de violencia sigue sin ocupar un lugar prioritario en el debate público.
La mayoría de los Estados aún carece de leyes que reconozcan la violencia facilitada por la tecnología como una forma de violencia de género, lo que deja a aproximadamente 1.800 millones de mujeres y niñas sin protección. En ese mismo sentido, la carencia de marcos normativos, procedimientos claros para el acceso a la justicia y servicios de apoyo adecuados agudiza la impunidad. La tecnología avanza a un ritmo imparable; las leyes y políticas aún tropiezan para seguirle el paso, y en esas grietas, los abusos se multiplican.
Hoy, alrededor del 95 % de los deepfakes que circulan son representaciones sexuales de mujeres y niñas, generadas sin su consentimiento. Esta realidad exige una respuesta decidida de todos los sectores. Se requiere inversión en prevención, marcos legales robustos, políticas de seguridad digital integrales y un compromiso firme por parte de las plataformas tecnológicas. La responsabilidad no puede recaer únicamente en quienes habitan estos espacios.
También es necesario volver la mirada hacia el interior del propio ecosistema tecnológico, donde persiste una desigualdad estructural que permea todo lo demás. Las mujeres representan apenas una tercera parte de los equipos que desarrollan inteligencia artificial. Cuando las herramientas que moldean el futuro se diseñan sin una perspectiva inclusiva, el resultado es un entorno más vulnerable, menos justo y más propenso a reproducir los mismos sesgos que intentamos superar.
Desde ONU Mujeres, trabajamos por fortalecer los marcos internacionales, ampliar y mejorar la calidad de los datos y tejer alianzas estratégicas con gobiernos, empresas tecnológicas, organizaciones feministas y sociedad civil. Sabemos que la tecnología puede liberar un enorme potencial en todas las personas si se orienta con ética, inclusión y perspectiva de género. Los espacios digitales tienen el potencial de transformar narrativas, y combatir la violencia con soluciones innovadoras.
Durante estos 16 Días de Activismo, el llamado es claro: es urgente sumarse, acompañar, denunciar y exigir entornos digitales seguros, plurales y libres de violencia. El mundo digital no es un ente autónomo; es un reflejo de nuestras sociedades, un espacio construido que puede, y debe, ser rediseñado. La tecnología debe ser una herramienta para expandir nuestros horizontes, no para limitarlos.