La identidad venezolana no está en subasta
La Constitución es clara: la nacionalidad de nacimiento no puede revocarse, por lo que las acciones del régimen de Maduro son, además de inmorales, inconstitucionales
La dictadura venezolana, en su delirio de control absoluto, cree que la nacionalidad es un capricho que se puede arrebatar con un decreto. Maduro y su cúpula de narcotiranos piensan que con un plumazo pueden borrar años de historia, de lucha y de pertenencia. ¡Qué equivocados están! La identidad venezolana no está en venta, no se subasta al...
La dictadura venezolana, en su delirio de control absoluto, cree que la nacionalidad es un capricho que se puede arrebatar con un decreto. Maduro y su cúpula de narcotiranos piensan que con un plumazo pueden borrar años de historia, de lucha y de pertenencia. ¡Qué equivocados están! La identidad venezolana no está en venta, no se subasta al mejor postor ni se diluye por las absurdas medidas de un régimen que ha perdido todo contacto con la realidad.
Recientemente, el dictador ha elevado al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) una solicitud para revocar la nacionalidad a quienes —según su retorcida lógica— “traicionen a la patria” o colaboren con ejércitos extranjeros. Esta acción, que busca dejar sin efecto derechos civiles y de movilidad, es una maniobra desesperada para intimidar y silenciar a la diáspora que hoy supera los nueve millones de personas y a la disidencia que resiste dentro de nuestras fronteras. Es una variante tropical de las tácticas más oscuras de regímenes como Cuba y Nicaragua, que buscan crear apátridas por capricho político.
Nuestra identidad está grabada a fuego en el alma de cada venezolano, resuena en cada estrofa de nuestro himno nacional. Cada vez que cantamos el Gloria al Bravo Pueblo, nuestros corazones se estremecen, vibran con la fuerza de una nación que no se rinde, aunque nos nieguen la renovación de un pasaporte. El régimen puede jugar con los símbolos, quitarle o ponerle estrellas a nuestra bandera tricolor, torcerle el pescuezo al caballo de nuestro escudo, pero nada de eso hará que el testaferro Alex Saab sea más venezolano que la arepa que nos identifica. La Constitución es clara: la nacionalidad de nacimiento no puede revocarse, por lo que estas acciones son —además de inmorales—inconstitucionales.
La venezolanidad se respira en el aire salino del pescado frito de La Guaira, se otea en el azul infinito que hipnotizó a Armando Reverón, en el camino cinético trazado por Cruz Diez en el aeropuerto de Maiquetía, en el mural de Oswaldo Vigas en la plaza del rectorado de la UCV o el ingenio de Zapata plasmado en las cerámicas que dan forma a los “Conductores de Venezuela”. Nuestra identidad sobrevive en la Plaza Venezuela, en el Abra Solar de Alejandro Otero, en la esfera de Caracas armada con 1800 varillas que nos legó Jesús Soto, en los vitrales de Mateo Manaure y en las sombras de Pascual Navarro el bohemio de Sabana Grande. ¿Quién puede difuminar nuestra verdadera identidad pintada en 30 retratos de nuestros próceres por Martín Tovar y Tovar en la cúpula del Salón Elíptico?
Nuestra identidad está en las flores de Galipán y en el señorial Cerro Ávila que custodia Caracas irradiando sus prismas terrenales. ¿O acaso piensa Maduro que los capos del ELN, a los que cobija en territorio nacional, son más criollos que los palmeros que cada Domingo de Ramos —como antesala de la Semana Santa— descienden con sus ramas hasta Chacao? ¿Estará planeando el dictador sembrar coca para sustituir los cultivos de aromáticos eucaliptos, romeros, rosas y fresas que con tanto esfuerzo siembran nuestros campesinos? El régimen ha transformado un Estado petrolero en un narcoestado, una amenaza que se extiende más allá de nuestras fronteras, aliándose con el narcotráfico y el terrorismo internacional, pero nuestra identidad como país dotado de ilimitadas riquezas naturales y de gente buena, decente y trabajadora sigue latente.
La identidad de Venezuela está en la Batalla de la Juventud escenificada en La Victoria. Está en la lucha épica de Carabobo, donde el célebre Negro Primero entregó su vida luchando al lado de nuestros próceres. ¿Le quitarán acaso la nacionalidad post mortem al general Páez?
Nuestra identidad está en los crepúsculos de Barquisimeto, en las espigas de Acarigua, en los altares de La Coromoto, de la Divina Pastora, de la Chinita, de la Virgen del Valle. Esa fe inquebrantable mezclada con esperanza es lo que nos identifica. Cuando cantamos: “Linda Barinas, tierra llanera, camino de palma y sol”, ¿creerá Maduro que quitándole el pasaporte a un vecino de Pedraza, este dejará de recitar Florentino y El Diablo? ¡Qué va!
La identidad de Venezuela está en esa especie única que son los frailejones de la cordillera de los Andes, está en la nieve perpetua de Mérida, en las cumbres del Táchira y en el templo del Cristo de La Grita. ¿Cómo pretende el dictador Maduro sacarnos del alma y arrancarnos de la piel nuestra venezolanidad? Nuestra identidad está escrita en las novelas de Gallegos: Doña Bárbara, Canaima y Pobre Negro. ¿Se atreverá Maduro a echar a una hoguera esas páginas inmortales de nuestra historia, que retratan el alma y la lucha de nuestro pueblo?
La identidad de un país está en sus llanos, selvas, montañas, ríos y lagos. Para desdibujar la identidad de Venezuela, Maduro tendría que convertir en desierto esos lagos de Valencia y de Maracaibo, así como las lagunas de Píritu, de Tacarigua, de Mucubají o de Taiguaiguay. Tendría que pulverizar las montañas de Sorte y las Tetas de María Guevara, derribar el pico Pan de Azúcar, el pico Bolívar, el pico Humboldt y el Platillón. Tendrá que secar los cauces de los ríos Orinoco, Caroní y Apure. Detener las cascadas del Salto Ángel, frenar el torrente del Turimiquire para que no surtan con sus aguas los ríos Manzanares de Cumaná, el Neverí de Barcelona y el río Guarapiche en Maturín. También tendría que cambiar la dulzura de los mangos de San Carlos de Cojedes y terminar de sacar de las mesas familiares las multisápidas hallacas que saben a Venezuela. Tendría que apagar el relámpago del Catatumbo.
La identidad de Venezuela está en los esteros de Camaguán, en sus morichales, en el vuelo de sus garzas, gavilanes, carraos y alcaravanes. La hora de nuestra identidad la marca “el sol de los venados”. Somos venezolanos con nuestra esencia enredada en los manglares de Tucupita. Nuestra identidad vuela entre las brisas que pasean por los tepuyes, se hace escuchar en el silbido de turpiales, en el bullanguero revoloteo de los loros, pericos y guacamayas y luce exuberante en los pétalos de nuestras orquídeas. Se exhibe imponente como los caimanes, pumas y anacondas que habitan el Amazonas. Nuestra identidad suena en el arpa viajera, resuena en cada capacho revueltos en las maracas y en el cuatro con el que hacen magia musical Cheo Hurtado, Jorge Glem o el pollo Brito cantando Viajera del río al pie del malecón de Ciudad Bolívar.
¿Y qué hará con nuestra música vernácula? ¿Le cambiará el ritmo al joropo para que suene a trova cubana? ¿Modificará los acordes de una quirpa para que no nos recuerde la libertad del llano? ¿Cómo pretende bajarle el volumen a nuestro tamunangue, al polo margariteño y a los valses y bambucos andinos? ¿Silenciará los tambores de Barlovento? Nuestra identidad baila al compás de las guarachas de la Billo’s, del tecnomerengue de Los Melódicos y del Parampampán de la Dimensión Latina. ¿Cómo no sentir la identidad venezolana cantando la Grey Zuliana con el excepcional bardo maracucho Ricardo Aguirre?
Nuestra identidad se estremece con la rebeldía electrónica de Los Amigos Invisibles, se refleja en las letras contestatarias y reivindicativas de los Caramelos de Cianuro, en el ska caribeño y al sonido urbano de Desorden Público, en el ingenio truncado del hip-hop latino del singular rapero y compositor Cancerbero y en la descripción de nuestra gente a cargo de Rawayana.
La identidad venezolana está en darse un chapuzón en el Tobogán de la Selva de Puerto Ayacucho o mientras nadamos en las playas de Cata, Puerto Cabello, Higuerote, Chichiriviche, Playa del Agua, Tucacas, Morrocoy, la Restinga, Los Roques o Mochima. ¡Nuestra identidad es imborrable! Está en esos 1.700 kilómetros de playas con arena. En sus 311 islas, en sus arrecifes embellecidos por corales, en sus 44 parques nacionales y en sus siete refugios de aves silvestres. Nuestra identidad es la arena que se nos pega a la piel, es el agua salada que nos bautiza una y otra vez como hijos de esta tierra.
La nacionalidad se lleva en la sangre, en nuestras etnias, en el corazón, en la memoria colectiva de un pueblo que no olvida sus raíces. Pueden despojarnos de propiedades, encarcelar a nuestros hermanos, dejarnos sin documentos, pero jamás podrán quitarnos la dignidad y el orgullo de ser venezolanos. La identidad es nuestra y no está, ni estará jamás, en duda ni en subasta.