Un torturador emblemático de la dictadura paraguaya, condenado a 30 años de cárcel
El tribunal destaca la importancia del juicio contra Eusebio Torres Romero, porque “establece que se ejercía la tortura de forma sistemática” durante la dictadura más longeva de América
Un tribunal de Asunción ha condenado este martes a Eusebio Torres Romero, de 88 años, a 30 años de cárcel, la pena máxima posible, por los latigazos, los ahogamientos, los porrazos por la espalda, las descargas eléctricas o las patadas que propinaba a los denunciantes durante su encarcelamiento ilegal en 1976, en plena dictadura del general Alfredo Stroessner.
El paraguayo Carlos Casco no esperaba ya una sentencia contra el policía que le torturó por meses a é...
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Un tribunal de Asunción ha condenado este martes a Eusebio Torres Romero, de 88 años, a 30 años de cárcel, la pena máxima posible, por los latigazos, los ahogamientos, los porrazos por la espalda, las descargas eléctricas o las patadas que propinaba a los denunciantes durante su encarcelamiento ilegal en 1976, en plena dictadura del general Alfredo Stroessner.
El paraguayo Carlos Casco no esperaba ya una sentencia contra el policía que le torturó por meses a él, a su hermano Luis, y a su esposa, María Teresa Dejesús Aguilera, cuando estaba embarazada. Pero aun así los tres hicieron la denuncia en 2011 contra él. Tampoco esperaba que la condena fuera ejemplar, pero así fue, tras un juicio histórico, el primero oral y público contra un torturador de la dictadura en Paraguay, un régimen que duró 35 años, el más longevo de América.
La dictadura paraguaya comenzó en 1954 con un golpe de Estado y terminaría en 1989 con otro. La longevidad del régimen fue gracias al apoyo del Gobierno de Estados Unidos y la represión sostenida y sistemática que mantuvo contra la población, según los cálculos de la Coordinadora de Derechos Humanos de Paraguay, un tercio de la población de la época sufrió torturas.
El responsable de muchas de ellas, según decenas de testigos, era Eusebio Torres, el policía y abogado que ha sido condenado por el hecho punible de tortura, que no prescribe, según destaca el tribunal por ser un crimen de lesa humanidad. También explica que la sentencia está especialmente pensada para “los que, por una razón u otra, podrían volver a las andadas, sepan que van a ser sancionados”.
“Se hizo justicia no venganza, queríamos que se haga justicia contra este policía que me torturó. Se dio lo que se tenía que dar”, paladeó suavemente Carlos Casco, de 69 años y cabello cano, al fin del juicio con el público de la sala de audiencias en pie aplaudiendo y cantando: “¡Dictadura nunca más!″, “¡Torturas nunca más!”, “¿Dónde están los desaparecidos?”
Carlos Casco tenía 21 años, estudiaba medicina en la provincia argentina de Corrientes, al sur de Paraguay, y había decidido volver a su país a ver a su familia. En Paraguay formó parte de la Organización Política Militar (OPM), una de las muchas iniciativas armadas que paraguayas y paraguayos llevaron a cabo para intentar derrocar al dictador Stroessner, que una y otra vez falseaba elecciones, encarcelaba, mataba y desaparecía opositores.
Casco cruzó el majestuoso, turbulento y ancho río Paraná hasta el puerto de Asunción y ahí mismo fue detenido y llevado a los calabozos del Departamento de Investigaciones de la Policía. Este antro oscuro, de pasillos estrechos y paredes húmedas en pleno centro de la capital fue el escenario de las descargas eléctricas en los genitales, las asfixias en excrementos, los golpes y las amenazas infinitas que recibían civiles paraguayos por parte de las autoridades durante la dictadura.
Como han demostrado las pruebas y los 20 testimonios de víctimas durante el juicio, allí Eusebio Torres encerró también a la esposa de Carlos, María Teresa, y al hermano de Carlos, Luis, que no formaban parte de ninguna organización, pero fueron torturados igual. Ella estaba embarazada de seis meses. Tras las torturas fueron llevados a la cárcel de Emboscada, a una hora de la capital, donde el régimen concentraba a la mayoría de presos políticos.
Allí, bajo la sombra de un gigantesco árbol guapo’y, pasaron los días apoyándose los unos a los otros durante dos años, curándose las heridas trabajando y haciendo arte: teatro, música, danza, escritura, fueron los remedios, junto a las plantas y el amor, que curaban a las víctimas de Torres. Así lo recuerda otra víctima de torturas en la época, Celsa Ramírez en la película documental Guapo’y, que hoy recorre festivales de cine del mundo.
La sentencia leída por los jueces Juan Ortiz, Rosana Maldonado y Manuel Aguirre recuerda que Torres torturaba por órdenes directas del Ministerio del Interior y del dictador Alfredo Stroessner. También que el Gobierno del Partido Colorado entre 1954 y 1989 no fue “autoritario”, sino “un régimen dictatorial pleno” que impedía la libertad de movimiento de la gente en tiempo y forma y practicaba la represión sistemática de la población.
El tribunal destaca la importancia de este juicio porque “establece que se ejercía la tortura de forma sistemática” durante la dictadura. Se torturaba “a lo largo y ancho del país”, dice, no solo en Asunción.
“Esto abre esperanza para los más de 40 casos de torturas en la dictadura que están archivados en la Fiscalía. Consideramos q es una victoria que demuestra que puede haber justicia en Paraguay y abre un futuro promisorio para otros casos”, dijo a EL PAÍS Antonio Pecci, periodista y también víctimas del excomisario Torres.
“Hoy este tribunal hizo justicia recordando que los crímenes de lesa humanidad no prescriben y que todo aquel que cometa este tipo de delitos recibirá un castigo” aseguró la Cordinadora de Derechos Humanos (Codehupy).
La dictadura del Partido Colorado en Paraguay dejó más de 400 desaparecidos, ejecuciones extrajudiciales y decenas de miles de torturados, también muchos años de impunidad a sus perpetradores y herederos, una impunidad que parece estar empezando a resquebrajarse.
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