Libertad y dinero
Las mujeres habitamos el capitalismo, y vemos a ‘influencers’ alardear de una vida fabulosa al procurarse un proveedor. Sin embargo, es difícil hablar del dinero, de dónde viene y cómo utilizarlo para procurarnos libertad, o al menos una habitación propia donde leer y escribir
¿Estamos hablando sobre la conexión que existe entre autonomía y plata? ¿Están hablando los feminismos sobre esto? Pregunta. Incomodidad. Porque es un terreno delicado, que no puede ser tratado con el espíritu de un mundo digital que quiere simplezas, axiomas, torbellinos, posturas fáciles. Porque quiero decir, de inmediato, cuáles feminismos. Porque mi mirada, como todas, está contenida inevitablemente por la limitación de sus propios márgenes. Porque quiero, de inmediato, hacer algo que también parece ir en contravía de cómo se pretende hoy el debate: enfatizar en el plural. En estos ...
¿Estamos hablando sobre la conexión que existe entre autonomía y plata? ¿Están hablando los feminismos sobre esto? Pregunta. Incomodidad. Porque es un terreno delicado, que no puede ser tratado con el espíritu de un mundo digital que quiere simplezas, axiomas, torbellinos, posturas fáciles. Porque quiero decir, de inmediato, cuáles feminismos. Porque mi mirada, como todas, está contenida inevitablemente por la limitación de sus propios márgenes. Porque quiero, de inmediato, hacer algo que también parece ir en contravía de cómo se pretende hoy el debate: enfatizar en el plural. En estos tiempos, una pregunta, una afirmación, parece recibirse como la negación inmediata de algo más. Entonces, cómo escribir sin incurrir en generalidades desacertadas. Escribo desde la mirada situada. Escribo para encender la pregunta sin negar algo que no quepa en estas líneas.
Los debates feministas se volvieron también una contienda de imposibilidades. El lugar de enunciación es importante, pero no parece bastar. Esta pluma. Blanca mestiza, educada, con una experiencia particular de clase, contenida ineludiblemente, de nuevo, en el marco de la propia experiencia, singular y encarnada. Ese lugar no inhibe la posibilidad de ver más allá. La pluma precavida, que quiere avanzar desde el afecto, arrojar la atención hacia algo como una forma del cuidado.
Un inventario de la mirada muestra, por ejemplo: chicas de todo tipo haciendo hauls, es decir exhibiendo airosamente las cajas de lo que compran, consumen, o que les regalan marcas. El ya conocido formato, Get ready with me, otra modalidad en la que una mujer, frente a la cámara, va exponiendo lo que se pone. Mujeres que se sienten cómodas en el rubro de la tradwife, es decir, presumiendo una vida idílicamente doméstica, arregladas, maquilladas, batiendo una mezcla en una cocina, mostrando la “dicha” que existe en asumir un rol que adjudican al pasado. Influencers que hablan sobre la libertad que hay en tener un marido o novio proveedor. Y, en todas partes, eso, influencers, de todo tipo, viajando, comprando, luciendo impecables, haciendo del tiempo libre que parecen disponer por su amplitud económica, para hacerse videos, para editarlos, para ser siempre imagen. ¿De dónde sale el dinero? Como dice la canción de Frankie Ruiz, “¿y cómo lo hacen? ¿cuál es el negocio?”.
Las mismas cuentas o proyectos digitales que promueven, por ejemplo, miradas feministas, ¿conectan con la materialidad de la vida? En su libro reciente Un millón de cuartos propios, un majestuoso ensayo de Tamara Tenenmbaum, la escritora revisita la premisa sobre la cual se basa el icónico libro de Virginia Woolf. ¿Qué necesita una mujer para escribir? Es decir, para hacer arte, para permitirse flujos de consciencia creativa. Fundamentalmente: una habitación para ella sola, un ingreso fijo. Espacio y plata. Tenenbaum desglosa con sorprendente agudeza esa proposición, la transforma en varios ensayos y señala algo que intento yo registrar acá. El dinero está en todas partes, todo lo permite, ha desarrollado un ethos en este mundo digital y, sin embargo, es tabú. No hablamos sobre plata. ¿O sí? Vivimos en una era atestada por el consumismo, donde se ha normalizado exhibir la fabulosidad de vidas ultra-estetizadas, guiadas por la compra, pero no parece haber
Es más que comprensible que los feminismos visibles –y acá debo decir, los digitales– se encarguen de denunciar el horror del feminicidio, que se haga escrache y denuncia, que se centren en seguir poniendo foco en la violencia sexual de todos los días. Cada generación feminista ha reaccionado de manera revolucionaria a los temas de su época. A las personas a las que les gusta desestimar el feminismo, les encanta señalar sus defectos, sus insuficiencias, ha sido difícil que se comprenda la imposibilidad de que sea un movimiento homogéneo y monolítico. Abogo por las verdades simultáneas, algo que tampoco cala bien en la retórica virtual. Todo eso sigue siendo urgente, apremiante, más todavía ante la ferocidad anti-feminista que ha tomado poder también en las redes digitales. La manósfera, las escorias como Agustín Laje, todas las formas de la ultra-derecha, los red pill, los incel, todo da cuenta de la manera en que persisten las violencias estructurales. No es justo tampoco recriminarle a los feminismos digitales aquello a lo que no alcanzan.
Y, sin embargo, ¿estamos hablando sobre autonomía financiera? ¿Hay debates sobre esto en la esfera de la política institucional? Si está el asunto sobre la mesa, ¿cobra fuerza en medio de las mezquindades de la política patriarcal? ¿Hablan los gobernantes sobre la relación entre la libertad de las mujeres y el dinero? Ah, sí, es comprensible –como me dirán retractores sobre esto– que los feminismos deben ser anti-capitalistas también. Existe un entramado macabro y muy ilustrativo entre las fuerzas del capitalismo, el sistema patriarcal y el cristianismo occidental. Leer a Sylvia Federici siempre es importante. También es importante leer o volver a Nancy Fraser y a Verónica Gago. Esta última, una de las pensadoras latinoamericanas que se ha encargado de escribir y producir cuantiosa y brillantemente sobre las economías en el mundo neoliberal, sobre la deuda, sobre las maneras en que se forjan resistencias al mercado.
Hay demasiada evidencia de que uno de los mayores males de este mundo es la acumulación inmoral de riqueza. Los billonarios, los patrones de la guerra, del poder patriarcal, del tecnofeudalismo, son el vínculo directo al orden patriarcal, a un sistema explotador e injusto que sigue inyectando las billeteras de varones blancos y de las cohortes que los sostienen. Hay también amplia evidencia de cómo ese aspecto de la existencia, la plata, es uno de los que restringe a tantas mujeres de removerse de situaciones opresivas, de todo tipo de violencia. Desvencijado hablar sobre cómo el trabajo de los varones se valoriza más, y al mismo tiempo, existe un vacío enorme donde hay una perturbadora precarización laboral para jóvenes de todos los géneros.
Sigo con la pluma precavida. Son múltiples las capas en este tema. No poseo las respuestas. Pero sí siento el remolino permanente, un sinsabor. Habitamos el capitalismo, se normaliza la vida fabulosa y el dinero; las nostalgias regresivas están persuadiendo a muchas mujeres de procurarse a un proveedor. ¿Qué pasa con las que quieren ser artistas y escribir y dejar que la mente sea incandescente? ¿Cómo hablamos más sobre las condiciones materiales de la existencia? ¿Cómo nos independizamos las mujeres a través de la soberanía financiera? ¿Cómo ponemos la mirada allí, intensamente?