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Las elecciones como coartada antidemocrática

En nuestro caso, el ejemplo más doloroso y patético fue el plebiscito sobre el Acuerdo de Paz el 2 de octubre de 2016, que dilapidó una oportunidad histórica para que los colombianos

Las elecciones se han convertido en la coartada perfecta para perpetrar y perpetuar, con total impunidad política, un crimen de lesa ciudadanía contra la democracia. Es un crimen cometido con premeditación y alevosía por quienes más abusan periódicamente de ella en su propio beneficio: los políticos profesionales y sus financiadores legales e ilegales, junto a los poderes de facto. En lugar de propiciar y facilitar la expresión libre y consciente de la voluntad ciudadana, las elecciones y la parafernalia de partidos políticos que se la disputan hacen todo lo contrario. Las convierten en una es...

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Las elecciones se han convertido en la coartada perfecta para perpetrar y perpetuar, con total impunidad política, un crimen de lesa ciudadanía contra la democracia. Es un crimen cometido con premeditación y alevosía por quienes más abusan periódicamente de ella en su propio beneficio: los políticos profesionales y sus financiadores legales e ilegales, junto a los poderes de facto. En lugar de propiciar y facilitar la expresión libre y consciente de la voluntad ciudadana, las elecciones y la parafernalia de partidos políticos que se la disputan hacen todo lo contrario. Las convierten en una estratagema infalible para la manipulación y sometimiento de la voluntad ciudadana a intereses plutocráticos, todo bajo la ficción constitucional de la soberanía, proclamada en el artículo 3 de nuestra Constitución Política: “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo”.

¿Cuál soberanía ciudadana?

Una soberanía popular que termina siendo solo una ficción constitucional. Más en estos tiempos que corren, donde los algoritmos, las redes sociales y ahora la IA, con su raudal incontenible de desinformación y Fake News, manipulan, condicionan y determinan esa supuesta soberanía popular y voluntad ciudadana. Una voluntad ciudadana imaginaria y fantasmagórica, proyectada al menos desde el siglo XVIII por una pléyade de filósofos, entre los que destaca el ginebrino Rousseau con su idealizada “voluntad general”, plena de racionalidad y deliberación. Pero en la realidad ella es profundamente emotiva y excepcionalmente reflexiva y deliberativa. Así lo demuestran con creces las últimas elecciones en muchas latitudes, desde la supuesta fría y flemática racionalidad británica que votó a favor del Brexit, arrastrada por prejuicios racistas, xenófobos y una aporofobia hábilmente exacerbada por políticos populistas de extrema derecha, utilizando Cambridge Analytica. Ni hablar del auge incontenible de Trump con sus delirios imperiales de America First y MAGA, que revive los prejuicios discriminatorios y las heridas sangrantes de la primera República moderna, incapaz de vivir a la altura de sus principios fundacionales y verdades, proclamadas desde su independencia como evidentes: “que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, hoy negadas cotidianamente por las redadas de ICE y la represión de la Guardia Nacional.

La paz política dilapidada

En nuestro caso, el ejemplo más doloroso y patético fue el plebiscito sobre el Acuerdo de Paz el 2 de octubre de 2016, que dilapidó la oportunidad histórica para que los colombianos comprendiéramos que el presupuesto existencial de la democracia es la paz política, como ya lo mandaba el artículo 22 de la Constitución: “Un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Sucedió lo contrario, la búsqueda de una legitimidad incuestionable, refrendada por mayorías en las urnas, convertida en una obsesión para el presidente Santos y las Farc-Ep, terminó sumergiéndola en un lodazal de negociaciones que dejó a la paz política herida de muerte.

Una herida profunda que todavía no cierra, propiciada por la puñalada trapacera de una extrema derecha que manipuló con éxito prejuicios tan atávicos como la homofobia, pues le hicieron creer a numerosos ingenuos electores que sus hijos e hijas serían corrompidos por una inexistente ideología de género que jamás hizo parte del Acuerdo. Sin dejar de mencionar la exaltación del miedo y el odio, anunciando la hecatombe del castrochavismo en la que terminaría convertida Colombia por una inalcanzable e inimaginable Presidencia de Timochenko, si se le permitía a las Farc convertirse en partido político y participar a sus excomandantes en política. ¡Como si sus contados votos fueran hacer más letales que sus innumerables disparos! Una campaña contra el Acuerdo de la que aún se sienten orgullosos por haber llevado a la gente a “votar verraca”, según la eufórica y cínica celebración de su principal promotor, Juan Carlos Vélez Uribe, rápida y públicamente recriminado por el jefe “natural” del “Centro democrático”, Álvaro Uribe Vélez: “Hacen daño los compañeros que no cuidan las comunicaciones. Sin duda, lo que más daño hace a la democracia es la mentira y la perversión del juicio ciudadano, manipulando sus emociones y prejuicios, para perpetuarse así en el ejercicio de un poder político sustentado en el miedo y en una falsa superioridad moral de “ciudadanos de bien” contra sus contradictores y adversarios políticos a quienes estigmatizan como peligrosos enemigos de la patria y la democracia.

Entre Urnas y Tumbas

Es en esa táctica maniqueísta en donde se encuentra el origen de la polarización social y la radicalización de todo el proceso electoral, pues impide la deliberación y la argumentación ciudadana. En su lugar, lo que aparece es una pueril división y confrontación de los “buenos” contra los “malos”, de los “demócratas” contra los “comunistas”, quienes a su vez responden con una simplificación aún mayor, llamando a derrotar a los “paracos” y éstos a su vez a eliminar a los “mamertos”. Entonces de esa violencia simbólica a la directa hay menos de un paso, solo falta disparar, como dolorosamente sucedió con Miguel Uribe Turbay y cerca de 163 líderes sociales asesinados hasta el 9 de noviembre en curso. Así las urnas se transforman en tumbas.

Por eso el bien intencionado llamado a la Paz Electoral de la Procuraduría General de la Nación es pertinente pero insuficiente, pues no se sustenta en el terreno firme de la PAZ POLÍTICA, amenazada por un complejo entramado de organizaciones armadas ilegales que combinan la violencia política con la financiación y el apoyo a campañas electorales, afines a sus intereses estratégicos. En el pasado, fueron los paramilitares y la narcoparapolítica en nombre de la “seguridad democrática”, pero también la guerrilla invocando la justicia social, mediante el control de vastos territorios y sus pobladores, imponiendo el voto o impidiendo su libre ejercicio, asesinando líderes sociales y candidatos independientes, quemando urnas y puestos electorales.

Así han parcelado y fragmentando el territorio en feudos electorales bajo el control de sus armas, convencidos que “el poder nace de la punta del fusil” y no de la deliberación y libre participación ciudadana. Por eso vivimos más bajo un régimen político electofáctico que uno propiamente democrático y son frecuentes los escándalos, nunca totalmente aclarados, de coaliciones y alianzas de los candidatos ganadores con diversos poderes de facto o la superación de los umbrales legales fijados para la financiación de las campañas presidenciales, como sucede con la del presidente Petro. La mayoría de las veces esas coaliciones se realizan con poderes de facto ilegales, como el narcotráfico en el proceso 8.000 con Samper; la Farc-política en el Caguán con Pastrana; el narcoparamilitarismo de las AUC con Uribe; la Ñeñepolítica con Duque o también los poderes económicos y empresariales de Odebrecht y Ñoñopolítica con Santos hasta llegar al escándalo de hoy con la campaña presidencial de Petro.

A tan antidemocrático paisaje, hay que sumar en las próximas elecciones del 2026 el riesgo mortal de la influencia de liderazgos de candidatos populistas iracundos, cargados de tigre, y organizaciones políticas afines que solo están interesadas en ganar votos estimulando el sectarismo y la descalificación emocional de sus contradictores. Para ello apelan de nuevo, sin escrúpulo y límite alguno en las redes sociales al miedo, los prejuicios y la ausencia casi total de reflexión y deliberación, ignorando que pueden ser los primeros devorados por la furia incontrolable de ese tigre suelto.

De allí, que las elecciones sean necesarias pero insuficientes para la existencia de la democracia, cuya vitalidad depende fundamentalmente de una ciudadanía capaz de expresarse en clave política, es decir, deliberando y decidiendo libremente en torno a intereses generales y bienes públicos, y no tanto convalidando la transacción del Estado y sus elegidos en función del mercado, intereses minoritarios de poderes corporativos y empresariales, cuando no hipotecando su gobernabilidad a poderes de facto camuflados bajo la tramoya de una sofisticada institucionalidad que se autoproclama la más estable y democrática del subcontinente, solo por realizar ininterrumpidamente elecciones desde 1957. Elecciones que siempre han transcurrido entre urnas y tumbas, pues aún no conocemos y menos vivimos la política como paz, como una deliberación creadora, en gran parte debido a que sus líderes protagónicos la continúan promoviendo como una confrontación destructora. Cuando más, hacen de la democracia un juego de suma cero, donde el ganador de la presidencia se queda con casi todo y los perdedores en el Congreso con casi nada. Deberíamos preguntarnos, antes de votar, ¿a quiénes sirve y beneficia semejante “democracia”?

¡Viva la S-elección Colombia!

Peor, aún, todavía persisten entre nosotros algunos “demócratas” que viven la democracia en modo belicista, como un juego de suma negativa en donde todos salimos perdiendo. Incluso los supuestos ganadores, como nos sucedió con el plebiscito por la Paz, cuyo costo sigue siendo la inseguridad, el asesinato de líderes políticos y sociales, el desplazamiento forzado, las desapariciones y el confinamiento de cientos de miles de pobladores rurales. Por todo ello, esta “democracia” está muriendo, paradójica y cruelmente, gracias al uso intensivo de las elecciones y a la ausencia de una ciudadanía responsable y deliberante, promotora de intereses generales, no solo de los personales, partidistas, familiares, empresariales y hasta criminales. En gran parte dependerá de nuestro juicio ciudadano resucitarla o enterrarla el próximo año en una profunda fosa cavada por la indiferencia de millones de abstencionistas y la indolencia, el fanatismo e ignorancia de otros tantos millones de electores que van a las urnas a votar verracos para cobrar revancha durante cuatro años contra quienes consideran son sus enemigos y deben eliminar a toda costa. Probablemente la segunda vuelta para la presidencia coincida con un partido de la selección colombiana en el mundial de fútbol. La esperanza es que triunfe limpiamente, así esa jornada electoral tendría al menos un ganador que nos une a todos. ¡Viva la selección colombiana de fútbol!

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