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A falta de ideas, la derecha acude a Trump para regresar al poder

La derecha aplaude la ignominia que se comete contra el presidente Petro, celebra cada ataque contra él y su familia, y pide que sea juzgado en un tribunal norteamericano bajo cualquier pretexto

La política en Colombia vive metida en una olla a presión, a la que Estados Unidos le sube la temperatura día a día. La campaña electoral del 2026, para elegir el sucesor de Gustavo Petro, estará marcada por el impacto de lo que ocurra en Venezuela y en las propias costas y selvas nacionales, ante la amenaza de Donald Trump de bombardear y mandar tropas que af...

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La política en Colombia vive metida en una olla a presión, a la que Estados Unidos le sube la temperatura día a día. La campaña electoral del 2026, para elegir el sucesor de Gustavo Petro, estará marcada por el impacto de lo que ocurra en Venezuela y en las propias costas y selvas nacionales, ante la amenaza de Donald Trump de bombardear y mandar tropas que afecten la soberanía nacional y conviertan en un infierno la vida de millones de colombianos, en nombre de la guerra frontal contra el fentanilo y los carteles de las drogas.

Siete meses antes de la primera vuelta, de mayo de 2026, el panorama político es demasiado difuso. Cualquier cosa, por más desquiciada que parezca puede ocurrir. De hecho, ya está ocurriendo. El mayor aliado de Estados Unidos en la región, como lo ha sido Colombia, hoy recibe trato inamistoso e indigno. Falta poco para que Petro sea presentado como si fuera un enviado de Satán. Ya el libreto se ha repetido en otras ocasiones. Y las cabezas de quienes han sido señalados como tal han rodado en Libia, Irak y otras latitudes donde la CIA ha actuado. Petro lo advirtió en la Plaza de Bolívar, ante una multitud que lo ovacionó, el pasado viernes 24 de octubre. “Podrían buscar cómo se extrae al presidente de Colombia con la Mossad, con la CIA, con la DEA, para meterlo por allá en una cárcel donde no se escuche su voz, en algún lugar lejano de los Estados Unidos”, dijo.

Petro, que construyó su carrera política combatiendo a las mafias que se apropiaron de la política en alianza con el narcotráfico y el paramilitarismo, ha sido convertido en enemigo personal de Trump y recibido el trato destinado a los sátrapas. Trump lo castiga por oponerse al genocidio en Gaza, defender una agenda multilateral en Naciones Unidas, y rechazar el intervencionismo en Venezuela, negando el uso del territorio fronterizo para demoler el régimen de Maduro. Al magnate poco le importa que el primer mandatario de izquierda democrática en décadas haya sido elegido de manera libre y pacífica por más de once millones y medio de ciudadanos, en unas elecciones transparentes avaladas por todo el mundo.

Tampoco que haya respetado la Constitución y la separación de poderes, y sea manifiesta su voluntad de entregar el poder el próximo 7 de agosto, dejando sin piso la propaganda de la extrema derecha de que iba a perpetuarse y convertir a Colombia en una dictadura marxista. De hecho, su propuesta de una nueva Constituyente deberá ser aprobada por el Congreso que se posesionará el 20 de julio de 2026.

A falta de imaginación y propuestas, la derecha aplaude la ignominia que se comete contra el presidente, celebra cada ataque contra él y su familia, y pide que sea juzgado en un tribunal norteamericano bajo cualquier pretexto, y, además, depuesto, detenido y encarcelado por la superpotencia, y Colombia invadida, al mismo tiempo que Venezuela. Son tiempos de locura e indignidad.

La historia se reescribe y el neo monroísmo norteamericano pone a prueba la fortaleza de la democracia y la madurez política de Colombia, que ha vivido las últimas seis décadas en guerra interna contra narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares, con más de diez millones de víctimas. Toda acción tiene una reacción y la decisión de Trump alienta la polarización interna, la radicalización de Petro y sus seguidores, el auge del nacionalismo y la reorganización de los sectores populares, en una cruzada antimperialista, en la que la Constituyente podría convertirse en respuesta popular a la agresión externa y la indignidad de la derecha.

Es impredecible aún el impacto real en el voto popular colombiano de la posible agresión militar contra Venezuela y una situación similar contra Colombia. Las elecciones de la consulta interna del Pacto Histórico muestran que la izquierda permanece unida alrededor de Petro, y que el candidato ganador, el senador Iván Cepeda, hoy tiene un cupo asegurado en la segunda vuelta presidencial. Lo que no es claro es que tenga garantizada la victoria. En la medida que se fortalezca esa candidatura, la derecha conspirará para que Trump la estigmatice y presione su derrota.

La derecha buscará que sea el miedo el factor decisivo para inclinar la balanza a su favor. Quien la represente en el tarjetón pareciera solo un trámite de élites. Uribe presentará pronto su candidato, que irá en coalición con el Partido Liberal y Cambio Radical. La sumisión a Washington será la carta de presentación del elegido. El chantaje al electorado y no la seducción será la estrategia. Colombia tendrá que mirarse en el espejo argentino, donde Trump cambió el rumbo de la democracia a través de un salvamento económico. No la tiene fácil quien represente las ideas de Petro. Necesitará valor, imaginación, cohesión, unidad y muchos aliados para salir avante. Pero tampoco la derecha tiene el camino despejado. Colombia tiene una larga historia de resistencia y luchas populares.

Por ello suena extraño que muchos pretendan vivir las elecciones como si fueran tiempos de normalidad. Y se hable como si el futuro no estuviera nublado por la incertidumbre de la guerra en el vecindario, y el bloqueo de Estados Unidos a la agenda progresista del presidente Petro. La decisión de incluir en la lista de organizaciones terroristas a los grupos armados ilegales con los que el Gobierno busca la paz total demuestra el tamaño de la intromisión en los asuntos internos. Esa decisión afectará el trámite en el Congreso de la República de la discusión del marco jurídico para la paz, así como las negociaciones de paz en Doha, Qatar, donde el Gobierno nacional busca la paz con el Clan del Golfo.

En tiempos de reconfiguración del nuevo orden internacional, los halcones de la guerra estadounidenses tienen el poder y la diplomacia parece arrinconada, a pesar de que la Cancillería explora caminos para impedir que Petro siga siendo castigado por Estados Unidos. El presidente, por su parte, se presenta como un líder global antimperialista al que reciben con honores en lugares tan lejanos como Riad, el Cairo y Doha, donde cumple una visita oficial y rompe el cerco que ha tratado de imponerle Washington.

2026 está a la vuelta de la esquina. El escenario es simple: Trump aparece como el gran salvador de la derecha, y Petro como el mártir del fascismo y redentor de la izquierda. La tragedia es que mientras los misiles de Estados Unidos apuntan desde el Caribe hacia Colombia, el presidente Petro parece dispuesto a inmolarse, sin que las élites comprendan la dimensión de su eventual sacrificio. Nunca la vida de Petro estuvo en tanto riesgo. Es importante recordar, en medio de la coyuntura, que la violencia que generó el magnicidio del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, aún no se apaga. En medio del caos hay que reclamar espacios para que actúe la diplomacia, se calmen los ánimos, y se impida que el incendio de la guerra se propague por toda América Latina. Defender la vida es el imperativo ético.

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