Fernando Hakim, el neurocirujano de Miguel Uribe: “Yo solo fui un instrumento de Dios”
El especialista lideró el difícil proceso que mantuvo al senador con vida por más de dos meses. “Como médicos no siempre ganamos, pero yo soy obsesivo con mis pacientes”, dice en entrevista con EL PAÍS
El neurocirujano que lideró el tratamiento médico del senador Miguel Uribe Turbay tras haber recibido un disparo en la cabeza nunca imaginó cómo su fe y su devoción impactarían a Colombia. “Le dio esperanza, le dio ilusión a la familia, al país”, cuenta que la decían en la calle. Son las seis y media de la tarde de un viernes, cuando Fernando Hakim llega a su casa, luego de una jornada en la Fundación Santa Fe de Bogotá, donde dirige el Departamento de Neurocirugía. Cada espacio refleja décadas de memoria y legado. Esculturas y piezas de arte evocan sus raíces libanesas, mientras el laboratorio de su padre —el legendario Salomón Hakim Dow, inventor de la válvula que transformó la neurocirugía— se conserva como un tesoro familiar. Desde la cocina se escucha el movimiento inquieto de sus seis perros, cuidados por su esposa y sus tres hijos. Ninguno tomó el camino de la medicina, todos son emprendedores. A su lado está Salomón Hakim Carvajal, el menor, que lleva el nombre de su abuelo y lo observa con la complicidad de quien lo llama “su mejor amigo”.
Este año el nombre de Hakim resonó en todo el país cuando lideró, por más de dos meses, el tratamiento médico del senador Miguel Uribe Turbay, víctima de un atentado que conmovió a Colombia y que le costó la vida el 11 de agosto. El neurocirujano habla para EL PAÍS sobre el legado familiar que marcó su destino y sobre una vida dedicada a cuidar y transformar la vida de sus pacientes.
Pregunta. ¿Cómo está?
Respuesta. Con la conciencia tranquila.
P. ¿Veía a Miguel Uribe Turbay todos los días?
R. Desde que llegó a la clínica, no hubo un solo día en el que no lo hubiera visto.
P. ¿Cómo fue el día en que atentaron contra él?
R. Estaba con Salomón, haciendo una vuelta cerca de una casa de campo que tenemos fuera de Bogotá, cuando me entró un mensaje en el que me indicaban que debía ir a la Fundación Santa Fe. Salí hacia la clínica como lo haría con cualquier otro paciente. Salomón me llevó. Antes de bajarme del carro, me preguntó:
—Papi, ¿cómo te sientes?
—Mi vida, yo estoy tranquilo, sé qué hacer. Yo estoy con Dios —le respondí.
Sentía que era un instrumento de Dios. Era impresionante cómo se me movían las manos.
P. Emocionalmente no debió ser fácil...
R. Yo soy muy tranquilo. Lo tomé con la misma obsesión con la que cuido a todos mis pacientes.
P. Se vio muy creyente..
R. Creo que algo importantísimo fue imprimirle a la gente la fe, que la gente creyera, en lugar de estar peleando, de hacer tantas cosas feas el uno al otro. Cuando uno habla de Dios, eso desarma. A mí me paran a felicitarme por la fe que transmití. Me dicen: “Doctor Hakim, lo que usted hizo fue algo increíble por el país. Le dio fe, le dio esperanza, le dio ilusión a la familia, al país”.
P. No es tan usual ver a un médico tan devoto...
R. Tal vez porque soy creyente, tal vez porque me educaron así, tal vez porque ya lo he vivido, tal vez porque no podría de otra forma.
P. ¿De dónde tanta fe?
P. Desde pequeño aprendí a rezar. Mi papá me llevaba a misa los domingos, también porque mis abuelos eran muy creyentes. Yo soy muy creyente, y mis hijos también. Salomón me da una bendición siempre que voy a salir, y yo todos los días dedico una oración al Espíritu Santo. Yo creo y siento que me ayuda. Por ejemplo, cuando estoy en una cirugía difícil, pido ayuda y siempre la recibo.
P. ¿Qué sentía al ver a cientos de personas afuera de la Santa Fe, encendiendo velas y rezando por su paciente?
R. Fe. Ahí está. Si hay fe, la gente tiene fe, la gente cree en Dios. Colombia es un país creyente.
P. ¿Siente que San Charbel, a quien tanto agradeció la fmailia de Uribe, lo ayudó?
R. Hablé de San Charbel, de mi fe y de lo que creía. Con Juanita, mi esposa y Salomón, mi hijo, fuimos a la casa de San Charbel, en Líbano. Sentí algo especial. Y yo, con raíces libanesas, me enamoré del santo; compré unas medallitas que siempre llevo en mi carnet. Jamás imaginé que todo el país comenzara a observarlo. Fue algo completamente espontáneo.
P. ¿Cómo vivió esos días?
R. Llegó un momento en que no podía salir a ningún lugar, ni siquiera a un restaurante, porque uno nunca sabe; quizá había alguien con malas intenciones. Recibí amenazas a mi celular.
P. ¿Qué le decían?
R. Me decían una cantidad de incoherencias, como que yo había matado a Miguel Uribe.
P. Y el día que Miguel murió…
R. Salomón, mi hijo, me llamó preocupado, me preguntó cómo estaba.. Le dije, de forma tranquila, que estaba bien. Tengo la conciencia tranquila. Tenemos muy buena relación con María Claudia Tarazona, la esposa de Miguel. Salomón me acompañaba los domingos al hospital; él se quedaba por los pasillos. María Claudia lo vio, lo llamó, y desde entonces lo adoraron. Salomón tiene un don de gentes impresionante. El día que Miguel murió, María Claudia me dijo: “Yo necesito que usted esté en el funeral y quiero que Salomón vaya”.
P. Su padre, Salomón Hakim Dow, fue un referente en la neurocirugía. ¿Cómo influyó crecer bajo su ejemplo?
R. Yo creo que hay algo de medicina que uno tiene en la sangre. Hakim, de hecho, significa “médico” en árabe. Lo que me inspiró a estudiar medicina fue un episodio con mi mamá cuando yo tenía unos 10 o 12 años. Ella tenía un problema congénito en el corazón y perdió el conocimiento durante unas vacaciones en Estados Unidos. La llevamos al Miami Heart Institute y, de verdad, pensé que la había perdido. Recuerdo la desesperación, la camilla, a mi hermano Rodolfo y a mí acompañándola… y luego escuchar que tenía pulso otra vez. No entendía lo que era un pulso carotídeo, pero sentí el milagro de la medicina: un médico podía devolver la vida, devolver la esperanza. Ese momento me enseñó lo que significa ser médico: ayudar, curar y cambiar la vida de alguien y su familia. Desde ese día supe que eso era lo que yo quería hacer. Hoy, cuando opero a un paciente, siento la misma satisfacción: saber que ayudé a alguien a seguir viviendo, feliz, con su familia. Eso no tiene precio.
P. ¿Qué admiraba de su papá?
R. Me gustaba la inteligencia emocional que tenía para entender y afrontar los problemas. Tenía una persistencia impresionante. Yo veía a mi papá acostarse tarde y levantarse temprano trabajando en su laboratorio. Lo veía enamorado de lo que hacía y eso se transmite.
P. Cuando un paciente no mejora o fallece, ¿siente culpa?
R. Sí, a veces, pero cuando me doy cuenta de que hicimos todo, pienso en que fue la voluntad de Dios y no puedo hacer más. Aprendo mucho con los pacientes a los que no les va bien. Afortunadamente, en la gran mayoría de las cirugías todo sale muy bien. Me aterra lo que hacemos, pero cuando un caso es muy complicado, sí, me frustro. Como médicos no siempre ganamos, pero yo soy obsesivo.
P. ¿Obsesivo?
R. No descanso, quiero sacarlos adelante de la mejor manera posible, y la neurocirugía no puede hacerse sino de manera obsesiva. A veces mi familia me regaña, pero me siento muy contento ayudando a la gente. Entrar a una sala de cirugía, operar y lograr sacar el tumor, hacer exactamente lo que planeé previamente, es una satisfacción enorme. Y luego ver que el paciente se despierta bien… ¡Qué felicidad!
P. ¿Ha pensado que podría haber hecho algo diferente en las cirugías?
R. La mayoría de las veces pienso qué hubiera hecho algo distinto, y al final me doy cuenta de que no, que no hubiera hecho nada diferente. Eso quiere decir que lo hice bien, aunque no siempre haya estado en mis manos. Nadie se imagina el sufrimiento de un médico cuando las cosas no salen bien.
P. Su padre creó la legendaria válvula Hakim.. ¿Cómo funciona?
R. La válvula se utiliza para tratar la hidrocefalia, que literalmente significa “agua en la cabeza”. Nuestro cerebro y la médula flotan como un pez en la cavidad craneal, y en el centro del cerebro se forma un líquido que circula por todo el cerebro a través de caminos especiales. Cuando esos caminos se bloquean, los ventrículos cerebrales se agrandan y el exceso de líquido genera presión. La válvula sirve para aliviarla. Hay una forma particular llamada hidrocefalia con presión normal, que se parece al Alzheimer. Las personas las confunden.
P. ¿Cómo se diferencian?
R. La hidrocefalia con presión normal siempre empieza con trastornos en la marcha, como arrastrar los pies o no poder levantar las piernas al caminar. En el Alzheimer no, y solo al final de la enfermedad es que el paciente ya no puede caminar. Es clarísimo.
P. ¿La hidrocefalia con presión normal tiene cura?
R. A diferencia del Alzheimer, sí tiene. Admeás, mientras el Alzheimer progresa de manera continua, la hidrocefalia con presión normal es dinámica: sus síntomas pueden variar a lo largo del tiempo, ir y volver. Esa fue la enfermedad que describió mi papá.
P. ¿Cómo reconocer la hidrocefalia con presión normal?
R. Si una persona inicia con una marcha magnética —como si los zapatos fueran de metal y el piso de imán, que le dificulta levantar los pies—, empieza a tener demencia y además presenta incontinencia, probablemente se trate de hidrocefalia con presión normal.
P. Las personas en su mayoría creen que se trata de Alzheimer...
R. Si yo pudiera hablar entre el primer y el segundo tiempo de un partido del Mundial, hablaría de la hidrocefalia con presión normal y de que es posible curarla. ¿Quién dijo que a los 85 años uno tiene que caminar arrastrando los pies y con incontinencia?
P. ¿Y hay alguna diferencia en la salud mental entre los dos diagnósticos?
R. Sí. Al inicio de su enfermead, los pacientes con Alzheimer se tornan más agresivos, algo que no ocurre con aquellos con hidrocefalia con presión normal.
P. Tiene tres hijos; Yvette, Denise y Salomón. Se le ve mucho con su hijo menor..
R. Somos amigos. Compartimos mucho. Puede tener 30 años, pero tiene una capacidad que le permite ver más allá de lo que puede pasar, y eso es inteligencia. Me da unos consejos impresionantes y la gran mayoría de las veces tiene razón.
P. Con un legado familiar tan importante en neurocirugía, ¿qué piensa de que ninguno de sus tres hijos se haya inclinado por la medicina?
R. Salomón hubiera sido un muy buen médico, y ellas probablemente también, pero cada uno se dedicó a lo que quiso y están felices. Uno en la vida no alcanza a tener dos o tres profesiones. A mí me hubiera gustado hacer otras cosas: diseñar carros o ser un deportista de alto rendimiento, pero uno no puede hacer todo en la vida. El día tiene 24 horas y no alcanza para más.