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Petro se contiene mientras Trump sube el nivel de amenaza a Venezuela

Cazar a Nicolás Maduro e imponer un nuevo régimen es la orden de Trump. La excusa parece humo

No es ciencia ficción. Las bombas made in USA hace varias semanas comenzaron a caer en el Caribe. Pasó cerca al mar territorial de Venezuela, destruyendo endebles lanchas, como barquitos de papel, supuestamente cargadas con toneladas de fentanilo matando a 27 tripulantes, entre ellos varios colombianos, lo que originó la reacción del presidente Petro, que sabe las profundas implicaciones para Colombia de una agresión militar al vecino país. Cazar a Nicolás Maduro e imponer un nuevo régimen es la ...

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No es ciencia ficción. Las bombas made in USA hace varias semanas comenzaron a caer en el Caribe. Pasó cerca al mar territorial de Venezuela, destruyendo endebles lanchas, como barquitos de papel, supuestamente cargadas con toneladas de fentanilo matando a 27 tripulantes, entre ellos varios colombianos, lo que originó la reacción del presidente Petro, que sabe las profundas implicaciones para Colombia de una agresión militar al vecino país. Cazar a Nicolás Maduro e imponer un nuevo régimen es la orden de Trump. La excusa parece humo.

La guerra contra Venezuela no es un cuento garciamarquiano, ni un corrido mexicano. El presidente Trump y Marco Rubio, su secretario de Estado, van por Maduro, vivo o muerto, dispuestos a cambiar la geopolítica regional y demostrar que en el nuevo orden internacional que se rediseña América volverá a ser para los americanos, como ordenaba la Doctrina Monroe de 1823. El pragmatismo trumpista está acompañado de buques de guerra y aviones F-35, y una nueva narrativa en la que los enemigos de Estados Unidos no son solo los carteles de la droga, los dictadores y líderes de izquierda, sino también todo aquel que se atreva a controvertir su mandato.

En la nueva doctrina Monroe, Venezuela, México y Colombia están en la mira del imperio. La guerra contra los carteles cobija un amplio espectro de organizaciones criminales transnacionales. El asedio militar contra Venezuela se justifica, además, con el discurso de la restauración de la democracia, escuchando el llamado de la ahora Premio Nobel de Paz María Corina Machado, imponiendo, a la vez, el mensaje de que la lucha contra las drogas tiene una única salida, la guerra a muerte, no la negociación, ni el sometimiento. En más de 300 municipios de Colombia actúan grupos criminales de todo tipo, que se nutren del narcotráfico y son enfrentados en contravía de la visión simplista de Estados Unidos para superar el fenómeno, como lo han señalado el ministro de Justicia, Eduardo Montealegre, y el propio presidente Petro.

El evidente que el poderoso despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe no es para destruir lanchas, sino para actuar a sus anchas y eliminar a un presidente reconocido por pocos países, y por el que existe una recompensa de 50 millones de dólares. Ni por Pablo Escobar se ofreció una cifra similar.

Pocos creen en la existencia del Cartel de los Soles. Pero sí creen, como el presidente Petro, que Trump terminará autorizando una intervención militar en Venezuela. La orden a la Central de Inteligencia Americana, CIA, de actuar en ese país y la posibilidad de incursiones terrestres, son una sentencia de muerte para Maduro.

A pesar de sus muchos fracasos en Cuba y otras regiones, la CIA no actúa según un guion de Misión Imposible. Sus métodos no están supeditados al derecho internacional y los códigos penales de ningún Estado. En Chile fue crucial su papel en el golpe de Estado del dictador Augusto Pinochet contra Salvador Allende. El genocidio en Gaza ha mostrado al mundo que hoy demoler una nación, destruir un pueblo, no parece tener mayores consecuencias, con un sistema de Naciones Unidas incapaz de imponer y garantizar la paz. A diferencia de Gaza, en este caso, Venezuela tiene petróleo, tierras raras y minerales necesarios para acrecentar el poder de la superpotencia. También tiene selvas, un ejército disciplinado y alianzas militares y económicas con China, Rusia e Irán, y, por supuesto, tienen presencia allí el ELN y las disidencias de las Farc, que actuarían como su retaguardia en la frontera común.

Por ello, precisamente, la guerra en Venezuela tendrá graves consecuencias para la estabilidad de Colombia. Es imposible ignorar la dimensión de la amenaza, y la injerencia de ese conflicto en el futuro de la democracia colombiana. Estados Unidos también lo sabe. Por eso, en los últimos días, a pesar de la descertificación por la lucha contra el narcotráfico y el retiro de la visa al presidente Petro, la relación de esa potencia con la Casa de Nariño ha tenido hechos sobresalientes. Uno fue la visita del director de la DEA a Colombia, Terrance C. Cole, quien llevó el mensaje a la cúpula militar y la Fiscalía de que a pesar de las diferencias, continúa en pie la agenda bilateral en la lucha contra el narcotráfico. Un pararrayos en medio de la tormenta.

Quizá por ello, el presidente Petro ha comenzado a marcar distancias. “Yo la verdad no soy muy amigo de las políticas que se agencian en el Gobierno actual de Venezuela, porque no lo reconocí. No voy allá. Pero yo sé qué puede pasar en Colombia, y esa sí es mi responsabilidad si allá caen misiles, o como se anuncia hoy, si empieza por tierra una actividad violenta de agentes de la CIA”, dijo el mandatario desde Puerto Asís, Putumayo, en un acto que comenzó a mostrar los resultados de la política de paz total, en el que se inició la destrucción de varias toneladas de explosivos de la llamada Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano.

Una de esas consecuencias, además, es el aumento de la migración, que Petro advirtió en su cuenta en X. “El presidente Trump debe entender que hay políticas que terminan haciéndole daño a su propio pueblo, una de esas, fue bloquear a Venezuela. Millones de venezolanos salieron con destino Colombia, a muchos países suramericanos y a los EE. UU.”, señaló. En ese sentido, le propuso a Trump, en lugar de realizar incursiones terrestres en Venezuela, retirar los bloqueos y promover elecciones democráticas.

Las consecuencias, sin embargo, van mucho más allá. La guerrilla colombiana siempre ha soñado con una intervención militar estadounidense en Los Andes, bajo el lema del Che Guevara de “crear dos, tres, muchos Vietnam”. ¿Por cuánto se multiplicarían el ELN o las disidencias asentadas al otro lado de la frontera en caso de una intervención de Estados Unidos?, es una pregunta por responder. Una guerrilla con más de sesenta años de experiencia tendría en la frontera un potencial enorme de crecimiento, afectando seriamente la estabilidad democrática de Colombia.

Y hay más. La economía colombiana no tiene la capacidad para financiar la crisis humanitaria que significaría un nuevo éxodo de venezolanos hacia Colombia. ¿Ese tema se está debatiendo? Nadie parece estar hablando al respecto.

La conclusión, por ahora, es que Maduro está en la mira de Trump, la CIA ya está operando en su territorio, a los grupos armados ilegales colombianos se les está advirtiendo lo que viene, el presidente Petro ha ratificado un distanciamiento estratégico de Venezuela y una manifiesta voluntad de no involucramiento del país ante un eventual ataque militar, acudiendo a los escenarios internacionales para promover el acatamiento de las resoluciones de la ONU.

La diplomacia colombiana tiene ante sí una de sus mayores pruebas para impedir que el humo del incendio en la casa del vecino ahogue nuestra soberanía. Las Fuerzas Militares, a su vez, acatan las órdenes del presidente Petro y luchan por recuperar el territorio, la paz total comienza a mostrar resultados en el Putumayo, y el marco jurídico para el sometimiento de los carteles de la droga se abre espacio en el Congreso como una oportunidad final antes de que Trump decida romper toda lógica, mirar hacia Colombia y gritar, como hace más de un siglo, “I took Columbia, Make America Great Again”.

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