“Esta es la Navidad que nos gusta”: Quinamayó, el pueblo afrocolombiano que celebra la llegada del Niño Dios en febrero

Los habitantes conmemoran a sus ancestros esclavizados, que no podían celebrar en diciembre. Las festividades, heredadas por generaciones, dan el protagonismo a los niños para que mantengan la tradición

Los padrinos del Niño Dios Negro participan de la procesión, en Quinamayó, Colombia, el 15 de febrero del 2025.Jair F. Coll

Una procesión atraviesa Quinamayó, un poblado en el suroccidente colombiano. Es mediodía y el calor es abrasador, pese a la presencia de algunas nubes. Seis mujeres afrocolombianas encabezan la marcha con la figura de un Niño Dios negro. Bailan mientras caminan, moviendo las faldas de sus vestidos al ritmo de una banda de música que las acompaña con bombos, trompetas, tubas, clarinetes. Se detienen al llegar a una casa con un amplio jardín, estatuas hindúes y una figura de San Miguel Arcángel. Depositan a Jesús en un refugio construido con hojas verdes y heliconias naranjas, sobre una manta con imágenes de Papá Noel. El Niño Dios negro se queda solo, a la espera de su propio nacimiento. La Navidad en este pueblo de afrodescendientes, en el departamento del Valle del Cauca, es el tercer sábado de febrero.

Casi todos los habitantes (unos 6.000) toman parte de las festividades, que comienzan el viernes y se extienden hasta el lunes. Algunos todavía duermen tras una noche de fiesta. Otros trabajan en los preparativos para esa noche del sábado, la más importante. Olivia Carabalí, por ejemplo, pela papas para el puesto de comida rápida que sus hijos y nietos instalarán en la calle principal. Unos 40 niños, en tanto, están ilusionados porque en unas horas se convertirán en personajes del nacimiento de Jesús: ángeles, soldados, una Estrella de Oriente, una madre María. Solo algunos adultos mayores se mantienen al margen. Dicen que prefieren quedarse con el recuerdo de cuando eran niños y celebraban las mismas fiestas.

Esta Navidad tiene varias similitudes con las adoraciones al Niño Dios que otros pueblos del sur del Valle del Cauca y el vecino norte del Cauca celebran entre diciembre y marzo. Axel Rojas, sociólogo y profesor de la Universidad del Cauca, explica que todas tienen su origen en la imposición del catolicismo en los esclavos traídos de África para trabajar en las grandes haciendas de caña de azúcar de los alrededores. “Apropian los cantos religiosos y los mezclan con otras tradiciones, que pueden ser de origen español o africano”, dice. El recuerdo de cómo sufrieron los ancestros tiene un lugar central. Se baila la juga —también conocida como fuga—, un currulao en el que los participantes caminan en ronda arrastrando los pies por el peso de las cadenas.

Jener Augusto Zapata participa de una presentación con fuegos pirotécnicos durante las Adoraciones al Niño Dios Negro.Jair F. Coll

La celebración de Quinamayó sobresale por dos razones. La primera es su magnitud: mientras la fiesta se redujo o extinguió en otros lugares, acá no dejó de crecer. Durante las cuatro noches de celebraciones, la calle principal se llena de visitantes de la ciudad de Cali y de pueblos cercanos como Robles, Villa Paz, Suárez o Buenos Aires. La segunda razón es que se hace en febrero. Los habitantes explican que los esclavistas no dejaban que sus ancestros celebraran en diciembre; solo lo permitían dos meses después, una vez concluida la cosecha. No hay pruebas documentales, pero es parte de la tradición oral transmitida desde la fundación del pueblo, a finales del siglo XIX, unos años después de la abolición de la esclavitud. Se complementa con otra versión similar: los esclavos celebraban 40 días después que los blancos, cuando María terminaba su dieta posparto y podía festejar con ellos.

El arrullo a Jesús

La casa de Aleisi Lasso está repleta hacia las nueve de la noche. La lluvia ha obligado a interrumpir la procesión que recogerá al Niño Dios en el jardín del San Miguel Arcángel y lo llevará hasta una tarima, dónde será adorado hasta el amanecer. Algunos participantes se resguardan en el porche. Otros llenan la sala de estar. Alrededor de la mesa, un grupo de cantores juveniles aprovecha para calentar sus gargantas. Eligen una canción para arrullar a un Jesús recién nacido. “Llora mi niño, llora mi amado”, comienza Gustavo Carabalí. “Ay mi niñito llorando”, responde el coro. Después, Carabalí relata las dificultades del nacimiento: la decisión de María de ir a Belén, los intentos de José de conseguir posada, los rechazos ante la orden del rey Herodes de matar a todos los menores de dos años. “Ay mi niñito llorando”, replican los demás cantores.

Lasso cuenta que todos los años prepara su casa para ser una de las paradas de la procesión. Los participantes se detienen en homenaje a su abuela, María Isabel Aponzá, quien organizó las fiestas hasta su muerte, hace 40 años. Algunos todavía recuerdan las adoraciones que se hacían en la casa de barro en la que vivía la matrona, a unas cuadras, y que ya no existe. “Qué lindo está el mesías con los ojitos abiertos viendo celebrar su día”, exclamaba ella con una voz juvenil pese a su edad, rememoran. Para su nieta, esta es la Navidad que importa. “En diciembre comienza la cuenta regresiva para esta, que es la que nos gusta. [Nuestros ancestros] nos enseñaron que nuestro Niño Dios nació en febrero”, dice. “Tanto me gusta que todos los muñecos de mi niña son negros”, agrega.

La figura del Niño Dios Negro, en Quinamayó.Jair F. Coll

Minutos después, se reanuda la procesión. No ha parado de llover, pero la matrona actual, Mirna Rodríguez, ha decidido seguir adelante. La banda, los cantores y otros habitantes prosiguen el camino hacia Belén. Brillan gotas sobre las tubas y los vestidos lucen pesados por el agua que los ha empapado. Es difícil distinguir entre el pavimento, el barro y los charcos. En cada parada aparecen niños disfrazados de personajes bíblicos y se suman a la caminata. Los creyentes recogen a Jesús en el jardín del San Miguel y comienza el regreso hasta la otra punta del pueblo, donde hay una tarima improvisada bajo un techo de chapa. Al llegar, una presentadora explica que un ángel le anunció a María que de su vientre nacería “el salvador del mundo”, que los soldados custodiaron al Niño Dios y que las indias mostraron que Colombia “es un país multiétnico y multicultural”.

La religión está en todos lados. Cada persona consultada por su fe, responde como si fuera una obviedad. “Soy una católica de racamandaca [a tope]”, dice la matrona. “Sería el peor pecado no creer en Dios. Yo hablo con él”, comenta Deisy Lasso. Nadie considera contradictorio que los españoles hayan impuesto estas creencias a los antiguos esclavos. Ivonne Castillo, una profesora de escuela primaria, explica: “Los amos los obligaban a despojarse de lo que traían. Pero existe una necesidad humana de adorar a un Dios. Así que se aferraban a la religión que podían, desde su lugar”. Norman Viáfara, coordinador de la institución educativa Sixto María Rojas, agrega que el Niño Dios negro los enmarca en un proceso de rebeldía que les permite participar, en sus propios términos, de una creencia que considera universal. “Posibilita que la etnia entre en la historia de la humanidad”, afirma. “No le estamos celebrando al amo, sino que celebramos nuestra inclusión en el componente social del mundo”.

La iglesia católica, por su parte, mantiene una relación cordial con esta Navidad. El sacerdote Didier Márquez cuenta que este año no fue posible hacer parte de las celebraciones por “problemas de coordinación”, pero que espera poder hacerlo en 2026. “Estas manifestaciones comunitarias permiten que las personas hablen un mismo lenguaje y vivan bajo un mismo clima fraternal. Sobre todo en esta región, donde hay estigmatización, pobreza y descuido de parte del Estado”, dice al terminar su misa dominical, sentado en uno de los bancos de la parroquia. Mestizo y originario de Cali, se muestra abierto a las interpretaciones de los afros. “Ni siquiera sabemos cuándo nació Jesucristo. Se asoció al 25 de diciembre por una cuestión de conveniencia de acomodar fechas a unas tradiciones de la parte romana. Pero la venida de Dios, la venida salvífica, es algo permanente. No tiene horario ni fecha”, explica.

La banda 'Los Jugueritos' interpreta una canción durante la procesión.Foto: JAIR F. COLL

Las cadenas

El sábado por la noche, tras la llegada del Niño Dios, los cantores juveniles comienzan su presentación. “Ven, ven que al niño Dios hay que adorar”, entonan. “A las doce de la noche, se levantó San José”, prosiguen. “Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño?”. Mientras, los asistentes bailan la juga en rondas, en adoración al recién nacido. La danza, más antigua que la fiesta, es el centro de una Navidad que no tiene regalos. Los participantes la describen como algo que corre en su sangre, que los impulsa a moverse como lo hacían sus padres y abuelos. Algunos hombres mantienen la tradición de poner sus manos atrás, por los grilletes. La mayoría, sin embargo, ha soltado esas cadenas y algunos alzan los brazos para alabar a Dios. Todos sonríen, disfrutan, se ven felices.

El júbilo se entremezcla con el recuerdo de la opresión. Parece una contradicción, pero no lo es. Para Estefany Sandoval, una mujer de 35 años, la alegría era el mayor actor de rebeldía de los ancestros. “Decidieron cantar y bailar pese a las cadenas. Siempre buscaban la felicidad. Si no, la identidad se hubiera muerto con las cadenas ahí”, resalta. Para ella, los esclavos veían en la juga “un momento épico” en el que gozar como muestra de libertad. Por eso, el baile heredado de la esclavitud se ve como algo que los empodera. “Si ellos pudieron, nosotros también. Y aún más si no tenemos cadenas y enfrentamos menos obstáculos”, añade Sandoval.

Alrededor de la juga, brota el resto de la fiesta. Como la Navidad de diciembre, se expande más allá de la religión y la tradición. Hay una feria de atracciones para niños, con trampolín, noria y trencito. Hay fuegos artificiales. Y hay discotecas en las que suenan a todo volumen la salsa, la cumbia, el vallenato y el reguetón. Algunos visitantes reconocen que esa es su principal razón para participar. “Mi amiga y yo venimos a bailar”, enfatiza Marcela Choco, una caleña que conoce la fiesta porque su abuela era del pueblo vecino de Robles y sus padres la traían de niña. El alcohol inunda las mesas hasta el amanecer.

Cantaores cantan una juga al interior de una casa durante la procesión del nacimiento del niño dios negro.Jair F. Coll


Por momentos, la procesión de niños de Quinamayó y las discotecas parecen dos fiestas separadas. Pero, en realidad, se retroalimentan. El Niño Dios aporta un significado histórico y cultural que diferencia esta Navidad de cualquier otra celebración de pueblo. Las discotecas y los puestos de comida la vuelven un evento masivo, con motos y carros copando la calle principal y los alrededores. Adquiere una envergadura que le da mayor visibilidad y, por consiguiente, mayor financiamiento. Incluso la alcaldesa de Jamundí, el municipio al que pertenece Quinamayó, llega en la noche del sábado con una decena de escoltas, producto de la presencia de grupos armados en otros pueblos de la zona. Se toma fotos, graba videos y enfatiza que el municipio no es solo la violencia que llega a la prensa.

Los evangélicos

Mientras todos festejan, Arbey Mina siente nostalgia. Trabaja en el puesto de comidas de su esposa, donde prepara platos con pipilongo, una pimienta verde que abunda en la región. Antes tuvo un rol más central en la fiesta: fundó Los Jugueritos, la agrupación de jóvenes que acompaña las procesiones y danzas con trompetas, trombones y bombos. Hace 20 años comenzó a enseñarle cómo tocar estos instrumentos a unos adolescentes. Los dejó hace tres años por influencia de la iglesia evangélica a la que pertenece. “Lloro, extraño a mis muchachos, son esencia mía. Me dan emoción. Pero Dios dice que no debo adorar ídolos falsos, como el Niño”, explica. “Jesús es hijo de Dios, no es Dios”, añade.

El caso de Mina no es aislado. Sandoval, que da talleres sobre identidad cultural para jóvenes, expresa su preocupación durante un conversatorio porque cada vez más niños le dicen que no pueden participar. “No sé cómo vamos a hacer, a veces pienso en tirar la toalla”, dice. Después, explica que es notoria la expansión del evangelismo. “Una niña me dice: ‘No puedo ir porque mi mamá me lo prohíbe por mi religiosidad’. Otra profe que me colaboraba con trajes me dice que no puede porque es mundano”, cuenta. Los organizadores, sin embargo, matizan que los evangélicos igual participan desde sus comercios. Asimismo, Rodríguez, la matrona, asegura que no ve menos interés. “Los niños llegan, a veces incluso nos toca dejar algunos por fuera por falta de vestuario. Nunca me ha tocado rogarle a una mamá”, afirma.

Las cuatro candidatas a la Reina de la Simpatía Afro, y la ganadora del año anterior, posan para un retrato en un vehículo.Jair F. Coll

Todos coinciden en señalar que la participación de los más jóvenes es lo más importante. Rodríguez, Sandoval, el profesor Viáfara y el cantor Carabalí recuerdan que aprendieron las tradiciones cuando eran niños: veían a sus padres y abuelos, escuchaban las canciones, interpretaban a los personajes bíblicos. Ahora, preparan a la siguiente generación. “Si muero, ya quedan Daniela y Victoria”, dice Sandoval, en referencia a dos jóvenes que la asisten. El domingo en la tarde, un jurado corona reina de la simpatía afro a Danna Isabel Balanta, una adolescente de 13 años que demostró sus conocimientos sobre la fiesta. La presentadora le deja en claro, frente a una multitud, que confían en ella. “Tú dijiste que ibas a contribuir al Plan Especial de Conservación. Ahora tienes una responsabilidad enorme”.

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