Gustavo Petro, Salvatore Mancuso y los retos de la reconciliación

El intercambio de sombreros entre Petro y Mancuso es una imagen potente que se puede leer en clave de reconciliación y perdón, o en clave de agravio y arrogancia

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, le entrega un sombrero al exjefe paramilitar Salvatore Mancuso, el 3 de octubre, en Montería (Colombia).Presidencia de Colombia (EFE)

Las reacciones generadas por el intercambio de sombreros entre el presidente Gustavo Petro y el exlíder paramilitar Salvatore Mancuso, en un evento de entrega de tierras en Córdoba, evidencian lo mucho que nos falta en la reconciliación como sociedad. Esto tiene que ver con cuáles son las dosis de justicia, impunidad, perdón y reparación que colectivamente estamos dispuestos a aceptar para avanzar. Es evidente que en Colombia...

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Las reacciones generadas por el intercambio de sombreros entre el presidente Gustavo Petro y el exlíder paramilitar Salvatore Mancuso, en un evento de entrega de tierras en Córdoba, evidencian lo mucho que nos falta en la reconciliación como sociedad. Esto tiene que ver con cuáles son las dosis de justicia, impunidad, perdón y reparación que colectivamente estamos dispuestos a aceptar para avanzar. Es evidente que en Colombia las heridas todavía sangran y cuando eso pasa hay que ir con sumo cuidado, pudor y respeto. Firmar un acuerdo de paz con un grupo armado no es lo mismo que reconciliar a un país que ha hecho la guerra.

En el mismo evento el presidente Gustavo Petro propuso reabrir la mesa de negociación con los paramilitares, que no es propuesta menor y es un reto por todo lo que implica en términos jurídicos, políticos, sociales y económicos para el país. No es claro a dónde apunta la propuesta en medio de las varias mesas de la Paz Total que poco avanzan. La propuesta amerita atención. Sin embargo, la imagen que genera la polémica es otra.

Son dos antiguos enemigos que se dan la mano y que intercambian sombreros: un presidente que fue guerrillero y un exparamilitar, representantes de bandos enemigos, en un escenario de reparación a víctimas en una de las regiones más golpeadas por la violencia y el despojo. Esta imagen la leen algunos como un símbolo de una reconciliación necesaria en un país que ha reciclado violencia a lo largo de décadas. Otros la interpretan como un acto para exonerar de culpa a un criminal y como un insulto a las víctimas de delitos atroces que aún esperan justicia.

Al escuchar y ver todo el evento, que duró una hora y cuarenta y siete minutos, se puede entender el contexto del episodio de los sombreros que duró menos de 30 segundos. Allí se escucharon muchas voces, incluidas las de las víctimas y las de autoridades locales y nacionales. Aún así, la mayor parte de comentarios la generó el intercambio de sombreros porque el debate público suele hacerse sobre los signos, los gestos, las imágenes. Ese intercambio es una fotografía potente que se puede leer en clave de reconciliación y perdón o en clave de agravio y arrogancia.

Esa doble lectura nos muestra que persisten narrativas distintas sobre la guerra y sobre los acuerdos de paz. Y esas varias interpretaciones están por todas partes. Para los líderes campesinos que tomaron la palabra en el evento, recibir tierras después de años de despojos es un paso adelante. Hubo sonrisas y aplausos. En otro evento de reparación al que asistió Mancuso al día siguiente hubo protestas de algunas víctimas que se quejaron porque sintieron que no tuvieron oportunidad de expresar sus reclamos. Que sean víctimas no las hace tener el mismo pensamiento, ni las mismas expectativas. Es bueno entender que el perdón es una decisión individual y que la justicia y la reparación son derechos que se deben garantizar a todas las víctimas. Cómo tramite cada quien su dolor es asunto personal y se debe respetar.

No deja de sorprender que muchas voces que aplaudieron el proceso de paz con los paramilitares y la presencia de Mancuso en el Congreso hace años, en otro evento que también causó polémica, hoy condenan lo que pasó en Córdoba. El presidente Petro recordó que fue uno de los críticos de ese proceso y de esa comparecencia en el Congreso del líder paramilitar. Mancuso, por su parte, recordó que Gustavo Petro fue objetivo militar de su grupo. Los tiempos cambian aunque las guerras siguen.

Los procesos de reconciliación no tienen que ver solamente con la entrega de armas. Miles de paramilitares entregaron las suyas en el Gobierno de Álvaro Uribe. Miles de combatientes de las Farc también se desmovilizaron en el proceso que promovió Juan Manuel Santos. Los dos acuerdos disminuyeron episodios de violencia y redujeron las muertes. Sin embargo, ninguno fue suficiente para acabar la guerra. El país sigue atravesado por conflictos. Algunos de los grupos de hoy nacieron de los disidentes de esos acuerdos.

Es que la guerra no la hacen solamente los armados. Además de la pobreza y de las economías ilegales, uno de los mayores insumos para la violencia viene desde los liderazgos políticos que ganan adeptos desde un discurso guerrerista que demoniza a los contradictores llamándolos “paracos” o “guerrilleros”. Muchos protagonistas de la vida nacional que no están armados hacen la guerra, la promueven, la perpetúan porque dividir el país en bandos irreconciliables es rentable políticamente. Y si de rentabilidad hablamos, no sobra recordar que también son muchos los que se han enriquecido con el despojo de tierras, los secuestros, el mercado de armas. Mientras la guerra sea un buen negocio económico y político las narrativas opuestas se van a alimentar mutuamente.

Por eso falta mucho camino para que realmente este país se siente a discutir de manera colectiva y no excluyente ¿hasta dónde estamos dispuestos a perdonar? ¿Qué tanta justicia se requiere? ¿Cuánta verdad se debe aportar? Todo en la idea de que en un futuro efectivamente se pueda pasar la página de la guerra. El camino es lento, empedrado, peligroso. Si se hace desde el respeto a todas las víctimas y a un país adolorido que tiene más de una visión de lo que pasa, puede haber más posibilidad de encontrar las formas adecuadas para encontrarnos. Ninguna verdad oficial es completa. En este camino ojalá el presidente Gustavo Petro no olvide que desde su cargo representa no solamente a una guerrilla desmovilizada sino a todo el país. Al de las víctimas que aplaudieron ese importante paso de reparación con la entrega de tierras y al de las que se quejan porque se sienten excluidas y maltratadas en este proceso.

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