Un acuerdo exige moderación

No basta con que el presidente Petro diga una vez a la semana que busca un gran acuerdo nacional si los otros seis días sus discursos están marcados por los agravios contra sus contendores políticos, los empresarios o los medios de comunicación

Simpatizantes del presidente de Colombia, Gustavo Petro, en la Plaza de Bolívar, en Bogotá, el 19 de septiembre de 2024.CHELO CAMACHO

Una vez a la semana, como mínimo, el presidente Gustavo Petro recuerda en sus discursos que quiso construir un gran acuerdo nacional. La puerta, en principio, no está cerrada del todo. Sin embargo, el mayor obstáculo no está en la ausencia de espacios de concertación ni en la falta de disposición de otros sectores ante la posibilidad de un diálogo, sino en la propia narrativa del Gobierno, que ...

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Una vez a la semana, como mínimo, el presidente Gustavo Petro recuerda en sus discursos que quiso construir un gran acuerdo nacional. La puerta, en principio, no está cerrada del todo. Sin embargo, el mayor obstáculo no está en la ausencia de espacios de concertación ni en la falta de disposición de otros sectores ante la posibilidad de un diálogo, sino en la propia narrativa del Gobierno, que un día propone acercamientos y luego ataca con furia a todos los que percibe como contrarios.

En las semanas recientes, el país entero ha sido testigo de la forma en que el Gobierno ha subido el tono contra todos sus críticos y contrincantes en la prensa, la sociedad civil, la economía y la arena política. Y si bien sus más comprometidos defensores aplauden este camino de encierro ideológico del presidente, la verdad es que nadie gana cuando un gobernante se radicaliza. Entre más agravioso o intimidante se hace el discurso que viene del poder, más se esfuma cualquier posibilidad de alcanzar acuerdos en beneficio de todo el país.

A lo largo de sus dos años de mandato, el presidente Petro ha mostrado que prefiere la arena de la pelea, la confrontación y la incertidumbre por encima de la construcción de un ambiente de confianza para todos los sectores de la nación. Es así como casi a diario lo vemos llamar ‘fascistas’ a sus contendores de la política, a pesar de que muchos estén lejos de serlo, comparar al periodismo crítico con las oscuras teorías de Goebbels desde la ligereza más desconcertante, y tildar de ‘esclavistas’ a los empresarios y de ‘defensores del capital’ a los medios de comunicación. No basta con decir una vez a la semana que se busca un gran acuerdo nacional si los otros seis días los discursos están definidos por los agravios y los ataques desde las generalizaciones: ¿con quiénes debe construir un acuerdo el Gobierno si no es con los sectores a los que se ha acostumbrado a ofender a diario?

Llegar a acuerdos intersectoriales en medio de las profundas diferencias de la política ocurre pocas veces en la historia, y exige que los gobernantes ofrezcan una inusual moderación en sus tesis y demuestren verdadero respeto por todos sus contrincantes. Tal vez lo más importante que alguien tendría que recordarle al presidente Petro es que no puede pretender, como parece hacerlo, que la agenda de un acuerdo nacional sea construida sobre sus propias tesis programáticas. Esperar que los partidos y los sectores de la ciudadanía cedan en todas sus miradas y suscriban las tesis planteadas por el Gobierno no solo no es factible: tampoco es una pretensión propia de demócratas que el acuerdo de toda una nación sea sobre sus ideas y su discurso. Y aquí es cuando más me pregunto –y lo digo porque en ningún momento el presidente ni su equipo han mostrado señal alguna de claridad al respecto– si el Gobierno también está dispuesto en ceder un milímetro en sus premisas a cambio de construir ese gran pacto.

Un acuerdo debe trazar una hoja de ruta común en temas esenciales como la profundización del acceso a la salud, el cierre de brechas en la educación y la garantía de condiciones para el desarrollo del modelo económico, pero jamás podría significar unanimidad, ni el final de debates esenciales. Tampoco puede esperarse que un punto de encuentro intersectorial sobre esos temas sea equivalente a que los partidos y los sectores de la sociedad civil terminen siendo conducidos a suscribir las reformas propuestas por el gobierno Petro en esos frentes. En eso no habría nada de acuerdo nacional y esto es algo que deben tener claro el mandatario y sus ministros, y también sus principales críticos.

Sin embargo, el mayor obstáculo para cualquier diálogo sigue siendo la propia actitud del Ejecutivo. “Les ofrecimos un Acuerdo Nacional y nos respondieron con una puñalada trapera”, dijo el presidente a comienzos de septiembre desde Florencia, en el departamento del Caquetá. Y ese es precisamente el problema: que más que interesarle construir un acuerdo que beneficie al país y su futuro, el presidente Petro parece creer que le traerá mejores resultados decir que buscó hacerlo posible pero que las élites, la oligarquía y tantos otros comodines de su retórica lo torpedearon.

Sigo creyendo que aún no es tarde para llegar a acuerdos sobre el futuro del país, pero para eso el primer paso será una moderación de la que hasta ahora no tenemos pista alguna.


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