La paz con el ELN es posible
La oposición busca convencer a los colombianos de que la paz con esta guerrilla “es imposible”. Pero se olvida de los logros obtenidos, como la firma de 28 acuerdos y una veintena de protocolos, o el cese al fuego de un año, el más duradero en la historia de las negociaciones nacionales de paz
Quien trabaja en el campo de la construcción de la paz debe hacer suya la divisa de Nelson Mandela: “Todo parece imposible hasta que se hace”
En esta semana, el Gobierno colombiano suspendió el proceso de paz con el Ejército de Liberación Nacional, ELN, como resultado del atentado con explosivos contra una base militar que dejó un saldo de 3 jóvenes soldados muertos y 27 heridos. Este ataque atroz se agrega al congelamiento unilateral por parte del ELN de las labores de la mesa de diálogos desde hace cinco meses. No es el fin de la búsqueda de la solución política con este gobierno, pero sí un alto en el camino que requiere una manifestación convincente de que se quiere seguir adelante.
La conjunción de congelamiento unilateral que declaró la guerrilla y las acciones de extrema violencia profundiza la desconfianza social sobre los resultados efectivos de este nuevo proceso. Es más, la crisis sirve a la oposición al Gobierno progresista para adelantar su temprana campaña electoral. Desde esa orilla, y con la colaboración de algunos centros de comunicación mediática, se quiere convencer a la sociedad de que la paz con el ELN “es imposible”.
Los permanentes ataques contra este proceso de paz obedecen a que actualmente es el más significativo en Colombia, pues busca poner fin al conflicto armado que este año completó seis décadas y que se ha intentado resolver en negociaciones bajo diez Gobiernos. Se trata de construir una transición para la última guerrilla en el continente, cuya estrategia político-militar consiste en el control armado local que le ha permitido sobrevivir y, por momentos, obtener una cierta expansión geográfica, pero que ha tenido los efectos de la degradación propia de la violencia prolongada, que ha erosionado seriamente el componente político de su proyecto.
Sin embargo, están los avances reales del proceso. El actual Gobierno reconoció al ELN como organización armada rebelde y comenzó la negociación política que, luego de 17 meses de labores efectivas, muestra tres grandes logros: la firma de 28 acuerdos y una veintena de protocolos, el cierre e implementación del primero de los seis puntos de la agenda de diálogos, y el cese al fuego de un año que ha sido el más duradero registrado en la historia de las negociaciones nacionales de paz. Es por esta razón que, en una declaración de abril de este año, António Guterres, secretario general de la ONU, felicitó al Gobierno y al ELN por los logros alcanzados en la mesa de negociaciones, y por un proceso que “ha avanzado más que cualquier otro intento anterior”.
El modelo de diálogos que se ha pactado aplica un principio acumulativo. Las delegaciones de gobierno y guerrilla retomaron los elementos consolidados en el proceso bajo los dos gobiernos del expresidente Juan Manuel Santos. En particular, tomaron la agenda de seis puntos acordada en ese entonces y la actualizaron en la Nueva Agenda contenida en el Acuerdo de México que es la hoja de ruta del proceso actual, y contiene sus conceptos rectores.
Pero, al mismo tiempo, en esta nueva etapa se crearon enfoques distintos. Se decidió que no se reproduciría el esquema de desmovilización y desarme sin transformaciones sociales, y se promoverían condiciones para evitar la repetición del sistemático incumplimiento de acuerdos que, diferidos en el tiempo o desnaturalizados por lentas implementaciones normativas, han perdido todo su efecto. Por eso el método de cumplimiento ahora es el de la implementación simultánea o continua, en la medida de lo posible. El nuevo método de implementación pone a prueba la voluntad de las partes, es exigente pues requiere verificación permanente y necesita resolver cómo procede cuando se trata de reformas estructurales, pero a cambio ofrece la posibilidad de medir y conseguir resultados en tiempo real.
Esa forma de realización de los acuerdos está unida al segundo rasgo distintivo del proceso. La participación de la sociedad se concibe como un factor decisivo de la construcción de la paz y, por ende, como transversal a todos sus momentos: diseño, definición del contenido de las transformaciones sociales e implementación de las mismas, especialmente en los territorios. Así quedó demostrado con el acuerdo sobre el primer punto de la Agenda (Acuerdo 28) consagrado al diseño de la participación, al que contribuyeron de manera decisoria miles de personas y organizaciones, y quedó implementado en su integralidad. Si bien ese momento inicial de participación estuvo circunscrito a determinados sectores, sentó las bases para la siguiente fase que abarca los puntos 2 y 3 de la Agenda -Democracia y Transformaciones para la paz-, que debe contar con una inclusión política y social mucho más diversa, así como con la deliberación pública sobre los ejes temáticos propuestos. El fin es lograr en un año la formulación del Plan Nacional de Transformaciones, como está previsto en lo ya convenido.
Asimismo, la mesa de diálogos acordó el cese al fuego de un año que comenzó el 3 de agosto de 2023 para bajar la intensidad del conflicto, desarrollar acciones y dinámicas humanitarias, propiciar la participación de la sociedad en el proceso de paz, tomando como punto de referencia el Derecho Internacional Humanitario (Acuerdo 10, punto 5.5 de la Agenda). Para la observación del cumplimiento de este compromiso se creó el Mecanismo de Monitoreo y Verificación, acompañado de la veeduría de las organizaciones de la sociedad civil.
La adopción del cese al fuego en un estadio temprano de los diálogos obedeció a los enfrentamientos simultáneos de múltiples grupos armados en los territorios. El acuerdo y sus protocolos comprendieron la suspensión de las operaciones ofensivas entre Fuerza Pública y guerrilla y de algunas de las más cruentas acciones contra la población civil, que incluyeron la interrupción por tres meses de secuestros por razones extorsivas como parte de una declaración unilateral del ELN. En desarrollo de estas suspensiones se logró prevenir 50 eventuales combates entre las fuerzas militares y las estructuras guerrilleras, y disminuyó el 75% de las acciones armadas. Este cese al fuego, además, contribuyó al despliegue de otros acuerdos que conciernen a las acciones y dinámicas humanitarias en ocho zonas críticas, y a la atención de la población carcelaria del ELN en los centros de reclusión penitenciaria (punto 5.4 de la Agenda).
Si existe la decisión y voluntad de seguir adelante, el proceso de paz con el ELN podría acabar el más prolongado conflicto armado en Colombia y dar el giro histórico hacia la paz. Si se reanudan los diálogos puede hallarse la solución a problemas que son aparentemente irresolubles. Si se emplea de manera eficiente y rigurosa el tiempo se pueden adoptar acuerdos trascendentales, como ha ocurrido en la mesa de diálogos en situaciones límite. Se puede lograr el Acuerdo Nacional para hacer realidad las transformaciones pactadas. Basta que haya voluntad de paz y el compromiso de cumplirle al país.
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